THE OBJECTIVE
Carlos Granés

La ultraderecha y la nueva constituyente chilena

«Quienes deseaban una nueva Constitución se han quedado fuera, y quienes más conformes se mostraban con el texto son ahora los encargados de modificarlo»

Opinión
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La ultraderecha y la nueva constituyente chilena

José Antonio Kast, vencedor en el constituyente chileno | Europa Press

En sólo dos años la vida institucional chilena ha dado un vuelco de ciento ochenta grados.  Si en mayo de 2021, impulsados por la onda expansiva del estallido social de 2019-2020, los convencionales progresistas consiguieron una mayoría que les permitió redactaron una Constitución de corte refundacional, eliminando el Senado, dándole un carácter plurinacional a Chile y cambiando el Poder Judicial por lo que se dio en llamar Sistemas de Justicia, ahora es la ultraderecha la que tiene la voz cantante en el segundo intento de renovar el texto constitucional. 

Sabemos lo que ocurrió en 2021. La mayoría izquierdista, creyéndose la encarnación del pueblo verdadero, una fuente de superioridad moral vanguardista y visionaria, plasmó sus anhelos y utopías sin tener en cuenta las voces opositoras, y un año después, cuando salió de su ensimismamiento para confrontar su propuesta con la ciudadanía, se llevó el mayor de los chascos. El 62% de la población rechazó su proyecto. 

Un resultado similar –el 56.5%- le ha dado ahora una mayoría aplastante a la derecha, y en especial a la ultraderecha que representa José Antonio Kast, líder del Partido Republicano. Si en el primer intento constituyente la voz de la derecha se oyó poco o casi nada, ahora se corre el riesgo opuesto: que sea la derecha, con su poder de veto, la que cargue el resultado final con sus expectativas y obsesiones. Quienes más deseaban una nueva Constitución se han quedado fuera de la fiesta, y quienes más conformes se mostraban con el texto de 1980 son ahora los encargados de modificarlo. 

«Ahora el centro político chileno, como en casi toda América Latina, es una zona árida donde los partidos de la Concertación y de Chile Vamos se deshidratan»

Más que una paradoja, lo que demuestra esto es que nadie sabe para quién trabaja. La política de la indignación, del entusiasmo turbulento, del desfogue impulsivo y del «que se vayan todos» moviliza a los sectores más extremos, que son finalmente los que capitalizan una atmósfera atemperada por las pasiones, los miedos y los odios. Ahora el centro político chileno, como en casi toda América Latina, es una zona árida donde los partidos de la Concertación y de Chile Vamos se deshidratan. El debate público ha cambiado y las preocupaciones no son ontológicas e indentitarias. El narco se envalentona, la violencia ocupa titulares y la migración irregular se convierte en una carta en el juego electoral. Los problemas son ahora de orden y seguridad, y por eso mismo el balón ha quedado en el campo de la derecha. 

Con este triunfo, Kast obtiene la pole position para las presidenciales de 2025. El viento sopla a su favor y ahora es él quien marca la agenda y el debate público. Pero esto, que parece una ventaja, en tiempos de volatilidad e insatisfacción ciudadana puede convertirse en un problema. Si su desempeño en la convención constituyente da muestras de sectarismo y radicalidad, o de inoperancia y desaprensión, las tornas pueden volver a girar para ponerlo en la picota. Ya vimos lo que le pasó a Boric: su popularidad cayó en picado tan pronto dejó la rebeldía opositora para convertirse en el responsable político de mejorar la vida de los chilenos. Lo mismo le puede pasar a Kast. Un segundo rechazo en un plebiscito lo dejaría ahora a él en evidencia.

No hay lugar más cómodo que el de la trasgresión y la crítica. Desde ese plácido mirador, cuentan más los gestos y los desplantes, la lírica y la desmesura. Como el argentino Javier Milei, Kast se solaza en ese espacio. Sólo ahora su partido tendrá que demostrar que es una fuerza política capaz y viable, y tan pronto la fricción de la realidad empiece a desgastarlo se verá sometido a las mismas presiones que Boric. Entonces tendrá que tragarse los suspiros pinochetistas, las nostalgias filofascistas, los guiños bukelistas y, en contra de sus propios instintos, elaborar una nueva Constitución que no espante a un electorado necesitado de sensatez y cordura. De lo contrario, como ya lo hizo frente a la soberbia izquierdista, sospecho que no tendrá ningún problema en rechazar un proceso que no esté a la altura de sus expectativas.

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