Las uvas de la IRA
«La Unión Europea no querrá tropezar dos veces en la misma piedra, entregando esta vez el premio por sus desvelos climáticos a los americanos»
La Inflation Reduction Act americana se ha convertido desde su aprobación el verano pasado en el mayor éxito legislativo del presidente Biden y al mismo tiempo en la medida económica con mayor repercusión allende sus fronteras. Dentro de la mejor tradición política del país, la IRA, como se conoce por sus siglas en inglés, es un collage de medidas de distinto cuño que suman 500 mil millones de dólares de gasto. Entre estas medidas destacan, y mucho, las que destinan 390 mil millones a acelerar la descarbonización de la economía norteamericana en múltiples frentes: vehículo eléctrico, baterías, hidrógeno verde, captura de carbono, bombas de calor, placas solares y energía nuclear. Con esta ley, de un plumazo y sin previo aviso, la administración Biden ha arrebatado a la Unión Europea la posición de primacía global que ostentaba en la lucha contra el cambio climático desde que en 2018 aprobara su visión de una economía europea con emisiones cero para el 2050.
Llama poderosamente la atención lo distinto de los caminos elegidos por la Unión Europea y por los Estados Unidos para organizar la complejísima transición energética a lo largo de las próximas décadas. La Unión Europea decidió empezar como quien arranca una nueva era constituyente: escribiendo casi en forma de ley su «visión» de un planeta limpio para todos con una economía climáticamente neutra para 2050. Resultado de esta visión nacieron la ley de emisiones cero para 2050 tres años más tarde, que comprometía a todos los Estados Miembros con los objetivos de descarbonización total para ese año; luego vino el llamado Fit for 55 que obliga a todos los Estados a que sus emisiones de CO2 en 2030 queden un 55% por debajo de las de 1990, un envido más sobre las propuestas de Naciones Unidas. Más recientemente, el Parlamento Europeo aprobó la norma que prohíbe la venta de vehículos con motor de explosión a partir de 2035. De todo lo anterior los Estados Unidos, a nivel federal, no han hecho absolutamente nada: no se han comprometido a las emisiones cero en 2050, tampoco a una reducción sustancial para el 2030, ni han prohibido los motores de combustión a ninguna fecha. La IRA es una ley que apuesta por todas las tecnologías existentes, que no prohíbe, que tampoco promete, que no le pone colores al hidrógeno: más bien al contrario, se dedica a ofrecer generosísimos créditos fiscales a todos los que decidan – personas y empresas – invertir en las nuevas tecnologías de descarbonización que serán decisivas para alcanzar la visión europea de un planeta limpio para todos. Los Estados Unidos siguen creyendo en la capacidad del mercado para organizarse por su cuenta si se incorporan los incentivos correctos. Europa, sin embargo, sigue adoleciendo de sus inercias dirigistas en la gestión de la economía y de las tecnologías.
Goldman Sachs, el reputado banco norteamericano, se ha atrevido a vaticinar en un informe muy reciente que la IRA será el desencadenante de la «tercera revolución energética» de los Estados Unidos, después de la revolución petrolera de los años 40 y 50 y la del shale oil (fracking) de principios de este siglo. El banco es tan optimista sobre la repercusión que tendrá en la economía del país que afirma que la estimación de gasto de 390 mil millones de dólares que hiciera la Oficina Presupuestaria del Congreso se queda muy corta: ellos creen que el impacto no será inferior a $1,2 billones (españoles), es decir, tres veces mayor de lo previsto. Esta estimación ha levantado muchas ampollas en las filas republicanas y en el senador demócrata Manchin (fiscalmente conservador), que se siente engañado por su correligionario de la Casa Blanca. Pero más ampollas aún ha levantado en los despachos de la Comisión en Berlaymont, donde ven en la IRA una herramienta desleal de nuestro mayor aliado que detraerá inversiones de suelo europeo para llevárselas al otro lado del Atlántico. Porque la condición más importante para acceder a estas ayudas del Tesoro americano es que lo que sea que se fabrique (placas solares, baterías, vehículos eléctricos, hidrógeno y acero verde …) tiene que tener una componente importante de made in América – la sombra del America First de Donald Trump es alargada. Los Estados Unidos se quieren asegurar de que una gran parte de la reindustrialización y de los nuevos desarrollos tecnológicos que vendrán con la descarbonización florezcan en suelo americano y no en suelo chino; y no repetir el error de los europeos con la industria fotovoltaica, que acabó haciéndose fuerte en China a base de la generosidad europea (alemana y española principalmente), que hoy sigue comprando más del 80% de sus placas solares allí.
«Los 1,2 trillones de dólares americanos de la IRA casi triplican la cifra de nuestros fondos Next Generation EU dedicados al cambio climático»
Los 1,2 trillones de dólares americanos de la IRA casi triplican la cifra de nuestros fondos Next Generation EU dedicados al cambio climático. Los americanos nos ganan por la mano porque los créditos fiscales de la IRA son una herramienta mucho más ágil y flexible que los fondos de la Unión, que al no tener competencias fiscales parece que no puede ir más allá. Los fondos EU solo pueden financiar las inversiones nuevas, mientras que los de la IRA ofrecen como alternativa financiar los gastos operativos de explotaciones existentes: por ejemplo, ofrecen hasta tres dólares por kilo de hidrógeno bajo en carbono – que es más o menos ¡la mitad! de su coste de producción actual. Otra característica de la IRA es su apuesta por la tecnología de captura de carbono, para la que ofrece créditos fiscales que podrían llegar a compensar hasta el 40% de su coste para industrias como el cemento o el acero, que son las más difíciles de descarbonizar. Otra más, su apuesta por la continuación de los 92 reactores nucleares en operación (la mayor flota del mundo), con hasta 15 dólares por megavatio-hora producido para los próximos 10 años. Y suma y sigue …
Así podríamos ir escogiendo de este gran racimo, una por una, todas las uvas de la IRA y darnos cuenta de la magnitud de su apuesta.
Con razón el presidente francés Emmanuel Macron, en la presentación de su programa Accélérer notre reconquête industrielle el 11 de mayo pasado, dijo:
«Pido una pausa en la regulación europea […] El riesgo que corremos es el de acabar siendo los mejores en regulación y los peores en financiación […] Nunca podremos alcanzar la soberanía tecnológica si no invertimos masivamente en Europa». La Unión Europea no querrá tropezar dos veces en la misma piedra, entregando esta vez el premio por sus desvelos climáticos a los americanos, y la presidenta de la Comisión ya se ha hecho eco de las declaraciones de Macron. Bienvenida sea en definitiva la competencia y la agilidad que nos trae la IRA, porque nos ayudará a enfocar mejor nuestros esfuerzos y también a compartir con los americanos los riesgos tecnológicos, que no son pequeños. Todavía nos queda mucha mena que separar de la ganga.