La idea de España
«¿Cómo va a tener Sánchez una idea de España, y por ende de su Constitución, si define su estrategia con quienes tienen la destrucción de España como objetivo?»
Desde su papel autoasignado de protagonista, Iván Redondo dijo multitud de cosas en la mesa redonda electoral de Antena 3. Entre ellas, sin quererlo planteó dos verdaderamente significativas, por cuanto revelaban el vacío de la estrategia política de Pedro Sánchez, a cuya elaboración tanto contribuyó él mismo.
La primera, la visión de la política desde el enfoque casi exclusivo del márquetin, donde los distintos actores optan por posiciones de poder, con independencia de los contenidos. Cabe, pues, pensar que tal fue la óptica aconsejada por Redondo a Sánchez en noviembre de 2019, arrojándose sin más a los brazos de Podemos con tal de formar de inmediato un gobierno. Es la política como un tablero de damas, ignorando el valor de las distintas piezas propio de un juego más complejo, como es el ajedrez. Y así salió todo.
La segunda fue aun de mayor calado. A juicio de Iván Redondo, tras estas elecciones Pedro Sánchez se ve obligado a tener una idea de España, asunto al parecer fácil, algo así como el mago que saca un conejo del interior de una chistera. Y acierta de nuevo, aunque desde otro ángulo: el problema es que hasta ahora Pedro Sánchez de modo consciente excluye la idea de España, cualquier idea de España, que le parece incompatible con su concepción «progresista», mientras en cambio admite la sopa de letras indigerible de su coalición de gobierno. ¿Cómo va a tener una idea de España, y por ende de su Constitución, si define su estrategia con quienes tienen la destrucción de España como objetivo político fundamental? Sánchez tiene también su propósito, a corto plazo compatible con el anterior: mantenerse en el poder como sea. Ahí sigue. Y eso es necesariamente poder sin ideas.
«Sánchez creía que podría seguir adelante como si no existiera ese elemento perturbador llamado España»
El error ha consistido en que Pedro Sánchez creía que con su juego de palabras y silencios, sobrevolando la realidad, podría seguir adelante como si no existiera ese elemento perturbador llamado España; esa entidad cuya sola mención desata la furia, supuestamente «democrática» y «antifascista» en Cataluña y el País Vasco. Pero es que desde hace siglos, con todas sus fracturas y erosiones, España existe. Lo acaban de probar estas elecciones municipales, para unos como afirmación nacionalista de signo conservador, para otros por simple rechazo de la irracionalidad que viene caracterizando a un proceso que desde el monopolio particularista de la identidad lleva a una absurda fragmentación. Ejemplo: el rótulo de «València» con acento grave, puesto en TVE1, la televisión del Estado, bajo la intervención de un político de Compromís. El voto popular ha dictado su veredicto.
Me vino a la mente el episodio de unas conferencias celebradas hace tiempo en Alicante sobre el tema. Mi colega y amigo Miquel Caminal explicó allí cuál sería a su juicio la solución natural. Si vas por Barcelona, ves que la gente habla catalán por la calle. Eso te indica que ese es su idioma nacional. Para concluir riéndose: i ara, com estem a Alacant, parlaré en català. Es decir, en Alicante, la regla de antes, lo que se hablaba en la calle, no servía. Alacant era Països Catalans. Por un camino u otro, el español desaparecía. Lo grave es que de acuerdo con los nacionalismos, la propia izquierda institucionalizó paso a paso esa deriva.
La responsabilidad no es solo Pedro Sánchez, ni antes que él de Zapatero; desde la transición los socialistas han demostrado ignorar algo que el pensamiento chino tanto valoraba, el control de las designaciones como construcción de una realidad. Frente a la solución razonable, el bilingüismo y la aplicación del criterio constitucional, los símbolos han invertido su función, y por eso de nada sirven las declaraciones programáticas del PSOE sobre el federalismo. El partido socialista carece de una idea de España y de ahí su inferioridad, y la de la izquierda. Nos vemos abocados así a un pulso entre opciones excluyentes, la disgregadora de los nacionalismos, sean o no ahora independentistas, y la tradicional, necesariamente empujada a la defensiva y por ello débil en cuanto a capacidad integradora. Justo lo que requiere la transformación del Estado asimétrico de las comunidades autónomas en un Estado federal.
En ese difícil proceso de reconstitución de lo que Ortega y Gasset hubiera llamado una España vertebrada, las elecciones de este domingo han arrojado datos positivos en casi todos los aspectos, salvo en lo concerniente al País Vasco y a Navarra. Asistimos aquí al espectacular ascenso de Bildu hacia el poder, fenómeno que de nuevo apunta a la responsabilidad del presidente Sánchez. La consolidación de Bildu como fuerza democrática popular en Euskadi habría sido una buena noticia, incluso teniendo en cuenta la filiación con ETA, si realmente los de Otegi hubiesen pasado real y públicamente la página del terror, como hicieron en tiempos los poli-milis de Euskadiko Ezkerra. Es lo que ha tenido lugar en Irlanda con el Sinn Féin. El problema es que nuestro «hombre de paz» abertzale sigue jugando con las palabras, y dibujando un espectro de víctimas, que como se ha visto en el tema de las listas para nada reniega del legado de ETA y carga con violencia contra toda crítica de las famosas «cloacas».
Claro que Bildu es hoy transversal, según destaca Iván Redondo, y sin duda entre sus militantes hay muchos desligados de la mística de los años de plomo, pero el cordón umbilical con la mentalidad del terror para nada ha sido aun cortado. Sobre todo, tal como el PSOE ha puesto las cosas, ni siquiera tienen interés de hacerlo. Juegan perfectamente a dos bandas. La juventud euskaldún va inclinando la balanza en su favor. La Ley de Educación prueba además que el horizonte de la segregación no se ha desvanecido. El independentismo cae, España se aleja.
«La virtualidad de la España plural reaparece, por contraste con el guirigay independentista»
Como contrapartida, la reaparición del PP (con éxitos espectaculares como el de Albiol en Badalona), la presencia de Vox, el desplome de ERC y el regreso del voto urbano socialista -eso sí, con participación electoral en baja-, demuestran que la imagen dualista de la década anterior ha dejado de ser válida. Al menos de momento. La mística unitaria resultaba esencial para seguir avanzando hacia la independencia de Catalunya, al doblegar una elección tras otra a la resistencia «españolista». Ahora, sin que hayan servido de nada los éxitos de Aragonès como negociador, vuelve Puigdemont y el PSC puede imperar sobre ese campo de batalla y la virtualidad de la España plural reaparece, por contraste con el guirigay independentista.
La idea de España se presenta así como la imagen de un puzzle que adquiere perfiles propios, desechando piezas inútiles o mal puestas. De ahí que el balance positivo tenga como factor básico al hundimiento del área Podemos, que venía actuado como una cimentación entre el independentismo y la izquierda populista del resto de España. Un auténtico agente de erosión que puso en marcha pronto Pablo Iglesias, atendiendo al patrón de la tradición comunista clásica, con la imagen de la autodeterminación de las naciones minoritarias contrapuesta al Estado burgués, siempre objetivo a destruir. Yolanda Díaz se dejó arrastrar por la corriente, mostrando así la debilidad de su sentido de Estado. Y el voto del 28-M interpela asimismo al Partido Socialista para rectificar a fondo la deriva oportunista de Pedro Sánchez. Solo que mientras éste permanezca en el mando, poco puede hacerse.
La idea de España está, sin embargo, ahí, ligada al orden constitucional, y por consiguiente, a la práctica de la libertad que han representado estas elecciones, frenando el impulso autoritario y disgregador de Pedro Sánchez. El plebiscito augurado por Félix de Azúa se ha celebrado con éxito.
(Apostilla inevitable: la convocatoria inmediata de elecciones parlamentarias por el presidente ha devuelto a la realidad otra idea de España, ahora en plural, las dos Españas, con una España que se afirma desde la satanización de la otra. A lo largo de estos años, Pedro Sánchez ha recurrido con frecuencia a este maniqueísmo, aplicándolo conjuntamente al PP y a Vox, la ultraderecha, la reacción. La Antiespaña franquista vuelta del revés. La sorpresa es que tal ha sido el punto de arranque de la campaña electoral por Yolanda Díaz con un clarinazo agresivo que no se esperaba de ella «frente a la España negra de Feijóo», saliendo a «ganar», que «la gente está esperando» . La declaración parece redactada por su consejero Ignacio Sánchez-Cuenca, que por sus antecedentes va a disfrutar durante la campaña repartiendo descalificaciones en línea con su libro La desfachatez intelectual. Así tendremos una feliz recreación de ambiente guerracivilista, y podremos exclamar, como en el viejo film británico: «Oh! What a Lovely War!»).