Distopía energética
«Las energías eólica y solar, sumadas, apenas producen el 5% de toda la energía del mundo. Estamos fracasando en nuestra transición energética»
Lo he escrito decenas de veces y lo seguiré escribiendo miles de veces más, hasta que lo tengamos absolutamente claro: la historia del ser humano es una historia de pobreza y miseria. Cuando Adam Smith publica en 1776 su obra magna Sobre la causa de la riqueza de las naciones no la titula Sobre la causa de la pobreza de las naciones. Y no lo hizo porque la pobreza no necesita causas, la pobreza es la condición natural del ser humano, es lo que sucede cuando no se dan las circunstancias necesarias para escapar a la trampa malthusiana de la economía de subsistencia.
La riqueza, sin embargo, sí que necesita causas. La riqueza comienza a florecer cuando aparecen instituciones que respetan la propiedad privada, cuando se eliminan los privilegios arbitrarios de ciertos grupos sociales, cuando se limitan los poderes absolutos, cuando la carga fiscal es razonable, cuando se intensifica el comercio y cuando se tiene acceso a energía abundante y barata. Esto crea una espiral de innovación tecnológica que aumenta la división del trabajo y acelera de manera drástica la productividad lo que, a su vez, se traduce en excedentes que bajan los precios y favorecen el comercio y la inversión. El ciclo se repite de manera continua, el progreso aumenta hasta niveles inéditos y las condiciones de vida de los seres humanos mejoran drásticamente. Esto sucedió por primera vez en la Inglaterra de la Revolución Industrial y tuvo lugar gracias al consumo de un recurso energético: el carbón.
Los combustibles fósiles han sido, son y serán (parece que, al menos, durante unas cuantas décadas) la base fundamente sobre la que se asiente el desarrollo y progreso de la humanidad. Vivimos bien gracias a los combustibles fósiles. Estamos calentitos en invierno gracias a ellos, viajamos por todo el mundo gracias a ellos y disponemos de todo tipo de bienes de consumo gracias a ellos. Sin embargo, su combustión genera gases de efecto invernadero que están provocando un aumento en las temperaturas del planeta y los países del mundo hemos decidido que debemos cambiar de modelo energético, migrando hacia tecnologías con menores o casi nulas emisiones.
En este marco, los ciudadanos nos hemos dejado arrastrar a un peligroso relato de demonización de los combustibles fósiles. Desde las instituciones, partidos políticos y grupos ecologistas se fue construyendo una narrativa mediante la cual debíamos eliminar los combustibles fósiles de nuestras economías y, lo más peligroso de todo, se nos convenció de que podía hacerse de forma inminente. Los cantos de sirena de un mundo 100% renovable comenzaron a sonar y la persecución a las empresas fósiles se intensificó de manera insólita. Se les hacía campañas públicas de difamación, se organizaban escraches en las puertas de sus oficinas e incluso los bancos les denegaban financiación para sus inversiones. Pero esto tiene un enorme problema: estas empresas se deben a sus accionistas -es decir, a la sociedad- y si ésta no quiere combustibles fósiles, ellas dejarán de invertir.
«Habíamos comprado el relato y nos habíamos precipitado. Nos tiramos a la piscina y había apenas medio palmo de agua»
Y así fue como fueron reduciendo sus inversiones en exploración y en nuevas tecnologías. Y así fue como Europa se hizo cada vez más dependiente de los combustibles fósiles de países extranjeros. Y así fue como Putin, llegado el momento, apretó el puño y nos tuvo sin respiración varios meses. ¿Dónde estaba ese mundo 100% renovables que nos habían prometido? ¿Dónde estaban esos sistemas energéticos limpios y sostenibles que iban a solucionar todos nuestros problemas? No estaban porque, simple y llanamente, no era verdad. Habíamos comprado el relato y nos habíamos precipitado. Nos tiramos a la piscina y había apenas medio palmo de agua.
La realidad es que, en el año 2000, la contribución de los combustibles fósiles a la energía mundial era del 86%. En el año 2021, después de dos décadas de un esfuerzo ingente por parte de los países ricos del mundo para instalar energías renovables, la contribución de los combustibles fósiles apenas había disminuido a un 83%. El mundo es fósil y lo seguirá siendo mucho tiempo. Las energías eólica y solar, sumadas, apenas producen el 5% de toda la energía del mundo. Estamos fracasando en nuestra transición energética. Pero no es culpa de las energías renovables. Simplemente no pueden hacerlo solas y necesitan dos cosas: respaldo de otras energías y, sobre todo, desarrollos tecnológicos que nos permitan almacenar la energía.
El único respaldo disponible las 24 horas del día y que no emite gases de efecto invernadero es la energía nuclear. Produce un cuarto de la electricidad en Europa y la mitad de la electricidad libre de emisiones, pero no nos gusta y la queremos cerrar. Alemania ha cerrado todos sus reactores nucleares y ha anunciado que construirá decenas de centrales de gas. Todo por el clima, claro. España transitará el mismo camino, si un cambio de rumbo político no lo remedia. El desarrollo de tecnologías de almacenamiento, en cambio, va más lento de lo esperado y esto está lastrando la transición energética. Y no hemos hablado siquiera de lo que esto nos va a costar.
Pero ahora viene lo realmente peligroso de todo este asunto. Como estamos fracasando en la transición energética, el relato ha cambiado sutil pero drásticamente. Ya no hablamos de cambiar el sistema energético mundial, sino que hablamos de decrecimiento. Como no somos capaces de hacer una transición, lo que hay que hacer es consumir menos energía. Como habíamos construido un relato falso y la realidad nos está poniendo en nuestro sitio, construyamos otro que nos permita seguir por la misma senda algunas décadas más, hasta que volvamos a recibir otra bofetada de realidad.
Decrecer significa, simple y llanamente, frenar el progreso y el desarrollo humano. Significa vivir menos, vivir peor y vivir más pobres. Significa desandar el camino andado y que tanto esfuerzo nos ha costado. Y, sobre todo, significa ejercer sobre la sociedad una coacción inadmisible por parte de instituciones liberticidas. Nadie va a decrecer de forma voluntaria. Y nos pretenden obligar. Nos obligarán a comprarnos coches nuevos y, si no tiene usted dinero, le prohibirán circular cada vez en más sitios y le obligarán a pagar las subvenciones de los coches de aquellos que sí se los pueden permitir. Le prohibirán volar en avión o le limitarán el número de viajes que pueda hacer al año. Le dirán a qué temperatura tiene usted que poner su casa o su oficina, incluso le dirán a qué hora puede encender las luces del escaparate de su establecimiento. Le aplicarán una miríada de impuestos arbitrarios con la excusa energética e intervendrán la economía hasta límites insospechados. Digno de las más afamadas novelas distópicas, pero pueden estar seguros de que la realidad superará cualquier ficción. ¿Se apuestan algo?