Por qué está perdiendo la izquierda
«Para el presidente Sánchez, al igual que para Iglesias, la realidad asimismo supone lo de menos. Pero el problema de la realidad radica en que existe»
Pablo Iglesias Turrión no es marxista. Bien al contrario, el líder en la sombra de Podemos piensa y actúa como lo haría un antimarxista de libro. Resulta de sobra sabido que el marxismo constituye una corriente intelectual que postula el carácter determinante de los aspectos relacionados con la actividad económica de las comunidades a fin de lograr entender el devenir de sus órdenes políticos. El marxismo remite, sobre todo, a una filosofía materialista. Pero Iglesias barrunta que cuanto sucede en el mundo tangible deviene despreciable a efectos de interpretar los acontecimientos políticos. A su entender, que la realidad exista o deje de existir carece de la menor importancia. Porque lo importante no es la realidad, sino el relato. Siempre a ojos de Iglesias, el relato, o sea el cuento, constituye el alfa y el omega de lo político.
«El argumento que ningún marxista hubiera aceptado jamás de los jamases, he ahí la doctrina hoy oficial de Podemos»
La tasa de paro, el nivel de inflación, el volumen y composición del gasto público, el grado de desigualdad en la distribución de la renta que mide el índice de Gini, los factores ligados a lo económico que ocuparían la atención de un izquierdista clásico situado ante el trance de tener que evaluar la adhesión o desafección del electorado a su obra de gobierno, Iglesias los considera minucias irrelevantes, trivialidades baladíes, mera quincalla estadística. Porque lo único que en verdad importa, como ya se ha dicho, es el cuento. Quien domina el cuento, domina el poder. Así puede ocurrir, a su juicio, que, tras llevar a cabo una gestión por entero impecable y colmada de aciertos indiscutibles, un gobierno resulte derrotado en las urnas, todo por disponer la oposición de un relato más eficaz y con más alcance mediático que el suyo. El argumento que ningún marxista hubiera aceptado jamás de los jamases, he ahí la doctrina hoy oficial de Podemos. Pero también la del presidente Sánchez, que acaba de suscribir la tesis de la guerra de los cuentos difundidos y amplificados por los medios de comunicación como explicación del último fracaso electoral del PSOE.
Y es que, para el presidente Sánchez, al igual que para Iglesias, la realidad asimismo supone lo de menos. Pero el problema de la realidad radica en que existe, como bien demostró en su día Samuel Johnson tras propinar una patada a una piedra del camino para refutar la alambicada metafísica del obispo Berkeley. Al doctor Johnson, por cierto, tampoco le hubiera supuesto demasiado esfuerzo desacreditar esa pueril creencia en el poder imbatible de los cuentos que comparten los dos referentes de la izquierda española. Para ello, le hubiera bastado hurgar con ojo crítico en la letra pequeña de lo que el Ejecutivo en funciones considera sus principales hitos de la legislatura, a saber: la caída del desempleo y los sucesivos incrementos del SMI. En 2022, en efecto, se crearon cerca de 300.000 nuevos empleos netos en España. Bien, ¿cuántos de ellos fueron ocupados por españoles? Respuesta: ninguno. Y son datos del INE, no de Vox.
En concreto, y según la estadística oficial del Ministerio de Trabajo, 240.200 nuevos cotizantes a la Seguridad Social eran inmigrantes, mientras que 43.100 poseían la doble nacionalidad (en general, latinoamericanos). Por el contrario, y durante el mismo año 2022, se destruyeron 4.400 empleos netos entre los ocupados con anterioridad por ciudadanos españoles. No resulta correcto airearla, lo sé, pero es la realidad. Esos 4.400 españoles cesantes poseerán derecho al voto el próximo 23 de junio; los otros 240.200, no. Y algo similar ocurre con los perceptores del SMI, grupo de asalariados en el que en torno a un tercio está compuesto por trabajadores extracomunitarios. No es racismo, es simplemente el modelo productivo español y sus archisabidas lacras crónicas. Al tiempo, la inflación, el impuesto invisible, se estaba llevando el 5,3% del poder de compra de los votantes nativos. Y ese 5,3% tampoco era un cuento, sino la realidad. La maldita realidad, Pablo, que se empeña en existir.