THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

Engañando al algoritmo uno vuelve a ser normal

«Sólo tienen que hacer como hago yo, y ponerle la zancadilla a cada uno de los vídeos que le llegan al teléfono, o mejor, apaguen el terminal y sean valientes»

Opinión
4 comentarios
Engañando al algoritmo uno vuelve a ser normal

Unsplash

Nunca hemos tenido tantos medios para saber la verdad. Sin embargo, jamás vivimos una época en la que cupieran más mentiras. No importa el canal de televisión que vean, ni el periódico que lean —excepto THE OBJECTIVE, obvio— ni mucho menos el partido al que voten; vivimos un tiempo en el que la ideología sesgada se ha adueñado de todos los canales que disponemos para obtener un criterio limpio. Hasta las redes sociales funcionan con un algoritmo que rema hacia la polarización, enseñando videos similares de los que han visto, y aportando bien poquito al principio de crecer. No se atrevan encima a darle al corazón o un like, pues entonces estarán sometidos a una oleada de imágenes iguales que ahondan el maltrecho criterio de la equidad. 

Desde hace algún tiempo, me divierte confundir al algoritmo, tanto, que recibo decenas de anuncios para hacerme un injerto de pelo en Turquía —que estas apps saben muy bien que no me llega para hacerlo donde CR7, que diversifica inversiones en agua super limpia, gimnasios o macarradas al alcance de muy pocos macarras—. Pero es curioso lo fácil que resulta tomarle el pelo a las aplicaciones. Prueben, de verdad conocerán lo mejor de las redes asociales. Esta misma mañana me recomendaban una clínica para implantarme pechos, así que no me digan que no tienen ustedes la sartén por el mango del clic. 

El otro día estuve un rato dándole mi aprobación a varios discursos de Irene Montero, en el que se jactaba con esa cara de enfado que sólo ella sabe poner, que ninguna pena a violadores había sido reducida o beneficiada por el órgano judicial. Al cabo, mi reel sólo me mostraba vídeos de Angela Rodríguez ‘Pam’ descojonándose de los violadores en la calle, y hasta de Pablo Iglesias —¿éste quién era?— diciendo que no se podía tolerar un escrache como el que había sufrido cuando vio escrito «coletas» en el asfalto de su nuevo barrio pijo. Recordaba lo de Villacís, o el que recibió Cifuentes o Soraya, alentado por esa marea morada que al final ha resultado ser más lila que malva. 

Ahí seguí en plan a lo loco diciendo que sí, sí, sí, en una versión digital del chúa, chúa que antaño se escuchaba en los patios de los colegios. Ojo, que también funciona con la prensa, en un arrebato de extrema ambigüedad, aprobé la verborrea que acompañaba a los plumillas que tienen la nómina de decir que ETA fue derrotada por el PSOE, que las cifras de empleo son las mejores de este siglo y demás sandeces que nadie termina de contrastar de manera oficial. Imaginen la locura a la que obligué al algoritmo, procesando mis decisiones y, de vez en cuando, metiendo algún aprobado a un vídeo de Vox, así para terminar de molestar al bichejo ese que ha construido en una montaña de millones una sociedad peor de la que fuimos.

«Alguien que no piensa como usted es sólo alguien que no piensa como usted. No se trata de un enemigo, ni de un contrincante, ni siquiera de un adversario»

De pronto tuve una revelación, en el fondo, estaba consiguiendo que las redes sociales fueran de verdad útiles en el sentido contrario de lo que son. Como cuando uno entra un bar y en vez de pedir lo que le apetece se pide una coca-cola zero porque quiere quedar bien con la persona que tiene delante, quien ha cometido la temeridad de decir que no bebe alcohol. Uno se bloquea en un primer momento, acepta que en vez de un vino el tipo corra veinte kilómetros al día como si fuera algo normal, pero no juzga porque tiene que haber gente para todo, incluso para correr a diario. Pero quieres dejar tu mejor yo, el que uno se exige cuando debe conseguir algo, incluso renunciando a pedirse una caña doble porque en el bar de hoy se reúne gente que ni bebe ni fuma. Cosas de la agenda 2030.

Puede que no piensen así, que nosotros seamos esa red social a la que tomar el pelo como hago yo con los contenidos que el teléfono me enseña. No creo ni una sola palabra de lo que dicen, por ejemplo, de los acuíferos de Doñana cuando Las Marismillas se sirve de uno de ellos para llenar la piscina del Sánchez y amigos, ni mucho menos de eso que a ETA la derrotó el PSOE, cuando de ser cierto, Marlaska no habría sido tan villano y cobarde con el coronel Pérez de los Cobos, que resulta que fue el asesor principal de Alfredo Pérez Rubalcaba cuando se declaró el final de la banda. Tiene guasa, ¿verdad? O qué me dicen del tema de heredar en vida para dar la entrada al chaletazo cuando pretenden subir el impuesto de sucesión, o lo de eliminar el delito de malversación para hacer más fácil la cultura del sobrecito. Qué me dicen de la sedición, para que se pueda disponer de un golpe de Estado como hacía Ikea con su último felpudo, o lo de ser transparente en el numero de bots que se dedican a sembrar de contenido ideológico las redes desde un edifico de Moncloa. 

Tenemos la democracia al alcance de la mano, sólo tienen que hacer como hago yo, y ponerle la zancadilla a cada uno de los vídeos que le llegan al teléfono, o mejor, apaguen incluso el terminal y sean valientes. 

Alguien que no piensa como usted es sólo alguien que no piensa como usted. No se trata de un enemigo, ni de un contrincante, ni siquiera de un adversario. Un día se levantarán felices cuando vean el anuncio de unas prótesis mamarias que le harán ser igual que Loretta, aunque eso de la matriz no haya nadie que se lo pueda arreglar, por mucho empeño que pongan en el quirófano. Normalidad, pero no la nueva, sino la de siempre. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D