THE OBJECTIVE
Manuel Fernández Ordóñez

¿Nos toman por tontos?

«Lo único que tenemos son hojas Excel que lo aguantan todo, manejadas por unos políticos a los que estamos dejando hacernos cada vez más pobres»

Opinión
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¿Nos toman por tontos?

Banderas de la Unión Europea. | Unsplash

La gran mayoría de las personas cree que hay atributos fundamentales del ser humano que hacen necesario que alguien nos controle, nos dirija. Creen que la avaricia y el egoísmo no pueden deparar nada bueno y, para evitar que el mundo sea la ley de la jungla, necesitamos un gobierno paternalista que cuide de nosotros. Hay una pequeña falacia en esa argumentación: si los hombres somos avaros y egoístas, ¿qué nos hace pensar que aquellos que elegimos para que nos dirijan no lo son también? Muchos creen que la sociedad no funciona correctamente porque la clase política no está a la altura, porque no son hombres con el foco puesto en el interés general (signifique esto lo que signifique). Así, muchos viven perennemente a la espera de la llegada de ese mesías político que encarnaría todas las cualidades utópicas de la humanidad y que haría que la sociedad funcionara como un reloj suizo.

La realidad es mucho más prosaica. La realidad es que los políticos son gente normal y corriente, como usted y como yo. No tienen absolutamente nada de especial, no poseen ningún áurea que les haga saber lo que la gente necesita ni están ungidos con un poder divino para tomar en cada momento las decisiones acertadas. No son ni siquiera más listos. Son también egoístas, como todo el mundo y se mueven por sus intereses, como todo el mundo. Tienen sus propios incentivos, igual que usted, y harán lo que sea necesario para mantener sus cuotas de poder, como hace todo el mundo en la medida de sus posibilidades. Un partido político no se distingue mucho de un departamento universitario, el comité de dirección de una empresa o una simple comunidad de vecinos.

Esto no aplica únicamente a España. Es una ley de hierro universal que acontece a todos los niveles en cualquier lugar del mundo con cierto grado de estructura social. Conservar el poder implica conseguir que el suficiente número de personas te apoye, lo que suele venir acompañado de vender relatos, sin pudor ni contemplaciones. Hoy toca defender una cosa y mañana la contraria, siendo capaces de justificar cualquier cosa en base a un relativismo nauseabundo que toma a los ciudadanos por imbéciles. 

¿Cuánto tiempo llevamos escuchando a los líderes internacionales decir que nuestro estilo de vida es insostenible? ¿Cuánto tiempo llevan diciéndonos que tenemos que prescindir de los combustibles fósiles? ¿Cuánto llevan haciéndonos sentir culpables por estar creando una «emergencia climática» mientras ellos no se bajan de sus aviones presidenciales? Más de veinte años dando la matraca día sí, día también. Más de dos décadas despilfarrando nuestro dinero sin saber qué rumbo llevamos, frenando el progreso y destruyendo riqueza. Tanto es así, que esta semana hemos sabido que el Consejo Europeo ha abierto la puerta a que las centrales más contaminantes de Europa (las de carbón) sigan operando a futuro cuando estaban ya condenadas. 

«Hace apenas quince años, Europa producía casi el 35% del gas que consumía. Hoy producimos apenas el 10%. Hemos aumentado en 25 puntos la dependencia exterior de este recurso energético»

Hace apenas quince años, Europa producía casi el 35% del gas que consumía. Hoy producimos apenas el 10%. Hemos aumentado en 25 puntos la dependencia exterior de este recurso energético. ¿Por qué? Porque el relato político nos convenció de que los combustibles fósiles eran algo malísimo, algo de lo que había que prescindir. En ese buenismo pueril que caracteriza a esta Europa en absoluta decadencia, hicimos lo que mejor se nos da. Mirar para otro lado. Decidimos dejar de producir gas, pero no de consumirlo. Simplemente se lo comprábamos a otros, con los desastrosos resultados ya conocidos por todos. Putin, entre tanto, dando palmas con las orejas. Mientras Alemania cerraba sus centrales nucleares, aumentaba un 45% su dependencia del gas ruso y un 100% la dependencia del carbón del sátrapa de Moscú. A todas luces, un éxito de transición energética y de seguridad de suministro… para el Kremlin.

Los cuentos de hadas van por un lado, pero la realidad suele ir por otro. Si atendemos a los últimos datos disponibles, Europa está en una tendencia alcista de consumo de gas. Desde el año 2014 hemos aumentado el consumo en un 14%. Y nuestros adorados líderes políticos decidieron que sería buena idea poner un impuesto a las emisiones de CO2 procedentes del gas (entre otras cosas). Pero este tipo de impuestos, cuando no tienes alternativa al gas, son simplemente un tiro en el pie. Una traba que lastra la competitividad de la industria europea y hace que todos los ciudadanos paguemos la electricidad más cara. Solo el año pasado, los europeos pagamos la friolera de 39.000 millones de euros en derechos de emisiones de CO2.

No es fácil poner en contexto esas cantidades de dinero, pero podemos dar unos ejemplos para que vean la magnitud de la flagelación que nos hemos infligido a nosotros mismos. Con 6.000 millones de euros podríamos salvar a más de un millón de seres humanos, cada año, de morir de tuberculosis. Con 4.000 millones podríamos salvar, cada año, a más de un millón de bebés que no llegan al mes de vida y a más de 160.000 madres que mueren al dar a luz. Con 1.700 millones podríamos vacunar a los niños de países pobres y evitar que murieran medió millón de ellos, cada año, de enfermedades como la viruela, el sarampión, la hepatitis B o el virus del papiloma humano. Con 1.000 millones al año podríamos salvar a 200.000 personas de morir a causa de la malaria, todos los años… creo que no hace falta seguir.

Con menos de 13.000 millones de euros podríamos salvar a tres millones de personas cada año, la gran mayoría niños, de morir de enfermedades que en nuestros países ya hemos erradicado o para las que tenemos vacunas. En lugar de eso, decidimos tirar casi 40.000 millones al año en un impuesto absurdo que grava un recurso energético para el cual no tenemos alternativa. No tenemos visión, no tenemos estrategia, no tenemos plan y, lo que es peor, no tenemos ni moral. Lo único que tenemos son hojas Excel que lo aguantan todo, manejadas por unos políticos a los que estamos dejando hacernos cada vez más pobres y desconectados del mundo real. Anestesiados, así estamos y así es como nos quieren.

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