La excelencia democrática
«En estas dos últimas décadas, la discusión política ha ido adquiriendo cada vez más el rostro de una pugna entre la democracia y el sentimiento identitario»
Me ha gustado leer el artículo de Joan Esculies en La Vanguardia, titulado «Los agraviados». Esculies es un fino historiador especializado en el catalanismo político del siglo XX y uno de los mayores expertos en la figura de Josep Tarradellas (y también en la de Ernest Lluch, de quien escribió una estupenda biografía hace apenas unos años). En su última columna, Esculies reflexiona sobre el papel que está desempeñando la narrativa del victimismo en la activación de las emociones políticas del votante y, por tanto, en el entorpecimiento de una toma de decisiones programática, que se supone más racional. Esculies cita al respecto una advertencia del president Tarradellas: «Este victimismo, esa cosa que siempre tenemos la razón, que siempre nos ahogan. Creo que los pueblos se construyen no a base de hacer de lloricas, sino de tener dignidad y que las cosas se hagan en el sentido de que el pueblo pueda progresar».
El movimiento gradual de la política, que mejora la sociedad y nos mejora frente a la indignación sonora y constante, viene de antiguo si hacemos caso a Josep Pla. Evocando en El quadern gris la personalidad de su padre, el perspicaz escritor ampurdanés anotaba: «Diez o doce años atrás, cuando empecé el bachillerato, oía que [mi padre] decía: ‘en este país todo está por hacer’. Ahora oigo que dice muy a menudo: ‘en este país no hay nada que hacer’». El matiz tiene su importancia: nos lleva del optimismo al pesimismo; pero, más importante aún, nos conduce a un gran desastre colectivo, ya que por un lado alimenta el rencor social –mis dificultades serán siempre culpa de alguien– y por el otro dificulta cualquier debate público, desplazándolo al terreno de la indignación moral y no al de la realidad concreta, que es desde donde se puede –y se debe– actuar.
En estas dos últimas décadas, la discusión política ha ido adquiriendo cada vez más el rostro de una pugna entre la democracia y el sentimiento identitario. En latín, rostrum significa: pico, hocico, punta… Indica, por tanto, hacia dónde miramos y cuál es el eje de nuestro caminar. ¿Qué prima entonces en nuestra mirada? ¿Dónde situamos el corazón de la política: en la pluralidad democrática o en el mundo cerrado de las identidades?
«Gobernar para la excelencia es la respuesta al agravio infinito»
El antiguo dirigente del PSC Raimon Obiols, en una larga entrevista concedida al periódico digital Política y Prosa, recuerda que «Cataluña, en el año 80, tenía dos caminos ante sí: uno era el camino de la identidad; el otro, el camino de la excelencia […]. En ese momento, en la bifurcación entre identidad o excelencia, el pujolismo eligió la identidad». Seguramente, en la época de la bipolaridad, nuestra democracia se encontrará ante una encrucijada similar. Es la excelencia la que construye la democracia y no las políticas excluyentes de los identitarios.
El profesor Josep Maria Bricall, en su libro de memorias Una certa distància (Edicions La Magrana), defiende algo que me parece incontestable: «Creo que la única manera en política –y en todo– de no cometer un bulto de equivocaciones seguidas es someterla a la racionalidad. Y hacerlo significa hacerla depender de la duda. Este es el papel reservado a los parlamentos, pienso. Ellos criban los objetivos, las razones, los métodos y las limitaciones en los diversos asuntos, y así primero dudan, luego preguntan y, al fin, averiguan lo que hay de enredado. Ejercer un control brutal o sutil de la opinión o de la crítica es la mejor manera de fallar y confundir».
El retorno de la duda libera la política de la pesada tentación de las ideologías, de la creencia fanática en el camino único. Y, por otro lado, nos aleja del victimismo como resorte social. Al cribar, al pesar, al razonar, al dudar, aprendemos a abandonar nuestro fardo de convicciones para ponernos a la escucha de quien piensa distinto. No nos encerramos, sino que nos abrimos, aprendemos, crecemos, hacemos. Gobernar para la excelencia es la respuesta al agravio infinito. Gobernar para la excelencia es la respuesta a la falsa democracia de los populismos.