THE OBJECTIVE
Daniel Capó

Cuando las palabras lloran

«¿Cuándo llorarán nuestros políticos por el daño que nos hacen sus palabras? ¿Cuándo dejarán de convertirnos en enemigos los unos de los otros?»

Opinión
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Cuando las palabras lloran

Ilustración de Erich Gordon.

El historiador John Lukacs solía repetir que la emoción básica de la derecha es el miedo, mientras que a la izquierda la mueve el resentimiento. En ocasiones, ambos afectos se mezclan, tal como sucede en el nacionalismo, quizás la fuerza ideológica que más ha marcado el siglo XX. Lukacs tenía la rara virtud de leer la historia con una mirada literaria, como si se tratase de un gran relato narrado por una multiplicidad de voces, a menudo contradictorias pero con rasgos comunes. Entre líneas hay que saber encontrar el tono de cada época, su matiz peculiar.

Miedo y resentimiento son los dos extremos. Cuando el centro estalla, retornan como viejos fantasmas del pasado. La ola conservadora que recorre el continente –de Suecia a Italia, de Hungría a Polonia, y es posible que muy pronto también España– se ve impulsada por el miedo a una izquierda ideológica que ha abandonado los grandes pactos de la posguerra. En aquellas décadas, el temor se desplegaba como un rojo estandarte bajo la sombra de la hoz y el martillo.

El Estado del bienestar europeo se construyó como un antídoto contra los extremismos. Al reducir las diferencias entre las clases sociales y mejorar la situación económica de los trabajadores, se cerraba el paso a los discursos del odio. El gran salto que disfrutó Europa occidental tras siglos de guerras también fue propiciado por una demografía favorable, una acelerada industrialización y el recuerdo sangriento de los totalitarismos. La moral de fondo era la cristiana, en su formato burgués, y todavía hoy cabe preguntarse si es posible sostener una democracia liberal con valores antagónicos a los judeocristianos. La propagación delirante del wokismo nos invita a dudar de ello.

«Con la erosión del empleo y el deterioro del Estado del bienestar, regresaron el miedo y el resentimiento»

La experiencia europea de la postguerra fue similar a la de la Transición española. En ambos casos, el motor fue la moderación, como freno a la sentimentalidad política. Y, en ambos casos, los logros fueron evidentes e inmediatos en términos de prosperidad y de progreso. Hasta que el ciclo cambió, debido al invierno demográfico, los excesos monetarios, la necesidad de adaptación a las nuevas tecnologías y el brutal impacto –en lo positivo y en lo negativo– de la globalización. Con la erosión del empleo y el deterioro del Estado del bienestar, regresaron el miedo y el resentimiento. El eclipse de los partidos centrales del sistema modificó todo el tablero. Y volvieron los viejos fantasmas.

Resulta inquietante el lenguaje acusatorio de estos días. Prólogo coyuntural tal vez a la dura campaña electoral que se avecina. «Ni un paso atrás», se repite, como si estuviéramos en una situación prebélica. Se diría que la frivolidad de la estupidez se confunde con otra estupidez casi mayor: la de una vacua dignidad a la que llamamos «superioridad moral». El lenguaje exaltado de todos estos portavoces de la angustia, tan hábiles a la hora de ver la paja en el ojo ajeno como incapaces de plantear un análisis de las verdaderas causas del malestar social, no hace más que entorpecer el necesario poso de estabilidad y confianza institucional.

El miedo tiene unas causas; el resentimiento, otras. A veces se confunden y a veces no. Debemos actuar sobre ellas si queremos recuperar el respeto necesario entre las partes. La democracia no puede dejar a nadie atrás y esto debemos recordárnoslo cada día. Para ello, en primer lugar, hay que recuperar el uso correcto del lenguaje, aguzar su filo, para que todos puedan –para que todos podamos– recuperar la palabra.

Recuerdo las lágrimas de los judíos que evocaba Catherine Chalier en su famoso ensayo. Cuando las palabras lloran sin miedo ni rencor, entonces las ideas se humanizan y ofrecen consuelo. ¿Cuándo llorarán nuestros políticos por el daño que nos hacen sus palabras? ¿Cuándo dejarán de convertirnos en enemigos los unos de los otros?

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