Miedo a la muerte estilo imperio
«Nadie va a cargarse los derechos fundamentales de nadie. Ni aun queriendo. Porque estamos en un país garantista que, además, pertenece a la Unión Europea»
En Baleares tienen miedo a la muerte estilo imperio. Depresiones Biedermeier. Ahora que ha llegado al poder el PP, tras pactar con Vox, temen que se prohíba hablar mallorquín en las calles, que las mujeres dejemos de tener cuenta corriente y carné de conducir, que desaparezcan la Seguridad Social y la enseñanza pública. En Extremadura, también. En Valencia no son menos: mujeres adultas autodenominadas feministas se manifiestan a las puertas de las Cortes para afirmar, cargaditas de razones, que lo hacen porque no están de acuerdo con los resultados. Con un par. (Malas noticias: señora, usted antes que feminista es antidemócrata). El miedo es libre, no seré yo quien enmiende a nadie la plana: tengo koumpounofobia. Si alguien tiene un terror más irracional que el mío, que lance la primera piedra. Así pues, cojan esta columna con pinzas, porque alguien con pánico a los botones les va a decir que no tengan miedo por tonterías.
Empecemos señalando lo obvio: nadie va a prohibir celebrar el Orgullo Gay como nadie va a prohibir celebrar la Semana Santa o Halloween. Nadie va a cargarse los derechos fundamentales de nadie. Ni aun queriendo. Porque estamos en un país garantista que, además, pertenece a la Unión Europea. No se me preocupen las mujeres. No se va a normalizar ni convertir en tradición la violación ni el maltrato, no nos van a echar de nuestros trabajos ni recluirnos en las cocinas, no nos podrá meter mano el jefe a poco que se lo proponga. No se me alteren homosexuales ni transexuales. Nadie va a apalearles al girar la esquina ni a obligarles a entrar en los armarios de nuevo y a la fuerza. A nadie escandaliza ya un beso entre dos personas, sea cual sea el sexo de estas.
«’Que viene el lobo’ es la fórmula más eficaz para convertir a las personas razonables en una masa asustadiza»
¿Hay agresiones? Sí. No existe ninguna sociedad con violencia cero y desconfíe de quien le prometa lograrla. Podemos aspirar a reducirla, poner todos nuestros medios, pero no a acabar con ella por completo. Porque el ser humano es como es y la violencia está ahí. ¿Hay homobofia? La hay, porque gilipollas hay en todas partes. Pero son pocos y no cuentan con nuestra simpatía, y seguiremos luchando contra ellos. No van a quitar las pensiones a nuestros mayores, ni a silenciar a nuestros intelectuales, ni a dejar de asistir a los necesitados. Y si ocurre, protestaremos. No nos obligarán a ser madres a toda costa, no tendremos que viajar a Londres a escondidas. Ni nos obligarán a hacer la comunión ni casarnos por la iglesia. Recuerdo cuando el PSOE pactó con Podemos que se nos venía encima la gran dictadura comunista, expropiarían nuestros bienes, adoctrinarían a nuestros hijos, decapitarían al rey, quemarían iglesias, obligarían a abortar y a sacrificar a nuestros mayores. Y aquí estamos.
«Que viene el lobo» es la fórmula más eficaz para convertir a las personas razonables en una masa asustadiza y boba, pusilánime y fácil de manipular. El truco es tan viejo como el mundo pero sigue funcionando. La receta es más sencilla aún que la del bizcocho de yogur: coja a alguien, convénzale de que cualquier característica identitaria sobre la que no tenga ni haya tenido nunca ningún control (sexo, orientación sexual, origen) es especial y genuina. A continuación, señale a otro como amenaza. Asústele muchito. Remueva y agite. Et voilà. Si el mejor truco del diablo fue convencernos de que no existe, el mejor truco de la extrema izquierda y de la ultraderecha ha sido persuadir de que, fuera de ella, todo es caos y desolación.
Olvidamos con demasiada frecuencia que la pluralidad política es uno de los valores superiores, con la justicia, la igualdad y la libertad, que se propugnan en nuestra Constitución. En el momento de la redacción final se suprimió lo que aparecía en el texto propuesto en principio: respeto a la pluralidad política. Se daba por supuesto que ese respeto también se debía a la justicia, a la igualdad y la libertad, y se daba por supuesto desde el momento en que se contemplaba como valor superior. Visto lo visto, quizá fue muy optimista darlo por sentado: la pluralidad política la tenemos. El respeto a la misma, no tanto.