THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

Threads, la nueva droga al servicio del poder

«El tío, que se ha hecho rico gracias a tus datos, estrena una nueva forma de vender tu información al mejor postor y seguir forrándose a tu costa»

Opinión
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Threads, la nueva droga al servicio del poder

Threads. | Dado Ruvic (Reuters)

El ladronzuelo de Harvard, dueño y señor de todos los posados veraniegos y del postureo anodino de las redes, así como de las conversaciones de chat «gratis», vuelve al negocio del copia y pega digital con Threads, la nueva red social que pretende combatir los bandazos que Musk está dando en el reino de los pajaritos, Twitter

El tío, que se ha hecho inmensamente rico gracias a tus datos, estrena hoy jueves una nueva forma de vender tu información al mejor postor, seguir forrándose a tu costa, y al toque, saber hasta la hora a las que vas al cuarto de baño, por si puede ofrecerle tus datos gástricos a alguna marca de inodoros, seguros, bancos, papel higiénico o lo que le salga de los mismísimos, mientras el usuario medio seguirá enganchado a la pantalla, o termina por fin de acomodar en la estupidez a los menores de edad.  

Resulta que las nuevas condiciones de uso para la descarga de la aplicación en Estados Unidos, ya que Europa está todavía pensándose si dejarle seguir robando a mano alzada, incluye, entre otras monerías, tus datos de localización y de identificación, número de teléfono y contactos guardados en tu terminal o en su aplicación de mensajería, contenidos del aparato que consumas, descargues y contemples, historial de compras e información financiera, y toda la información sobre tu salud y bienestar. Vamos, que para usar Threads, el pollo con cara de angelito, va a saber más de ti que tu propia madre, tu pareja, tu Dios —sea cual sea—, y por supuesto, que tú mismo.  Y todo porque se ha encaprichado ahora de la información y los medios de comunicación, y Facebook, que fue el germen de su imperio del hampa digital, está cada día más en desuso y hay que seguir adueñándose de la opinión pública cueste lo que cueste. Lo mejor de todo es que la gente se descargará en masa esta aplicación, la usarán mucho menos de lo que ellos les usarán, y después seguirá ganando millones haciendo de la vida un lagar peor del que se encontró antes de convertirse en el ladrón estrella de los proyectos de su famosa universidad, Harvard. 

El emprendimiento, Silicon Valley; deberían prenderle fuego de costa a costa y convertir el mundo en algo mejor, en algo parecido a lo que fue antes que estos tipejos llegaran para estropearlo todo. Luego que si nos polarizan, que si saben todo de nosotros, que sí —fíjate qué fuerte, nene,  que hemos hablado de este tema y ahora sólo tengo anuncios de eso que comentamos ayer, ¿nos oyen? ¿nos escuchan? ¡nos espían! ¡qué fuerte, tía! — encima les damos la autorización para hacerlo porque la adicción de hoy, el caballo del siglo veintiuno se vende con pantalla grande y tres cámaras. Y hay padres, somos padres, que les damos a los niños la chuta, el émbolo y la papela, en una cajita de regalo de cumpleaños que cuesta un salario mínimo. 

Todavía estamos en ese lado de la rampa en la que subimos, como en la montaña rusa que suena clac, clac, clac, llegando a la cumbre y ver el vacío antes de bajar a todo meter para darnos de bruces en una caída que no sabemos medir, que no tenemos ni idea de dónde llegará, pues nos permite jugar a ser Warhol, con los quince minutos de fama y mostrar a los nuestros que fuimos al concierto más in o al plan más on del mundo mundial. Somos la carne que se vende en el mercado, el pescado del día, la oferta de la hora feliz con barra libre, pensando, que somos los dueños de algo, cuando en realidad, nos están envolviendo en papel de periódico y vendiendo como mera mercancía comercial. 

Todos estos cachondos pretenden ganar un x por ciento más al año, al mes, las métricas, las KPI´s, los datos, metadatos, la inteligencia artificial, las cosas que no se ven, y no sólo entramos voluntariamente al matadero, sino que también pagamos para meter a los nuestros y así ganar un rato para ver qué hace la gente por ahí. Luego, un ingeniero de turno programa un nuevo código para que sólo veas lo que te gusta; lo saben mejor que tú mismo y, de pronto, cambian el código, autorizas el uso porque si no la aplicación no funciona, y sin darte cuenta, has autorizado que puedan escucharte mientras opinas de política y venderle al partido de turno, las inquietudes para que puedan seguir gobernando. Pero es que solo les importa eso: ganar, ganar, ganar, y mientras sigamos siendo la carnita de su taco, el mundo seguirá siendo así de falso, con los suicidios multiplicándose cada lustro, los psicólogos hasta arriba de taritas, los sueños rotos, la frustración como carta de vida, los mayores a la residencia, no me chilles que no te veo, que estoy conectado a las redes, y los retornos, ¡ay los retornos! Si inviertes diez quiero cien, si no gano este porcentaje más a la puta calle, 20.000 euros para que los jóvenes puedan hacer un proyecto de vida, y el tonto de hoy creyéndose la monserga, porque ha dejado su cerebro frito mirando el poblado de la droga que han creado para dominar el mundo. 

Sí juntas el presupuesto anual de los ministerios de Sanidad y Educación, tendrías lo que cuesta la última locura de la que no deja dormir por las noches a Rufián. Y que razón tiene el tío al afirmar que le da más miedo Yolanda Díaz que Santiago Abascal. 

A mi lo que me da miedo es que la gente no tenga tiempo para pensar, para leer, para aburrirse, para no creerse la salvajada que se repite en bucle en las redes sociales porque así reciben la endorfina que le regalan desde los despachos de estos millonarios, que se han forrado a costa de volver gilipollas a medio mundo. Y los políticos a lo suyo, sirviéndose de las mismas redes para lograr sus objetivos, aprovechándose del poco criterio que tenemos, mientras actualizamos el reel de la pesadilla en la que se ha convertido la sociedad actual. 

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