El cura, el robo y el cabezazo
«El hijo de la dueña de la casa ardía en llamas por dentro. No sólo se trataba de salvar su vida, sino que un cura armado les estaba amenazando con matarles»
El cura entró en la casa pensando que nadie le sorprendería. Ya se sabe cómo va eso de las sotanas, más en una calle como la de Príncipe de Vergara, en Madrid, donde algunos colegios religiosos e iglesias hacen que el tránsito de los alzacuellos por las aceras sea cosa normal. También lo fue para el portero del edificio donde se coló para hacer lo que le habían encomendado. La tarde anterior fue del todo rocambolesca. Ante la duda de cómo proceder par conseguir colarse en la casa, uno de los asesores comprendió que lo mejor era hacerse pasar por clérigo. Y se descojonaron de risa, pues el plan, además de bastante siniestro, tenía esa cosa berlanguiana: el cura, el robo, los datos, el poder, la siesta; joder con la España real.
El día elegido, el ladrón disfrazado de cura aprovechó las horas en las que pensaba que la casa estaría vacía. El chófer de la dueña estaba en el ajo, así que no sería complicado que conocieran los horarios de la misma. El hombre recibió una llamada confirmándole que la morada estaba libre, así que se puso el disfraz y caminó la manzana que le separaba de su objetivo, sonrisa arriba, sonrisa abajo, y una mirada de compasión que sólo ellos saben hacer así de bien.
Cuando llegó al portal, el portero de la finca apenas se extrañó de la visita. Subió las escaleras hasta el piso indicado y sacó un juego de ganzúas para forzar la cerradura de la puerta de la casa. Miró a los lados, nadie subía ni bajaba, era el momento oportuno por la pereza de la tarde que comenzaba, el sueño de la comida, lo tranquilo que estaba todo. Consiguió abrirla sin ningún problema y se dispuso a registrar el inmueble en busca de ordenadores, discos duros, papeles, facturas y notas que pudieran ayudar a la investigación que el partido político había puesto en marcha para doblegar al propietario de la vivienda.
Una vez llegó al salón, decidió dejar el revólver que llevaba encima y lo puso sobre una mesa de apoyo que separaba las dos estancias. Fue en ese momento cuando notó que le agarraban por detrás, obligándole a defenderse contra un chico joven que se abalanzó sobre él para evitar el robo. Consiguió librarse y apuntó con su pistola al chico y a su madre, que resultaba que no se había ido tal y como le habían informado.
En medio de la tensión y del caos, apareció una mujer que trabajaba de asistenta en la casa, alertada por los ruidos, y el hombre aprovechó para inmovilizarla junto a los otros miembros de la casa. Sacó de la sotana unas bridas y ató a los tres ocupantes en el salón, mientras les apuntaba con la pipa y les amenazaba con matarles. Les pidió entonces que le dijeran dónde se escondían los pen drives, en caso de no hacerlo, acabaría con la vida de la señora y de su hijo. A la mujer del servicio la tranquilizó diciendo «no te preocupes negrita que soy socialista y a ti no va a pasarte nada». La dueña de la casa le dijo que toda la información la tenía el juez en su poder, que allí no encontraría nada. El cura estaba histérico, andando de lado a lado mientras decidía qué hacer con la vida de sus secuestrados.
El hijo de la dueña de la casa ardía en llamas por dentro. No sólo se trataba de salvar su vida, sino que un cura armado les estaba amenazando con matarles a su madre, a él, a la empleada…; en medio de su rabia comenzó a forzar las bridas con las muñecas, moviendo las manos y tratando de que el atacante no le descubriera. De pronto notó que se había soltado y, sin dudar ni un momento, saltó sobre el cura, le dio un cabezazo que le hizo perder el arma y entonces se echó sobre él como un león defendiendo a su manada. Comenzaron a escucharse gritos en todo el descansillo, y consiguieron dar la voz de alarma a los vecinos, quienes llamaron a la Policía por el barullo que interrumpía la tranquilidad a la que estaban acostumbrados. No tardaron en llegar y se llevaron detenido al asaltante.
En el despacho que organizaron la trama, la noticia cayó como un chorro de agua fría. Todos lamentaban que el robo hubiera sido así de chapucero, tan de película de comedia barata y con pésimo resultado. Unos salían agobiados tratando de borrar el teléfono de contacto, —mierda las llamadas —pensaba otro. —Espero que consigamos pararlo, aunque ahora la Policía tendrá una pieza separada. Deja que yo me ocupe de los policías —comentó uno de los cargos que allí estaban presentes. —¿Y el chófer, ese no estaba de nuestro lado? ¡Le contratamos sólo para que pudiera pasarnos la información y vaya chapuza de información nos ha dado! —se quejaba un alto mando del partido. Tenemos que activar el plan b. ¿Y cuál es el plan b? Pues decir que estaba loco. Ya no encargaremos de él.