Pedro Sánchez desatado (y derrotado)
«Si de Feijóo quedó la imagen de hombre tranquilo y con algo de retranca, el presidente del Gobierno proyectó la de un hombre nervioso y antipático»
El entorno de Feijóo temía el cara a cara. Sánchez es mal parlamentario pero es efectivo en los debates. No por su rapidez mental, ni por su dominio de los datos, sino por su instinto apisonador. Ante las cámaras, como en las Cámaras, Sánchez es propenso a una agresividad verbal que suele avasallar a su adversario. Pero Feijóo no abandonó el plató como vasallo, sino como (imprevisto) amo y señor de la noche.
Ni el más optimista en Génova se atrevía a soñar con una velada como esta. A Feijóo le bastaba con empatar, y con esa mentalidad encaró el debate. En el cuerpo a cuerpo, Sánchez tiene la contundencia de un tractor, pero también su agilidad. Y Feijóo, desde la tranquilidad, le obligó a maniobras imposibles. Sus gafas de farmacéutico y su sonrisa irónica descarrilaron a un Sánchez que, cuando sentía que perdía el control, hacía lo peor que se puede hacer: acelerar.
La demagogia y las medias verdades en las que incurrieron ambos son gajes de este género funesto. Los debates electorales no propician conversaciones sobre políticas públicas, ni sirven para hacerse una idea de las propuestas de un partido. Pero valen para retratar el talante de los candidatos. Y si de Feijóo quedó la imagen de hombre tranquilo y con algo de retranca, Sánchez proyectó la de un hombre nervioso y antipático, incapaz de respetar el turno de palabra de su adversario y con exceso de frases prefabricadas. Feijóo no estuvo brillante, pero no le hizo falta. Sánchez se encargó de marcarse los goles en propia meta.
«Que el PP pactará con Vox fue desactivado por Feijóo con el ofrecimiento de un pacto de investidura contra los extremos»
El único mensaje que Sánchez logró colocar -el PP pactará con Vox- fue desactivado por Feijóo con el ofrecimiento de un pacto de investidura contra los extremos. Esto empujó a Sánchez a la contradicción de afirmar que Vox es un partido peligroso para la democracia, al tiempo que se negaba a abstenerse para evitar su entrada en el Gobierno.
Feijóo sí logró, en cambio, tallar sus mensajes, que no eran propuestas, sino enmiendas a la toxicidad de Sánchez: los pactos y cesiones al nacionalismo, la ley del sí es sí, Marruecos, el Falcon, los «cambios de opinión».
Hacia el final del debate, Sánchez le pidió a Feijóo que condenara el infausto «Que te vote Txapote». Y en esto también se equivocó. Porque por deleznable que sea el grito, muchos ciudadanos se sorprenden de que el presidente y su prensa afín exijan al PP la condena del «Que te vote Txapote» con más contundencia que exigen a Bildu la condena de lo que hizo Txapote.