El enemigo estaba en casa
«El candidato del PP no necesitaba alzar la voz para poner en evidencia la falta de escrúpulos del adversario y sus políticas populistas de los últimos cinco años»
Sánchez no estuvo cómodo en ningún momento, a pesar de haber dedicado cuatro días a preparar el cara a cara. Tampoco lo tenía fácil, pero era una oportunidad que no supo aprovechar. Él mismo se lo complicó desde el inicio de la pelea dialéctica.
En lugar de responder con argumentos, sin prepotencia y de manera convincente a las críticas del adversario, se empeñó en interrumpirle una y otra vez, en sonreír sin venir a cuento y en apostillar todo aquello que le molestaba. Como ese niño pequeño y mimado que coge una rabieta en cuanto le llevan la contraria.
Sánchez se equivocó de estrategia y de escenario, al insistir una y otra vez en meter al PP y a Vox en el mismo saco. Como le dijo Feijóo, «usted no me puede dar a mí lecciones y mucho menos sobre pactos». Y para demostrárselo, el candidato popular le recordó el 26 aniversario del asesinato de Miguel Ángel Blanco y los pactos del Gobierno socialista con quienes entonces colaboraban en los atentados de la banda terrorista ETA. Aunque no estaba Santiago Abascal sentado en la mesa, el líder de la ultraderecha tuvo un protagonismo destacado, al igual que el socialista extremeño Guillermo Fernández Vara, aunque por razones dispares.
«A Sánchez se le veía nervioso y descompuesto»
Con mucho más aplomo y tranquilidad, Feijóo le ponía a Sánchez sobre la mesa el pacto con los independentistas catalanes, los indultos, la derogación de la Ley de Sedición y la reforma de la malversación y las habituales concesiones a quienes fueron condenados por vulnerar el ordenamiento constitucional en otoño de 2017. A Sánchez se le veía nervioso y descompuesto, sobre todo cuando Feijóo le colocó encima de la mesa una carpeta con un documento firmado dentro y le invitó a que él también lo firmara, comprometiéndose a que sólo pueda gobernar en España quien gane las elecciones. Así se acabarían los chantajes y los bloqueos de otras formaciones políticas minoritarias.
En ese momento –repetido por Feijóo en varias ocasiones- Sánchez forzaba una mueca, a modo de sonrisa descontrolada y pedía ayuda a su compañero de Extremadura, Guillermo Fernández Vara. «Hable con Fernández Vara», insistía el candidato socialista, como único argumento a ese papel envenenado. Que le pregunten a Vara si el PP es consecuente con esa propuesta que impide gobernar a quienes no han ganado las elecciones. ¡Quíteme de ahí esa trampa!
A Sánchez no le estaba gustando nada lo que veían sus ojos y le temblaba el pulso. Feijóo, sin embargo, parecía más relajado, tomando notas y soportando las interrupciones del adversario, esperando una nueva oportunidad para sacarle a relucir a su contendiente asuntos y cuestiones que le incomodaban. Como, por ejemplo, el hecho de haber firmado en el BOE una ley que ha puesto ya en libertad a más de un centenar de condenados por violación, además de las rebajas de condena decretadas para más de un millar de delincuentes sexuales.
Mientras los moderadores aceptaban ya como mal menor y algo inevitable las continuas interrupciones y comentarios de Sánchez a su oponente, cada vez que algo no le gustaba, Feijóo iba desgranando, modiño a modiño, algunas de las actuaciones más inexplicables de Sánchez. Por ejemplo, el cambio de política respecto a Marruecos y el Sáhara.
«Nadie conoce todavía qué se esconde detrás de esa nueva política de alianzas en el Magreb»
Aquí la moderadora, Ana Pastor, intentó echarle una mano al acorralado presidente del Gobierno y le preguntó a Feijóo por los cambios que haría él si alcanzara la presidencia respecto a las actuales relaciones con el vecino del sur. El tiro de la periodista le salió por la culata. Feijóo echó mano de su retranca gallega y le contestó que difícilmente podía decirle cuál era la alternativa del PP, puesto que nadie conoce todavía qué se esconde detrás de esa nueva política de alianzas en el Magreb.
El único debate de toda la campaña entre Sánchez y Feijóo fue un poco desastre. Podía, incluso, haber acabado como el rosario de la aurora, si el segundo hubiera adoptado la misma actitud chulesca y prepotente que caracteriza al primero. Eso sí, nadie hubiera escuchado nada, salvo algún que otro insulto e improperio.
Menos mal que el candidato del PP no necesitaba alzar la voz para poner en evidencia la falta de escrúpulos del adversario y sus políticas populistas de los últimos cinco años.