Sumar (pobres)
«La marca herética y rosa de Podemos ha porfiado desde el Gobierno no solo en fabricar pobres, sino también en estigmatizar a empresas y empresarios»
En los comienzos de sus respectivos pontificados (corría el año 2014), Pablo Iglesias suspiraba por una reunión con el Papa Francisco, bien en el Vaticano, bien en Vallecas (en tu casa o en la mía). Años después y Falcon mediante, la ministra del Gobierno de Sánchez, Yolanda Díaz, cumplía aquel sueño. Visitaba «emocionada» y endomingada (menos mal) a Su Santidad en el Palacio Apostólico del Vaticano. Esta recurrente manifestación podemita de piedad resulta desconcertante. Al fin y al cabo, si la religión es «el opio del pueblo», el Papa Francisco debería de ser algo así como un narcotraficante premium.
Tengo presente que el postsocialismo es consciente, al menos desde Gramsci (quizá desde Schmitt, quizá desde siempre,) de que el pueblo solo sabe vivir la política como una religión y de ahí esa fascinación populista por la liturgia urbi et orbi, el hábito austero y esa prédica campanuda que comienza y recomienza con un «en verdad os digo…» Sin embargo, hay algo más íntimo y especial en las relaciones contra natura del Papa Francisco con Pablo II y Yolanda I (ordinales dinásticos al caer). Lo que les une a todos ellos es la perpetua y constante voluntad de Sumar, sí; pero de Sumar pobres.
¿Y cómo así?, se me dirá. Pues bien, la iluminación me llegó mientras leía una aguda reflexión del profesor boloñés, Loris Zanatta, sobre la acción política y pastoral del Papa Francisco. El título del libro habla por sí solo: El Papa, el peronismo y la fábrica de pobres (El Zorzal, 2023). Su tesis fundamental parece obvia por sus resonancias weberianas: cualquier gobernante que asocie la pobreza a cierta pureza de espíritu, muy probablemente acabará promoviendo tal pobreza. Su corolario en un espejo para príncipes chavistas y castristas podría rezar así: si quieres un pueblo puro de espíritu, no le arranques de su bendita pobreza.
«La lideresa de Sumar ya venía anunciando medidas depauperadoras desde el Gobierno de Sánchez»
La tesis del pauperismo salvífico (llamémosla así) explica la persistencia del retraso económico latinoamericano por el sustrato de un catolicismo populista à la Bergoglio, que enaltece la pobreza a izquierda y derecha del Cono Sur. De ahí que la industria latinoamericana más próspera haya sido, mal que nos pese a todos, la manufacturera de pobres a gran escala.
Como sabemos, es este modelo de producción pauperífero o pauperógeno el que hallamos en el modelo de «Estado emprendedor» del nuevo partido Sumar (caps. IV-VI de su programa electoral), cuya lideresa ya venía anunciando maneras y medidas depauperadoras desde el Gobierno de Sánchez. El lema secularizado del pauperismo podría actualizarse y desdramatizarse así: «¡Ser pobre es superchuli, ya verás!» o, conversamente y ya desde la barricada pauloeclesieísta: «¡Muerte a los tíos del puro!».
Los representantes de Podemos y de su marca herética y rosa, Sumar, han porfiado desde el propio Gobierno en copiar e importar el modelo improductivo del pauperismo. Y lo han intentado no solo fabricando pobres, sino también estigmatizando a empresas y empresarios que pudieran sentir la tentación de generar riqueza (i.e., corrupción de espíritu en el imaginario pauperista). Pero Sumar es partido moderno. Su retórica pauperista no se viste solo de gris-recaudador de impuestos. Su «kit de materiales de campaña» ofrece vistosos complementos prêt-à-porter como la casaca clientelar en tonos albirrojos-Santa Claus, las medias verdes ecosostenibles o el pichi anti-pichas en tonos morados.
Con mayor o menor éxito, todo parece indicar que tales prendas no abandonarán las pasarelas color salmón hasta que todos y casi todas (las «#AmigasDeSumar!» prosperan adecuadamente) seamos tan pobres de solemnidad como puros de espíritu. Los pobres ya no son una clase que deba extinguirse a golpe de subvención, sino una identidad que merece expandirse en fábricas de pobres.