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Esperanza Aguirre

Feijóo y la necesaria reconciliación

«Devolver algo de cordialidad a la vida política española es una de las cosas importantes que el líder del PP puede hacer desde la presidencia del Gobierno»

Opinión
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Feijóo y la necesaria reconciliación

Alberto Núñez Feijóo.

Después de la exhibición de madurez, templanza, prudencia y solidez humana y política que nos dio Alberto Núñez Feijóo en el debate frente a un presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, desarbolado e incapaz de controlar sus pulsiones autocráticas, quedan pocas dudas de que, con o sin Vox, Feijóo va a ser presidente del Gobierno de España dentro de nueve días.

Igual que hay pocas dudas de que va a ser así y que Feijóo estará en La Moncloa, también hay muy pocas dudas de que el trabajo que tiene por delante es gigantesco. Basta con recordar cómo el saliente Sánchez presume de haber sacado adelante más de doscientas leyes. La mayoría por decreto-ley, sin justificar la urgente necesidad, y sin cumplir la promesa que ha hecho de tramitarlas como leyes, en la mayoría de los casos, lo que ha impedido a la oposición manifestar sus puntos de vista en el Parlamento. 200 leyes son una muestra de un afán desmesurado de intervenir en la vida de los ciudadanos, propio de regímenes autoritarios, porque hay que legislar poco y siempre con mucho cuidado. Si, además, muchas de esas leyes se han redactado para dar gusto a sus socios comunistas, golpistas y filoterroristas, se puede comprender que la primera de las tareas que debe emprender Feijóo será la de derogar muchas de esas leyes, empezando, claro está, por la más perniciosa de todas, la de Memoria Democrática, seguida de las de Educación, la Trans o la de Vivienda.

Pero estas líneas no son para poner deberes al casi ya presidente del Gobierno, que, además, sabe de sobra lo que tiene que hacer. Sin embargo, sí quiero señalar una idea que creo que debe estar presente durante su próximo mandato: esforzarse por reconstruir la atmósfera de reconciliación que reinó en la España de la Transición y que el tándem Zapatero-Sánchez, coreado, desgraciadamente, por muchos socialistas, ha hecho todo lo posible por cargársela. Y hay que reconocer que con éxito.

«Los partidos constitucionalistas deben guardarse respeto porque, cada uno a su manera, quieren lo mejor para España»

Los dirigentes de los partidos radicalmente constitucionalistas (es una manera de nombrar a los partidos que creen en la indisoluble unidad de la nación española y están dispuestos a defenderla) pueden discrepar, discutir con acritud, decirse palabras gruesas, pero siempre deben guardarse un profundo respeto los unos a los otros, porque se supone que todos ellos, cada uno a su manera, quieren lo mejor para España. No sólo respeto, sino que, incluso, deben mantener abiertos canales de comunicación de lealtad, si no de cordialidad.

Todos sabemos lo que pasó en la madrugada del lunes 13 de julio de 1936, hace justo 87 años cuando escribo estas líneas: unos guardias de asalto, manejados por unos miembros de la Motorizada, que era el grupo armado que había creado el socialista Indalecio Prieto para que fuera su escolta, fueron a buscar a sus casas a los líderes de los partidos de la oposición al Gobierno del Frente Popular, José María Gil-Robles y José Calvo-Sotelo, para asesinarlos. Gil-Robles no estaba en su casa y se salvó de milagro, pero a Calvo-Sotelo sí que lo asesinaron.

Sólo 11 años después, el 18 de octubre de 1947, convocados por el Secretario del Foreign Office, Ernest Bevin, se reunían en la sede de ese Ministerio de Exteriores británico, el superviviente de aquella noche de julio, Gil-Robles, con el jefe de aquel grupo armado, Indalecio Prieto. (Prieto siempre negó que hubiera tenido que ver con aquella actuación de sus hombres, pero la actuación fue la que fue). El objeto de la reunión londinense era intentar que los socialistas, representados por Prieto, y los monárquicos, con Gil-Robles, se pusieran de acuerdo para buscar una salida democrática al régimen de Franco. Aquello no llegó a nada, pero demostró que dos políticos tan distintos y dispares como esos dos podían ponerse de acuerdo en algo y, muy importante, dialogar sin problemas.

Jugar a los futuribles no tiene sentido, pero, si en 1936 los políticos españoles hubieran tenido ese mínimo de cordialidad personal que, 11 años después, mostraron Gil-Robles y Prieto, puede que España se hubiera ahorrado su mayor tragedia del último siglo.

Afortunadamente, ahora, la situación es muy distinta a la de entonces, pero no hay que olvidar que el Pacto del Tinell (el que prohíbe a los socialistas pactar nada con el Partido Popular) sigue vigente y los cordones sanitarios que la izquierda impone a los partidos constitucionalistas de derecha, también. Y lo cierto es que la cordialidad ha desaparecido de la vida política española y esto es un hecho triste y casi trágico. Y es también triste y preocupante que esa cordialidad también haya desaparecido o esté desapareciendo de la vida cotidiana y familiar de los españoles, empezando por los catalanes, que, cada vez más, tienen que eludir hablar de política con sus amigos de toda la vida.

«Feijóo tendría que procurar hacer lo contrario que Zapatero-Sánchez porque no nos conviene la tensión»

Es evidente que, cuando se trata de partidos que son enemigos declarados de España, la cordialidad no puede existir, pero la actitud que, desde Zapatero se ha impuesto en las filas socialistas, la de, recuérdese, «nos conviene la tensión», ha hecho que escenas como la de Fraga presentando a Carrillo en el Club Siglo XXI o la de Suárez charlando y fumando en un sofá con Felipe González sean hoy difícilmente imaginables.

Feijóo tendría que procurar por todos los medios hacer lo contrario que Zapatero-Sánchez porque no nos conviene la tensión, salvo con los que quieren que España desaparezca, y no se olvide que esos son los que llevaron a Frankenstein a La Moncloa.

Lo que digo de populares y socialistas se puede ampliar también a los de Vox, víctima inocente de esos cordones sanitarios, que tan bien saben apretar los gurúes de la corrección política, escondiendo que Vox es un partido inequívocamente constitucional y que para los de Vox la unidad de España no es moneda de cambio para nada.

Feijóo demostró el otro día que, además de sentido del humor y de su sonrisa, a él talante de diálogo no le falta, y devolver algo de cordialidad a la vida política española es posible que sea una de las cosas importantes que puede hacer desde la presidencia del Gobierno.

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