THE OBJECTIVE
Alejandro Molina

'La cultura' manda votar

«El presidente del Gobierno y su entorno progresista han reivindicado como ‘cultura popular’ la más infame degradación del entretenimiento: la telebasura»

Opinión
1 comentario
‘La cultura’ manda votar

Ilustración de Arancha Tendillo.

«Cara al inmediato futuro electoral, la disyuntiva es bastante meridiana…» Con esta tortuosa locución preposicional se abre, en el último manifiesto del «mundo de la cultura», el párrafo que reclama el voto para determinados partidos políticos en las próximas elecciones, de lo que se infiere que la parte literaria de ese mundo cultural no habría estado esta vez demasiado representada; al menos en lo que a la redacción del manifiesto se refiere, pues para el lector desavisado la experiencia de leerlo hasta el final se desliza sutilmente de tortuosa a torturada.

Dejando de lado si un abigarrado grupo de sindicalistas, comunicadores, humoristas, políticos en activo (¡militando desorejadamente en las propias formaciones para las que se pide el voto!) y una cantante pop de Albacete que se acompaña de una bandurria se puede calificar de «mundo de la cultura”, sirve la ocasión para traer a colación la cuestión de la utilidad social de la implicación del intelectual o artista en el debate político.

Tengo para mí que esa implicación sí puede ser útil a la sociedad, pero sólo si, al emplazar e inquirir al intelectual o artista sobre una cuestión política, éste, al que se presume dotado de una superior u original inteligencia crítica, pone a disposición de la sociedad perspectivas, reflexiones y elementos de juicio, que, por su originalidad o audacia, al no estar al alcance del ciudadano medio, le sirven a éste para sopesar y valorar mejor las propuestas que se le hacen desde el poder o los partidos políticos para organizar la sociedad.

Mucho me temo que no es el caso del pronunciamiento de marras. Porque cuando no sirve para nada el liderazgo intelectual, es cuando el artista o intelectual asoma a los medios sólo para decir a qué partido va a votar, pidiendo al ciudadano que emule su elección. Y es que eso no nos permite a los demás armarnos de ninguna inteligencia crítica, y antes bien lo que persigue, precisamente, es que, si la tenemos, no la usemos. En esa tesitura, estoy seguro de que existen en la vida pública situaciones y circunstancias más legítimamente generadoras de la justa ira ciudadana, pero créanme no hay que desdeñar ni minusvalorar la capacidad irritante de un humorista de la televisión ilustrando al ciudadano medio sobre conceptos como el crecimiento macroeconómico o las formas de contratación laboral.

«Señores del manifiesto, manden votar a quien consideren oportuno, pero mejor no hacerlo relacionándolo con la cultura»

Si invertimos el binomio de la relación y pensamos, no en la intervención del mundo de la cultura en la política sino en la injerencia de ésta en el primero, encontraremos alguna explicación a esta elasticidad del concepto de mundo cultural y de sus supuestos representantes, así como a su habitual comportamiento como actores políticos. Como dejó escrito Rafael Sánchez Ferlosio (Patrimonio del Humanidad, El País, 20.8.2006), «la cultura es desde siempre, congénitamente, un instrumento de control social, o político-social cuando hace falta; por esta congénita función gubernativa tiende siempre a conservar y perpetuar lo más gregario, lo más enajenante, lo más homogeneizador»; con la tendencia además a «esgrimir un juicio de valor moral para decidir la pertenencia o no de una cosa a la cultura» (…), equívoco éste que nace «de esa actitud» -escribe Ferlosio-, «tan del PSOE de González, de privilegiar la cultura como cosa excelsamente democrática, y así se ha popularizado la manía de estar viendo cultura por todas partes, con nuevas y baratas invenciones; y a la mera palabra cultura se le cuelga impropiamente una connotación valorativa de cosa honesta y respetable».

Así las cosas, si para el poder político todo es cultura, hasta las más «nuevas y baratas invenciones», con ello cerramos el más lastimoso de los círculos, el que desemboca en la llamada «política cultural». ¡Y qué «política cultural»! Se ahorró el pobre Ferlosio con su muerte, hace ya unos años, presenciar el emético espectáculo de ver a todo un presidente del Gobierno y a su entorno ideológico progresista reivindicar como «cultura popular» la más infame degradación del entretenimiento que imaginarse pueda, lo último que una persona de izquierdas querría como forma de autorrealización y esparcimiento para sus conciudadanos con menos fortuna y alternativas: la telebasura de Sálvame.

Señores del manifiesto, manden votar a «las ciudadanas y los ciudadanos» a quien consideren oportuno, pero mejor no hacerlo relacionándolo con la cultura: es «bastante meridiano» que no tiene nada que ver con ustedes.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D