THE OBJECTIVE
José Luis González Quirós

Por una política reflexiva

«El resultado es la mejor lección que podemos recibir sobre nosotros mismos»

Opinión
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Por una política reflexiva

Noveno Gobierno de Francisco Franco reunido en San Sebastián. | Europa Press.

Aunque la ley electoral establece que el día previo a las urnas sea una jornada de reflexión, la verdadera meditación sobre lo que somos y lo que hemos hecho surgirá cuando quede clara la voluntad mayoritaria de los electores. El resultado, sea el que fuere, es la mejor lección que podemos recibir sobre nosotros mismos y que eso nos ayude a esclarecer cuál es nuestro verdadero rostro no es un mérito menor de la democracia.

Como decía días atrás Pablo de Lora, las elecciones no tendrían sentido si los ciudadanos estuviesen obligados a votar siempre de la misma manera, al margen de razones y circunstancias, determinados tan solo por una adscripción inmutable que no sería “la de ciudadano libre sino la del adepto religioso, siervo u oveja lucera”. Por esta razón, todos deberíamos aprender del resultado, haya sido o no conforme a nuestra idea, porque ese dato nos dice mucho sobre la sociedad en que vivimos y nos debiera ilustrar sobre las razones por las que se ha producido un triunfo y su fracaso correlativo.

No meditar sobre sus frecuentes decepciones y fiascos es uno de los males que pesan de manera muy habitual sobre las organizaciones partidistas, atentas solo a su propio interés, algo que las enajena mucho del sentir, la voluntad y los anhelos ciudadanos. Con frecuencia, los líderes perdedores aducen que los ciudadanos se han equivocado o que no han comprendido bien la situación, pero se trata de una explicación muy pobre. Sucede más bien que quien ha perdido no ha sido capaz de entender lo que los electores esperan de sus servicios, se ha dejado llevar por el halago de los incondicionales y su mirada ha perdido claridad y horizonte.

Los que creen que la política consiste en administrar, por las buenas o por las malas, una doctrina certísima y salvífica a los ciudadanos nunca admitirán que el valor de su verdad se someta al veredicto incierto de millones de personas no siempre bien ilustradas. Pero la política, y menos la política democrática, no puede ser la aplicación de un dogma sino algo que, como escribió Hannah Arendt, se hace “entre los hombres”, una conversación que busca acuerdos y que renuncia a la guerra y a su predecesora, la división entre amigos virtuosos y enemigos réprobos. Cualquier político que busque algo más que disfrutar del poder tiene que saber interpretar lo que los electores quieren en verdad para ser capaz de convencer con propuestas concretas, viables y prometedoras.

«Escuchar la voz de la muchedumbre, es un ejercicio de humildad en política»

La política se interpreta con frecuencia, sin embargo, de una manera solipsista, repitiendo una y otra vez lo que gusta oír a los propios, hasta el punto de que muchos son los que se convencen de que están ofreciendo una especie de perpetuo e inagotable maná y no se explican que los electores sean capaces de rechazar semejante maravilla, pero lo hacen y sobre esto es sobre lo que es necesario aprender. Por eso es ejemplar y valiosa, cuando se produce, la retirada de los que fracasan, porque admiten al menos que no han sabido ejercer con eficacia su oficio.

En las sociedades contemporáneas existen muy diversas formas de conflicto y, en numerosas ocasiones, se trata de conflictos irreprimibles e irresolubles, pero el político tiene que enfrentarse con ellos haciendo ver que sus propuestas son buenas para superar los peores efectos de esa clase de oposiciones, admitiendo cuanto sea posible la legitimidad de las opciones contrapuestas y poniendo el empeño en buscar salidas razonables, capaces de minimizar el costo que unos y otros hayan de soportar. Eso exige, en primer lugar, conocimiento a fondo de los problemas, diálogo con los protagonistas, participación ciudadana y debate libre. Cuando una política no recibe el respaldo de las urnas hay que pensar en cuáles de esas condiciones han estado ausentes de lo que se ha propuesto a los electores.

Las políticas basadas en el efectismo, la espectacularidad, el adoctrinamiento, el maniqueísmo o la exacerbación de los conflictos satisfacen los intereses de minorías muy activas, pero suelen fallar de manera estrepitosa cuando se enfrentan al escrutinio de las mayorías. Es, en el fondo, la vieja sabiduría de los versos populares que recogió Unamuno en su Vida de Don Quijote y Sancho, 

Vinieron los sarracenos 

y nos molieron a palos 

que Dios protege a los malos 

cuando son más que los buenos

Hay que aprender de las derrotas y de los recortes de expectativas porque es seguro que quienes las experimentan han hecho algo mal, al menos peor que los ganadores. La comparación entre las esperanzas y los frutos es la mejor pedagogía, aunque sean muchas las ocasiones en que los partidos se niegan a aprender una lección tan elemental para corregir sus políticas.

Insistir en “los principios” en los dogmas, en la bunkerización es útil para mantener una cuadrilla profesional a la espera ilusa de que vengan tiempos mejores, pero es pésima política si se trata de servir al interés de los electores, al bien de la Nación que nos acoge a todos. Es pan para los que solo saben vivir de la política y hambre para todos los demás.

Saber reconocer que lo que se ha propuesto a los electores ha fracasado, y más si se ha hecho asegurando que el adversario es un mero avatar del Maligno, es un paso indispensable para corregirse y para hacer que lo que se propugna pueda ser digno del aprecio más amplio posible. Las mayorías pueden ser engañadas por algún tiempo, pero siempre conservan rasgos indudables de lucidez que si no se saben interpretar hacen estériles los intentos políticos de cambiar las cosas, por bien intencionados que estén.

Después de una campaña tan poco exigente y sosegada sería del mayor interés que los partidos aprendiesen de la peculiar inteligencia de las masas, pues es muy raro que se dejen llevar por el delirio o busquen con ahínco la manera de causarse daño y dolor. Y no solo los partidos, los electores mismos debiéramos reparar en las razones de que muchos no compartan lo que nos parece evidente.

Apartarse cuanto sea posible de los catecismos que quieren sustituir la realidad que la gente vive por ensoñaciones retóricas y las verdades humildes de la vida de cada cual por historias desvencijadas y consignas de opereta señala el camino imprescindible hacia una política con capacidad de mejorar las cosas. Atender a la realidad tal cual es y no tal como la imaginamos es siempre una lección valiosa, así que saber escuchar la voz de la muchedumbre que guarda silencio de manera habitual es un ejercicio de humildad y de verdadera inteligencia, también en política.

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