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La otra cara del dinero

La ley electoral es el sheriff de Nottingham: roba al que tiene menos y se lo da al que tiene más

Pese a ello, apoyar al partido más grande no es siempre la mejor manera de maximizar la utilidad del voto

La ley electoral es el sheriff de Nottingham: roba al que tiene menos y se lo da al que tiene más

Los sondeos plantean un escenario en el que ningún partido logrará la mayoría absoluta y habrá que pactar para formar Gobierno. En la imagen, el presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, y el de Vox, Santiago Abascal. | THE OBJECTIVE

«El voto útil es a Vox», tuiteaba hace unos días Juan García Gallardo, vicepresidente de la Junta de Castilla y León y líder autonómico de la formación.

El eslogan iba acompañado de un mapa de España en el que se habían destacado en verde oscuro las «provincias donde si Vox no consigue el último escaño se lo llevan el PSOE, Sumar o los separatistas». Unos días después, en uno de los chats familiares de los que formo parte, alguien consultó: «Si se vota a Vox el domingo, ¿peligra que una coalición PP/Vox gane?».

La respuesta corta es que sí, y la explicación es el sesgo de la ley electoral en favor de los partidos grandes.

Las razones decorosas…

Se trata de un defecto de diseño deliberado que, como escriben Ignacio Lago (Pompeu Fabra) y José Ramón Montero (Autónoma de Madrid), «es una realidad casi universal». Douglas Rae (Yale) realizó un exhaustivo análisis internacional en los años 70 y concluyó que los sistemas de asignación de escaños se comportaban en todas partes como «el sheriff de Nottingham, que roba al pobre para dar al rico».

Esta regla general es especialmente acusada en el caso de España por varias razones, unas más decorosas que otras.

Entre las decorosas, Óscar Alzaga citaba la preocupación, compartida «tanto en el Gobierno como en la oposición», de que «no se heredaban al salir del franquismo grandes fuerzas políticas», sino un escenario fragmentado e inestable, como el que había abocado la Segunda República al colapso. La introducción de «severos correctores de la proporcionalidad» pretendía (y logró) incentivar las fusiones y coaliciones.

…y la verdad verdadera

Entre las razones menos decorosas figura una voluntad confesa de manipulación.

Josep Maria Colomer ha contado que el objetivo que perseguían los reformistas de Adolfo Suárez fue «la creación de unos mecanismos de representación que pudieran dar decisiva ventaja a las candidaturas que podían organizar desde el Gobierno». Y puesto que los sondeos les concedían un 36%-37% de los votos, se buscaron mecanismos que permitieran que la mayoría absoluta se alcanzara con ese porcentaje.

El principal fue convertir las provincias en circunscripciones.

«La fórmula d’Hondt», escriben Lago y Montero, «tiene una bien conocida tendencia a favorecer en mayor medida a los partidos grandes y a castigar con mayor dureza a los partidos pequeños», pero sus efectos varían con el tamaño de los distritos. En los grandes y en los pequeños «no afecta apenas a la proporcionalidad». Donde, por el contrario, su influencia es «intensa» es en los medianos. Como explicaba ayer Fran Serrallo aquí, «el baile de votos [en 16 provincias] podría ser definitivo para que uno de los bloques [de derecha o izquierda] sume la deseada mayoría absoluta».

¿Cómo se puede sacar el máximo provecho a la papeleta?

Una guía para dubitativos

Pensemos en una hipotética provincia en la que se disputan cinco escaños y en la que se presentan dos formaciones conservadores: el Partido de Derechas (PD) y el Partido Más de Derechas (PMD), y dos progresistas: el Partido de Izquierdas (PDI) y el Partido Más de Izquierdas (PMI). Los sondeos arrojan el siguiente reparto: PD, 5.500 votos; PI, 4.100; PMI, 1.900 y PMD, 1.000. Como prescribe D’Hondt, dividimos el número de papeletas de cada formación por 1, por 2, por 3, etcétera, y asignamos las actas a los cinco mayores cocientes.

El resultado se aprecia en el Cuadro 1.

La situación de partida en esa provincia da el triunfo a la izquierda: el PD y el PI se llevan dos diputados y el quinto en discordia es para el PMI. El PMD queda fuera.

¿Qué ocurre si, a la vista de este escenario, 500 votantes del Partido Más de Derechas se pasan a las filas del moderado PD? El resultado lo he recogido en el Cuadro 2. El PMI pierde el quinto escaño en liza, que se inclina ahora del lado del PD, y la derecha se impone por 3 a 2.

Supongamos ahora que el movimiento es el inverso, es decir, que 500 electores del moderado PD consideran que sus líderes han traicionado las auténticas esencias de la derecha y entregan su papeleta al PMD. Como el desplazamiento de votos no logra que este adelante al PMI, el PD pierde el quinto escaño en beneficio de la izquierda, como se aprecia en el Cuadro 3.

Se cumple, por tanto, implacable la lógica del sheriff de Nottingham: lo útil es robar al pobre para dárselo al rico.

¿Significa esto que, en caso de duda, lo prudente es concentrar el sufragio en el partido más grande?

Depende. Alterar el statu quo puede resultar contraproducente si se deja a medias, y es lo que podría ocurrir en aquellas circunscripciones en las que el Partido Más de Derechas aventaja al Partido Más de Izquierdas. He planteado ese escenario en el Cuadro 4. En él, PD y PI siguen llevándose dos escaños cada uno, pero el quinto es para el PMD. Se queda fuera el PMI y gana, por tanto, la derecha por 3 a 2.

Dado este equilibrio, ¿qué consecuencias tendría para el bloque de la derecha una deserción hacia el PD?

Depende de su magnitud. Podría suceder perfectamente que el trasvase no bastase para que el PD se hiciera con el tercer escaño, pero sí para que el PMD cayera por detrás del PMI, en cuyo caso la que ganaría ahora sería la izquierda. Es lo que refleja el cuadro 5.

Aquí lo útil parece mantener el voto al PMD.

Únicamente si la fuga hacia el PD se llevara hasta sus últimas (o casi últimas) consecuencias y los sufragios del PMD quedaran reducidos a un tercio, recuperaría la mayoría la derecha, como se aprecia en el Cuadro 6.

«Todavía no sé quiénes, pero ganaremos»

En vísperas de las primeras elecciones democráticas, el centroderecha español era un avispero.

Democristianos, liberales, conservadores varios y hasta socialistas pugnaban ferozmente por el control de la UCD, a cuya exacta medida se había hecho la ley electoral. De ahí que Pío Cabanillas, entonces subsecretario y muy pronto ministro, proclamara con seguridad: «Todavía no sé quiénes, pero ganaremos».

¿Ha llegado la hora de arrumbar unas reglas de votación de origen tan cuestionable?

Se han propuesto muchas alternativas, pero ninguna está libre de sesgos. Como demostró hace años Kenneth Arrow, diseñar un mecanismo que agregue todas las preferencias individuales y, al mismo tiempo, pueda considerarse democrático es imposible. Por eso, ¿para qué meterse en películas? El sistema español ha cumplido dignamente su papel y, aunque incentiva el bipartidismo, no lo impone. Como revela el ejemplo del PD y el PMD, el voto útil puede ser a Vox.

La propia UCD acabó desbancada por Alianza Popular, a pesar de la legendaria astucia de Cabanillas.

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