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La otra cara del dinero

Gabriel Tortella: «El capitalismo no es conservador, es totalmente revolucionario»

«La libre concurrencia sigue siendo, con todos sus problemas, el mejor motor de crecimiento económico», sostiene el catedrático de historia

Gabriel Tortella: «El capitalismo no es conservador, es totalmente revolucionario»

Las revoluciones no estallan cuando la miseria y la opresión se vuelven intolerables. Son consecuencia de la prosperidad inducida por el capitalismo. «Es lo que sucedió en Francia en 1789», dice el profesor Tortella. | TO

En su juventud, Gabriel Tortella (Barcelona, 1936) se consideraba «demócrata sin cualificaciones».

En un breve ensayo para el libro Pensamiento y economía en libertad ha contado que creía que los hombres, tomados juntos o por separado, «eran sabios y acertaban en sus decisiones políticas». Su estancia en Estados Unidos, entre 1963 y 1975, lo desengañó. Allí comprobó que la mayoría de los ciudadanos están mal informados, no solo «por culpa de los políticos y los medios, sino por su propio desinterés».

Como dice Maquiavelo en El príncipe, «están tan embebidos en sus asuntos privados que no prestan mucha atención a los públicos; por ello resulta tan fácil engañarlos».

La clave es la economía

Tortella había acabado en Estados Unidos por dos motivos principales.

El primero era ampliar su formación como economista, aunque no había sido esa sea su vocación inicial. «Cuando salí del bachillerato, la historia era lo que más me interesaba, pero mi padre me dijo: eso siempre podrás estudiarlo por tu cuenta; hazte mejor abogado, que tiene más salidas. Total, que me convenció y me metí en derecho sin saber muy bien lo que era».

Fue en segundo de carrera donde descubrió la economía.

«Teníamos una asignatura de economía política, el profesor era buenísimo y me di cuenta de que aquello era lo que me gustaba: una ciencia que explicaba el comportamiento humano y el funcionamiento de la sociedad». Como Marx sostenía, «no podía entenderse una sociedad sin conocer su sustrato económico».

Pasado de activista

El marxismo fue la segunda razón por la que salió de España.

«Yo nunca fui comunista, la dictadura del proletariado no me gustaba nada. Me parecía bien luchar contra Franco, pero no para instaurar otra tiranía, era saltar de la sartén para caer en el fuego». Su activismo se limitó a «la llamada Agrupación Socialista Universitaria, la ASU. Éramos un grupo de 10 o 15 personas que, humildemente, hicimos bastante… De hecho, me detuvieron y pasé en la cárcel varios meses».

Así que, en cuanto tuvo su licenciatura, Tortella se marchó a Estados Unidos con una beca Fullbright.

«Me saqué el doctorado y empecé a enseñar en la Universidad de Pittsburgh. Me había casado con una norteamericana que era hispanista y me encontraba muy a gusto. Pero en 1975 muere Franco, a esas alturas ya me había divorciado y, cuando me propusieron volver a España, dije que sí».

De bancos y ferrocarriles

Lo primero que hizo fue traducir su tesis.

«Era de historia económica. Uno de los profesores de Estados Unidos tenía mucho interés en Europa, se había doctorado con una investigación sobre los bancos y los ferrocarriles en Francia y me sugirió que hiciera lo propio, pero de España».

Le vino todo rodado.

Entre sus camaradas de la ASU figuraba Mariano Rubio, «el famoso», precisa Tortella, «al que luego le pasaron todas esas cosas [tuvo que dimitir del Banco de España por fraude fiscal]. Me dijeron: Mariano está ahora en el Servicio de Estudios, vete a verle, y no solo me dio acceso al archivo del Banco de España, sino que creó un pequeño grupo para echarme una mano».

La más poderosa palanca de desarrollo

El resultado de aquella colaboración fue Los orígenes del capitalismo en España y ahí empezó a reconsiderar su viejo ideario.

«La investigación me ha hecho cambiar a menudo de opinión y, en aquella ocasión, agudizó mis reservas hacia el marxismo. Descubrí que el mercado era una palanca de desarrollo poderosísima, una impresión que he podido corroborar a lo largo de mi carrera. En el siglo XVII, Inglaterra era la sociedad más liberal y por eso era la que más crecía. Y luego todos los países la imitaron y el crecimiento se generalizó».

Su apostasía del marxismo ha sido, no obstante, parcial.

«En Marx hay intuiciones geniales, como la idea de que el lugar que ocupa una persona en la sociedad, su trabajo y su nivel de ingresos determinan su modo de pensar. Pero Marx cometió graves errores. Se obcecó en que las ganancias de los obreros manuales nunca superarían el nivel de subsistencia, lo que se conoce como la ley de bronce de los salarios, y sobre eso levantó una visión, que, claro, al apoyarse en una premisa falsa, se vino en buena medida abajo».

Tortella cree que el propio filósofo se dio cuenta en su vejez «y por eso dejó de escribir y nunca terminó El Capital».

De espaldas a la teoría económica

A su vuelta de Estados Unidos, a mediados de los años 70, Tortella se encuentra con unos colegas poco habituados a contrastar con datos sus hipótesis.

«El gran patriarca de los historiadores era Jaime Vicens Vives, o Jaume Vicens Vives, como se dice ahora. Aunque su formación era totalmente de letras [estudió historia en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona], no le asustaban los números. Pero una cosa es no tener miedo a los números y otra dominar la teoría económica».

«¿A qué se refiere?», le pregunto.

«Vicens Vives sostenía que cuando los precios subían, había prosperidad y, cuando bajaban, había crisis. Es una hipótesis muy simplista que había tomado de [Earl J.] Hamilton, un historiador norteamericano cuyo trabajo también había servido de inspiración a [John Maynard] Keynes. Este leyó a Hamilton y dijo: pues es verdad, para evitar las depresiones hay que impedir las deflaciones».

La lógica es que cuando la gente ve que los precios caen, pospone sus compras, con lo que las ventas caen y, tras ellas, la inversión y el empleo, lo que a su vez reduce las compras, y vuelta a empezar.

«Pero las deflaciones», sigue Tortella, «no van siempre acompañadas de contracciones». La prueba es que las importaciones baratas de China de las últimas décadas han sido compatibles con una gran expansión. «Keynes elaboró una teoría mucho más complicada. Vicens Vives, por desgracia, ya no llegaba a eso. Entendía a Hamilton, pero no a Keynes».

Un tipo simplemente de izquierdas

Lo mismo ocurría con los discípulos de Vicens Vives que dominaban el establishment académico en los años 70.

«No habían estudiado ni a David Ricardo ni a Adam Smith», dice Tortella, «y por eso el proteccionismo les parecía estupendo. El propio Josep Fontana, que era un tipo muy inteligente, no tenía un modelo de sociedad. Era simplemente de izquierdas y por eso estaba en contra del mercado, cuando uno puede ser socialista y reconocer que el mercado funciona».

Ese es justamente el asunto central del ensayo que mencionaba al principio y que se titula ¿Socialista a fuer de liberal?

Ventajas e inconvenientes del liberalismo

La mano invisible es «la mejor guía para que la economía progrese», escribe Tortella.

La historia lo ha demostrado por activa y por pasiva. Por activa, cuando a finales del siglo XIX «el librecambio y la correlativa integración de la economía internacional trajeron consigo unos niveles de […] bienestar […] desconocidos». Y por pasiva, cuando en la primera mitad del siglo XX «el recurso casi universal al control estatal del comercio, tanto nacional como internacional», vino acompañado de «una caída generalizada de todos los indicadores».

Ahora bien, como escribió la economista Joan Robinson, «la mano invisible siempre funciona, pero a veces funciona por estrangulación».

La Belle Époque estuvo salpicada de crisis que sumían en la miseria a unos trabajadores que, en su inmensa mayoría, carecían de medios para sobrevivir sin empleo. También se exacerbaron las desigualdades, que ya eran enormes en el Antiguo Régimen. Y las empresas más exitosas tendían a crecer y erigirse en monopolios expoliadores.

La era de la socialdemocracia

Marx creía que estas tensiones solo podían corregirse mediante la abolición de la propiedad privada y el mercado libre, pero no hizo falta.

La adopción del sufragio universal obligó a tomar en consideración los intereses del proletariado y forzó la intervención del Estado para, por un lado, socorrer a los más débiles en los momentos de dificultad (seguros de enfermedad y desempleo, pensiones, salario mínimo, etcétera) y para controlar, por otro, a los poderosos mediante la regulación y la supervisión.

Hoy el sistema predominante en Occidente no es el capitalismo puro, sino la socialdemocracia, una combinación de socialismo y liberalismo que ha dado lugar, según Tortella, a «la mejor sociedad concebible, sin que sea la ideal».

Su introducción no ha sido, sin embargo, fácil ni indolora. A menudo se ha señalado que el siglo XX fue un siglo de contrastes. Asistió a un progreso tecnológico sin precedentes (la electricidad, la aviación, la radio y la televisión, los ordenadores), pero también a los crímenes más abyectos (las dos guerras mundiales, el holocausto nazi, Hiroshima, los gulag soviéticos).

Parece una contradicción, pero en realidad no lo es.

El capitalismo es lo revolucionario

Como defiende Tortella en Capitalismo y revolución, el libro de cuya primera edición se cumplen ahora 20 años, progreso y violencia están íntimamente conectados.

«En esto sí que sigo siendo marxista», me dice. «Al crecer y desarrollarse, las estructuras políticas, sociales y jurídicas quedan obsoletas y hay que sustituirlas». Esa lucha entre los partidarios de lo nuevo y los defensores de lo antiguo no se produce contra el capitalismo, sino que forma parte de su despliegue. Las insurrecciones no estallan cuando la miseria y la opresión se vuelven intolerables. Son consecuencia de la prosperidad inducida por una «libre concurrencia» que, con todos sus problemas, «sigue siendo el mejor motor de crecimiento».

«El capitalismo no es conservador», dice Tortella, «es totalmente revolucionario».

Todas las revoluciones hunden sus raíces en él. «Sucedió en Francia en 1789, en Alemania en 1848 y en España en 1931. La Segunda República fue un intento fallido de revolución pacífica. Únicamente tras la Guerra Civil y visto el fracaso del experimento autárquico, Franco se vio obligado, y bien a su pesar, a introducir reformas liberales y patrocinar una especie de revolución burguesa».

Nunca falta un idiota

Ese espíritu no es el que anima hoy a los sedicentes progresistas.

«Tras la Gran Recesión», le digo a Tortella, «algunos líderes de la izquierda han desempolvado el discurso antimercado. Pablo Iglesias y Yolanda Díaz quieren limitar los alquileres, controlar los precios, nacionalizar la banca y las empresas energéticas…»

Tortella sacude la cabeza con desaliento.

«Es la ignorancia total», contesta finalmente. «No saben nada de historia, no saben nada de economía, no saben nada de nada. Es puro populismo, recetas simplistas de gente ignorante. ¿Que suben los precios? Pues los tasamos. Pero, oiga, eso ya lo intentó Felipe II y no funcionó, dio lugar al mercado negro y a la distorsión absoluta, ha sido siempre un fracaso… Pero, ¿qué le vamos a hacer? Aristóteles ya alertó contra la demagogia. Es más vieja que las cajas de cerillas, pero nunca falta un idiota que propone una imbecilidad y otro que le sigue».

Como comprobó hace años en Estados Unidos, los ciudadanos siguen embebidos en sus asuntos privados, no prestan atención a los públicos y por eso es tan fácil engañarlos.

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