¿Cuánto pesa una lata de cerveza?
«La historia del progreso humano nos demuestra que es absolutamente falaz que los recursos naturales se estén acabando»
Hace unas semanas, el Parlamento Europeo albergó una conferencia internacional con el título «Más allá del crecimiento», un evento que inauguró la propia presidenta Von der Leyen haciendo alusión a publicaciones de hace más de 50 años que se han demostrado estrepitosamente erradas. Por si no fuera suficientemente alarmante que las instituciones europeas se gasten el dinero de nuestros impuestos en financiar investigaciones sobre cómo hacernos más pobres, lo más lamentable del asunto es que hasta los partidos que dicen respetar las libertades individuales se han sumado a este aquelarre woke institucional.
Dos eurodiputados del Partido Popular europeo han firmado un manifiesto donde se escriben cosas como «el modelo económico actual, basado en el crecimiento sin fin, ha llegado a sus límites» o «la búsqueda infinita del crecimiento se basa en el agotamiento de los recursos naturales». Vuelve la burra al trigo una y otra vez. No se cansan de repetir hasta la náusea eso de que el capitalismo es un modelo insostenible. Que no se puede crecer indefinidamente, que los recursos naturales se están acabando y que nuestro modelo de convivencia está en riesgo. Relatos más falsos que los euros de chocolate. Puro maltusianismo acientífico con claros tintes de control social disfrazado de estatismo paternalista.
La historia del progreso humano nos demuestra que es absolutamente falaz que los recursos naturales se estén acabando. Es falso que no podamos continuar creciendo y es falso que el capitalismo destroce el medioambiente. Veamos uno de los millones de ejemplos que podríamos poner.
Allá por 1959 se lanzó al mercado la lata de aluminio para la comercialización de cerveza y refrescos. Si bien la lata de conservas ya llevaba desde principios del siglo XIX dando vueltas, no fue hasta después de la II Guerra Mundial cuando este sector despegó, cosa que hizo definitivamente con la adopción del aluminio como material de fabricación. En España hizo su aparición en 1966, introducida por Cervezas Cruz Blanca al poner en el mercado la marca Skol, que los más nostálgicos recordarán. Desde entonces han tenido lugar innumerables desarrollos tecnológicos sobre algo tan aparentemente simple como una lata de cerveza.
En los años 60 se inventó el sistema de apertura Easy-Tab, mediante el cual podemos abrir la lata tirando de una anilla. Parece ahora muy evidente, pero seguro que ya ni recuerdan la última vez que buscaron un abrelatas por los cajones de la cocina para poder comerse una lata de mejillones. En la actualidad, prácticamente todas las conservas adoptan este sistema, pero las bebidas lo tienen desde hace sesenta años. Los maduritos del lugar recordarán que la anilla de la lata de cerveza se separaba de la misma al abrirla, hasta que en los años 80 se inventó el mecanismo Stay-Tab mediante el cual la anilla permanece sujeta a la propia lata. Esto supuso una clara ventaja medioambiental por partida doble: por un lado, no se tiraban al suelo millones de anillas (como lamentablemente seguimos haciendo con los chicles y las colillas) y, por otro, se favorecía el reciclaje del aluminio.
Un poco más tarde, las latas pasarían de tener tres piezas (base, cuerpo y tapa) a tener únicamente dos, permitiendo un ahorro todavía mayor de aluminio. Con el tiempo se desarrolla un nuevo método de fabricación llamado DWI que permite hacer latas de mucho menos espesor. ¿Acaso no recuerdan que, cuando muchos de ustedes eran niños, aplastar una lata de refresco costaba mucho más esfuerzo que ahora? Desde entonces, la fabricación de latas ha ido implementando nuevos métodos y desarrollos que han conducido a un enorme ahorro en el uso de aluminio, así como a facilitar el posterior reciclado del mismo.
Cuando las latas de aluminio salieron al mercado en 1959, pesaban 59 gramos. Hoy, una lata de refresco apenas llega a los 11 gramos de aluminio. El desarrollo tecnológico ha permitido reducir casi en un factor seis el uso de aluminio para fabricar el mismo producto. La lógica capitalista de búsqueda de beneficios ha logrado continuar suministrando un bien necesario para la sociedad, utilizando seis veces menos recursos naturales y con un impacto medioambiental mucho más reducido (por usar menos aluminio y por no tirar las anillas por ahí). Y todo esto sin tener en cuenta el reciclaje de las latas. Es decir, que el ahorro en extracción de aluminio del subsuelo del planeta supera con creces ese factor seis.
O si lo quieren ver de otro modo, si el consumo de cerveza y refrescos per cápita se hubiera mantenido constante, incluso multiplicando la población mundial por más de seis, se seguiría utilizando la misma cantidad de aluminio. O si lo quieren de otro modo adicional, cuando en los años 70 Paul Ehrlich (el inexplicablemente celebérrimo exégeta del apocalipsis maltusiano) nos decía que los recursos naturales se estaban terminando, un trabajador de baja cualificación en los Estados Unidos tenía que trabajar casi 40 minutos para poder comprar un kilogramo de aluminio. Hoy, ese mismo trabajador puede comprar un kilogramo de aluminio trabajando apenas 10 minutos. ¿Realmente se está acabando el aluminio?
«El progreso se basa en las instituciones que fomentan la libertad, en la inversión en capital y en la división del trabajo»
Esto demuestra que es radicalmente falso que un aumento de la población lleve al agotamiento de los recursos naturales. De hecho, es tan falso que en los últimos dos siglos años la población mundial ha pasado de 1.000 millones a más de 8.000 millones y lo único que hemos experimentado es una explosión en la abundancia de bienes y servicios, así como en la calidad de vida. Esto no podría haber sucedido si los recursos naturales fueran cada vez más escasos y, por tanto, cada vez más caros.
Una de las características fundamentales de las corrientes decrecentistas (y de todo el maltusianismo) consiste en querer frenar el crecimiento y el progreso mientras te convencen de que tu calidad y nivel de vida no van a cambiar. Obviamente, si dijeran abiertamente que seremos más pobres, nadie les compraría el discurso. El progreso se basa en las instituciones que fomentan la libertad, en la inversión en capital y en la división del trabajo. Boicotear esas instituciones conducirá, inexorablemente, a una ralentización o freno del progreso y, por tanto, de la calidad de vida de los seres humanos. Especialmente de aquellos millones que luchan cada día por salir de la pobreza y la miseria que les asola.
Mientras en Europa estamos empeñados en pegarnos tiros en el pie y torpedear las fuentes de nuestro bienestar, el resto del mundo parece tener las cosas algo más claras. Por eso nos estamos quedando solos, por eso hemos dejado de ser el referente cultural del mundo. Porque vivimos tan bien que nos hemos convertido en unos esnobs insufribles que se creen con derecho a dar lecciones de moral a los pobres del mundo. Y los pobres no soportan más nuestras excentricidades de niños mimados. El futuro lo tenemos perdido, nosotros, los europeos. El ser humano, en cambio, seguirá progresando. A pesar de que algunos intenten frenarlo con todo su empeño… y con nuestro dinero.