Dos cartas, dos retratos
«La carta que muchos esperábamos es una en la que Feijóo se ofreciese a investir a Sánchez con condiciones, y así alejar a los nacionalistas de la gobernabilidad»
Las cartas reflejan más el temperamento del firmante que su pensamiento. Son extractos de carácter más que de ideología. Este fenómeno se amplifica cuando los autores son de ambición aguerrida e ideas frágiles. De ahí el desánimo que he sentido al leer las misivas que Alberto Núñez Feijóo y Pedro Sánchez han intercambiado en los últimos días.
Núñez Feijóo abre el diálogo con un perfecto homenaje a la inanidad. Insiste en que nuestra tradición establece que la fuerza política ganadora en las elecciones generales es la que debe gobernar. Y para evitar despistes, se refiere a sí mismo como el «candidato de la fuerza política ganadora». En resumen, Feijóo le está reclamando a Pedro Sánchez su derecho a gobernar, como si no supiera cómo se suman escaños en España desde junio de 2018. La propuesta de Feijóo, como saben en Génova, no tiene posibilidad de éxito. Dirán que el objetivo es mostrase presidenciable y retratar a Sánchez como el adalid del «no es no».
Pero no estamos en 2016. Sánchez ya ha demostrado que es capaz de pactar hasta con el último ujier del Congreso para lograr la investidura. Y tras el 23-J le dan los números. Sánchez puede ser presidente con el no de Feijóo, pero Feijóo no podría ser presidente con el no de Sánchez. Feijóo depende de Sánchez, pero Sánchez puede depender de otros. Por eso la carta que muchos españoles esperábamos es una en la que Feijóo se ofreciese a investir a Pedro Sánchez con condiciones, para alejar a los nacionalistas de la gobernabilidad. Es probable que Sánchez declinara la oferta, pero sería la forma de hacer saber a los ciudadanos qué principios son irrenunciables para el Partido Popular (¿política lingüística, pensiones, cohesión territorial?) y, de paso, forzar a Pedro Sánchez a explicar su rechazo.
«Según el presidente en funciones, el 23-J fue un referéndum entre avance o retroceso»
La misiva de Sánchez es espejo de su talante plebiscitario. Confiesa haber convocado las elecciones generales en busca de clarificación sobre su gestión. Según el presidente en funciones, el 23-J fue un referéndum entre avance o retroceso. La carta sigue con un giro formalista, recordándole a Feijóo el artículo 99 de la Constitución. Y hace bien Sánchez: la costumbre no está por encima de las normas; en España gobierna quien logra mayor apoyo parlamentario.
Es, por eso, una lástima que abandone ese formalismo para reprocharle al presidente del Partido Popular la demora en la renovación del CGPJ. Un formalista ha de saber que no son los partidos, sino los diputados, a quienes les corresponde ponerse de acuerdo. Sabrá también que el PP no tenía —ni tendrá esta legislatura— mayoría de bloqueo (140). En otras palabras, el CGPJ podría renovarse sin los votos de los diputados del PP. La renovación exige una mayoría 3/5, es decir, 210 diputados de los cuales ninguno tiene que ser del PP. El problema si el PP se cierra, es que muchos de esos diputados tendrían que ser de Vox. Esto es curioso. Cuando PNV, ERC o Bildu se niegan a pactar con el PP, el PSOE no siente la obligación de salir a socorrerlo. Por el contrario, el PSOE considera que si no puede entenderse con Vox, el PP tiene la obligación de sentarse a negociar. Pedro Sánchez es costumbrista o formalista según le convenga. Esto no es noticia: Sánchez es un metal maleable, pero un metal al fin y al cabo. Queda averiguar de qué material está hecho Feijóo.