THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

No es sanchismo o muerte

«Hay que ser firme y no caer en el vicio del sanchismo, que ha convertido el PSOE en el sueño dorado de los que repudian la democracia liberal y la Constitución»

Opinión
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No es sanchismo o muerte

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | Europa Press

Quizá los sanchistas y sus palmeros deberían pararse a pensar por qué el PSOE solo puede tener socios que desprecian el mayor logro democrático de la historia de España, la Transición, y odian la Constitución que ha logrado más consenso entre los españoles desde 1812. Esa es la clave. Un partido socialista normal reconocería la victoria electoral del PP, y despreciaría a aquellos que solo buscan romper la normas de convivencia que permiten la libertad para convertir comunidades etnolingüísticas en Estados sin pluralismo.

Hemos normalizado el sanchismo hasta el punto de que sus terminales mediáticas aconsejan al PP hacer lo mismo para tener éxito, como si el PSOE hubiera ganado las elecciones del 23-J porque está en el lado correcto de la historia y de la política. O peor, como si el PP no tuviera un poder autonómico y local que ya quisiera el PSOE, y como si el Senado no estuviera en manos de los populares. Detrás de esa tergiversación de la realidad hay una conclusión que define la mentalidad izquierdista: sanchismo u ostracismo.

Los argumentos de esta manipulación son los siguientes. Primero: el ganador del 23-J ha sido el PSOE porque es capaz de reunir a más grupos ansiosos por sacar hasta las entrañas al Estado en beneficio propio, incluidos los referéndum de autodeterminación; esto es, la ruptura del orden constitucional. Así dan a entender que las matemáticas son más importantes que la democracia. Esta idea muestra la inmoralidad de la izquierda, que considera que lo democrático es un resultado numérico no la preservación de las instituciones que hacen posible las libertades.

«Los nacionalistas quieren en Madrid a un gobierno que les acerque a la independencia y les asegure su red clientelar»

Segundo: el PP solo puede gobernar si saca mayoría absoluta, y esto constituye un paréntesis desagradable en el glorioso camino socialista. Cuando la derecha no llega a los 176 diputados, la izquierda mediática se pregunta por qué el PP no puede sacar unos diputados más en esta España «progresista». Su respuesta viene dada en la pregunta: los populares están anticuados, son mohínos, y solo pueden pactar con los «ultras», con Vox, esos apestados, no como Bildu, ERC o Podemos, epítomes del progresismo. Es el realismo mágico: construyen al monstruo donde solo hay un adversario y luego demonizan el acercamiento a ese partido.

Tercero, y consecuencia de lo anterior: el PP debe unirse a los que hacen el cordón sanitario a Vox, que es el santo y seña para formar parte del universo sanchista. Su solución, dicen, es acercarse al PNV y, sobre todo, a Junts a fin de «normalizar» e «integrar» a los «díscolos» de Puigdemont. Esto como tontería no tiene precio porque, primero, no dan los números. Entre esos dos tienen 12 diputados y Vox atesora 33. Además, el PP se fundamenta en el Estado democrático de Derecho que define la Constitución de 1978, sus instituciones y la soberanía nacional, y los nacionalistas en negar ese conjunto. Esas «derechas» no pueden congeniar jamás. Esa solución solo puede salir de quien no entiende ni ha estudiado al electorado de la derecha española.

Cuarto: el eje de la política española es izquierda-derecha, progresismo vs. conservadurismo. Moverse por dicho eje para examinar los apoyos nacionalistas que recibe el PSOE es equivocarse o falsear la realidad. Los nacionalistas quieren en Madrid a un gobierno accesible y confortable, uno generoso en gestos que les acerque a la independencia y les asegure su red clientelar.

Ese es Sánchez, que ha fraguado su poder en una alianza con los nacionalistas. ¿Lo ha hecho siguiendo la dialéctica izquierda-derecha? No, sino con más dinero, más transferencias estatutarias, condonación de deudas, acercamiento de cinco etarras a la semana, indultos, derogación del delito de sedición, mesas bilaterales, memorias democráticas a la carta bilduetarra, y puerta abierta a otros Estatutos, a referéndum, a un Congreso plurilingüe, a una amnistía encubierta, o a grupos parlamentarios sin tener los diputados suficientes. Esto no lo hace el PSOE por ser de izquierdas, sino por congraciarse con el nacionalismo, que es una ideología bien distinta.

«No es el eje izquierda-derecha lo que define la política en el Congreso, sino el eje constitucionalismo-rupturismo»

Acercarse al PNV en la creencia de que la prioridad del nacionalismo vasco es la derecha y no su terruño es un suicidio. Va un ejemplo. Rajoy consiguió el apoyo de los peneuvistas para sus presupuestos, y a la semana siguiente lo apuñalaron para dar el poder a Sánchez. No es el eje izquierda-derecha lo que define la política en el Congreso, sino el eje constitucionalismo-rupturismo. Ninguno del bloque Frankenstein respeta la Constitución de 1978. Eso debería ser un indicio de que no es cuestión de izquierdas y derechas.

Convertir el sanchismo en la única fórmula para gobernar el país es mentir. Al PP y a Vox le salen las cuentas en los municipios y autonomías que no están infectadas por ese nacionalismo cuyo fundamento es ir rompiendo la Constitución para acercarse a la independencia. También al PP le salen las cuentas en el Senado. Hay que ser firme y no caer en el vicio del sanchismo, que ha convertido el PSOE en el sueño dorado de los nacionalistas y comunistas que repudian la democracia liberal y la Constitución como fórmula de convivencia.

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