THE OBJECTIVE
Alfonso García Figueroa

El cencerro desafinado de Feijóo

«Los pactos con Vox han sido contemplados como un escarceo indecoroso del PP, mientras que los pactos socialistas no han resultado de mal tono»

Opinión
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El cencerro desafinado de Feijóo

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. | Europa Press

Los ajedrecistas y los partidos políticos se afanan por dominar algún centro. Sin embargo, el centro político, entendido como moderado punto medio, se ha desvanecido; porque se han multiplicado los ejes para trazar sus extremos (pobres/ricos, negros/blancos, verdes/no-verdes, nacionalistas/solidaristas,  indígenas/no-indígenas, inmigrantes/residentes, mujeres/hombres, etc.). Ante tal confusión multiclasista, resulta imposible ubicar el centro. Solo cabe reconocerlo vaga y eventualmente por su oposición de buen tono a lo ob-sceno (literalmente, lo que queda fuera de la escena).

Y en efecto, las últimas elecciones generales de esta España centrifugada han demostrado que quien consigue definir su posición como la contraria a lo obsceno, se hace con la escena, con el centro y con sus mieles electorales. De ahí la imperiosa necesidad política de airear vergüenzas ajenas (ciertas o presuntas, poco importa) con el fin de confinar al adversario en la obscenidad más escandalosa; es decir, condenarlo al destierro del extremismo.

Tiempo ha, en muchos pueblos de Galicia (aunque no sólo allí) los mozos armaban una buena bulla, la  «cencerrada», cuando algún vecino o algún forastero contravenía obscenamente ciertos usos no merecedores de sanción penal; pero sí de desaprobación social. ¿Cosas de vida o muerte? No, desde luego; pero pagar, la pagabas con unos estertores difamatorios que documentaba hace muchos años el antropólogo Xesús Taboada Chivite: «crotalorum, tintinnabulorum strepitus, sonitus». 

«Hace ya tiempo que las coaliciones políticas chirrían por su obscenidad poliamorosa a los electores de corazón bipartidista»

Por ejemplo, se oficiaba una cencerrada la noche de bodas entre contrayentes de edad muy desigual o avanzada, o entre viudos, o cuando el novio no pagaba al gaitero en la fiesta nupcial o cuando el novio forastero no había «pagado el piso» (es decir, no había invitado a beber a los mozos del pueblo en pago a venir a esposar a una moza de las suyas). Como vemos, las cencerradas no afeaban ilícitos. Más bien, la cencerrada ahogaba el chirrido de lo obsceno, dejando inaudible la mala nota. Salvaba de la estridencia del tabú el buen tono comunal. 

Significativamente, buena parte de las cencerradas eran provocadas por asuntos matrimoniales. En nuestra aldea ibérica, hace ya tiempo que esos matrimonios de conveniencia que son las alianzas y coaliciones políticas les vienen chirriando por su obscenidad poliamorosa a los electores de corazón bipartidista. Es entonces tarea de los líderes políticos impedir que los cencerreiros contrarios pongan en evidencia con su cencerrada lo obsceno de una boda poco decorosa en la propia familia y para ello nada mejor que poner a trabajar a los propios cencerreiros y afear la boda del clan contrario.

En nuestra aldea descentrada, los pactos con Vox han sido contemplados como un escarceo indecoroso del PP, mientras que los pactos socialistas no han resultado de mal tono. En nuestra aldea ibérica, el clan socialista ha arruinado el prometedor bodorrio PP-Vox con sus cencerreiros al grito extemporáneo de «¡No pasarán!». Y lo han conseguido, sobre todo, porque han ahogado (sin apenas dejarles abrir la boca) la cencerrada del «¡Que te vote Txapote» contra el concubinato poliamoroso del PSOE con Sumar, Bildu, ERC y, lo que es más importante: ETC. 

A cencerrada pasada, parece mentira que el gallego Feijóo no hubiera reparado en la importancia de tener cencerreiros más capaces y cencerros más potentes y mejor afinados. Fortiter in modo (y no sólo suaviter in re) parece la subversiva divisa política para dominar el centro en esta España nuestra, que está —triste es decirlo— como un verdadero cencerro.

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