THE OBJECTIVE
Fernando Múgica

El dilema del PNV

«El PNV está entre la espada y la pared y le toca averiguar en qué medida puede ganar algo y hasta qué punto perderá más o menos poder de cara a 2024»

Opinión
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El dilema del PNV

El presidente del EBB de EAJ-PNV, Andoni Ortuzar. | H. Bilbao (Europa Press)

Andoni Ortuzar, presidente del PNV, puede repetir cuanto quiera no es no, que bien podría  cambiar a un jocoso sólo sí es sí para distanciarse de los cortejos del PP para favorecer su  investidura. Pero esta figura de quien tiene la sartén por el mango sobre el futuro de la gobernabilidad de España no es sino un efímero espejismo de un partido que ya ha dado la orden de sálvese quien pueda, pues le acaban de hacer un jaque. 

Su relegación a segunda posición global de concejales en el País Vasco y el sorpasso de Bildu en  Navarra y en las elecciones generales han dejado claro lo que muchos temían. Su hegemonía en País Vasco toca su fin. Tras más de 40 años siendo el partido más votado, la gente se ha aburrido  y la juventud carece de -como diría el Gobierno– memoria democrática, encontrando en Bildu  una opción que podríamos llamar «más útil» o, como mínimo, menos rancia que la habitual tónica nacionalista.  

Con las elecciones autonómicas vascas asomando el próximo año, el PNV está en fase de control de daños, calculando cuántos asientos autonómicos están en juego, cómo recuperar el voto perdido y encandilar a los jóvenes y, por encima de todo, cómo evitar desangrarse más. 

Y aquí entra la investidura, en la que hay dos opciones aparentemente simples: apoyar a Pedro Sánchez, cuyo gobierno realmente dependería de Junts Per Catalunya arriesgando una  repetición electoral, o garantizar el gobierno del PP. 

«Estos últimos cuatro años de apoyo al Gobierno socialista a cambio de las habituales concesiones no han reforzado al PNV»

Comenzando con Sánchez y su hipotético segundo mandato, estos últimos cuatro años de apoyo  al Gobierno socialista a cambio de las habituales -y no tan habituales– concesiones no han  reforzado al PNV. Al revés, Bildu ha salido más favorecido tanto en imagen como en resultados  electorales, y si Sánchez repite gobierno será Bildu el que preste más apoyo en términos de  diputados y acapare los focos. 

El PNV mantiene control de la autonomía y de las principales ciudades del País Vasco, por lo que  seguiría siendo la voz cantante en muchas negociaciones, pero ¿hay visos de que un nuevo apoyo  a Pedro Sánchez le reporte algún beneficio concreto? Ciertamente no le hará ningún daño, pero  tampoco parece que le vaya a beneficiar demasiado en su feudo electoral, por no decir nada. 

Lo que lleva al apoyo al PP, opción que, aunque muchos lo nieguen de puertas afuera, ha ganado peso tras la inmolación de Santiago Abascal renunciando a cualquier posición en un hipotético gobierno de Feijóo. No sería ni la primera vez ni la última que el PNV actuaría de partido bisagra con la derecha. Al fin y al cabo, se trata de un partido de corte conservador. 

Pero si analizamos la ecuación de coste/beneficio en caso de apoyar al PP, entramos en terreno pantanoso, puesto que la narrativa que predominaría desde el primer minuto se resumiría en  una palabra: traición. Traición a la soberanía vasca, a sus objetivos y a varios etcéteras rimbombantes. Da igual que Vox quede apartado, pues esa tangente asociativa que cuelga como  un fino hilillo es más que suficiente para formular un discurso que aduzca a la vergüenza y a la  resurrección del fascismo. Y aquí hablamos de la reacción de Bildu. 

En el caso del PSOE, depende. En el País Vasco ya se viene oliendo desde hace tiempo que el PSE cavila con comenzar a pactar la gobernabilidad de los ayuntamientos y de la comunidad con Bildu de darse la oportunidad. Por ahora no se ha hecho, ya sea por cálculos políticos o porque el PNV aún parece la opción más estable, pero si el PNV cambiara de zapatos, ¿quién dice que el  PSE no comenzaría a cambiar sus pactos municipales y autonómicos con Bildu como socio prioritario? Este escenario depende de hipótesis que se desarrollarían con el tiempo pero seguramente ya se ha vislumbrado.  

«O pasa al ataque o se tendrá que resignar a ser segundón de Bildu durante los próximos años»

Y, por último, en términos de votos, es probable que haya cierto voto y abstención de castigo -cosa muy española por otra parte- de darse un apoyo al PP, pero realmente ¿tan insalvable sería  esa situación? El PNV ya ha perdido en torno al 20%-25% de su electorado entre elecciones municipales y generales y se enfrenta a un futuro electoral en el que, o pasa al ataque, o se tendrá que resignar a ser segundón de Bildu durante los próximos años, tanto a nivel autonómico  como nacional. 

Con Vox fuera de la ecuación quedan pocas excusas y se abre la oportunidad de dejar a Bildu  fuera de juego y mostrar esa imagen de «utilidad y pragmatismo» político del que tanto se ha  valido el PNV durante décadas. Recibiría críticas, seguro, pero tendría un año como llave del  gobierno para ganar concesiones y controlar la narrativa, cosa que no tendrá si apoya un  gobierno del PSOE. 

Muchos lo visualizarán como un suicidio político que arriesgaría la revalidación de Íñigo Urkullu como Lehendakari, con el consiguiente desastre de que Otegi pudiera ocupar ese puesto, pero realmente esa posibilidad está ya sobre la mesa. Los números pueden bailar de un lado o de otro. Aquí se trata de revertir una marea, no de frenar una única ola. Es una guerra de desgaste y quedarse quieto no es una opción. 

Lo que sea que esté ocurriendo en la sala de máquinas, el PNV está innegablemente entre la espada y la pared y le toca averiguar en qué medida puede ganar algo y hasta qué punto perderá  más o menos poder de cara a 2024. El PP ya está sondeando a Coalición Canaria para conseguir  una investidura aunque sea por mayoría simple, así que si vemos la política como un tablero de  ajedrez en el que se mueven y sacrifican piezas, Ortuzar debe decidir si se decanta por Magnus Carlsen o Hans Niemann. 

*Fernando Múgica es nieto de Fernando Múgica Herzog, dirigente socialista asesinado en febrero de
1996 en San Sebastián por ETA.

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