Bukele contra las pandillas
«Gracias a la severa política de orden público del presidente, la sociedad salvadoreña ha recobrado la esperanza y el centro de la capital hierve de vitalidad»
Human Rights Watch (Observatorio de Derechos Humanos) es una organización no gubernamental (ONG) que se dedica a la investigación, defensa y promoción de los derechos humanos en todo el mundo. Su propósito es meritorio, y muchas personas y colectividades le tienen que estar agradecidas a sus denuncias y a sus campañas. Pero, por otra parte, hay algo vagamente presuntuoso, cuando no ridículo, en la pretensión de erigirse en juez moral en tantos conflictos y escenarios simultáneos. El mismo hecho de que HRW tenga la sede en Nueva York ya despierta una sonrisa. Muchas veces hemos visto a esa ONG equivocarse crasamente al denunciar determinados hechos o procesos sin tener en consideración el contexto en el que suceden, como si la lente con la que enfocan tuviera el objetivo muy cerrado por dogmas apriorísticos.
Sus reiteradas denuncias de la política de Nayib Bukele, en El Salvador, contra las maras o pandillas, es uno de estos casos clamorosos de irenismo moralista. No hace falta decir que las fotografías que la prensa y la televisión prodigan, en las que miles de prisioneros con la cabeza rapada al cero, el cuerpo profusamente tatuado, vestidos sólo con unos calzones blancos, con las manos esposadas a la espalda, corren desde un camión a una cárcel, para luego tener que sentarse en cuclillas, el pecho de cada uno pegado a la espalda de otro, escoltados por numerosos policías embozados y armados hasta los dientes, para llevar una vida hacinada y miserable hasta que sean llevados ante el tribunal, que encima los juzgará en grupos de varios cientos, son escalofriantes y tienen que inquietar a cualquier ser medianamente sensible a la dignidad intrínseca del ser humano.
Human Rights Watch denuesta a Bukele y su Gobierno por la crasa violación de los derechos humanos de estos presuntos delincuentes -muchos de los cuales, no cabe de esto tampoco ninguna duda, se integraron en la vida criminal de las maras empujados por la miseria, y como única posibilidad de supervivencia-, y también por un número indeterminado de inocentes presos, abusos y casos de muertes injustificadas.
«La inmensa mayoría de los salvadoreños celebra el inclemente tratamiento que se le aplica a los matones»
Lo que la meritoria ONG no sabe, o no quiere saber, o, desde las alturas de su superioridad moral y de su fe democrática no quiere tomar en la debida consideración, es que la inmensa mayoría de los ciudadanos salvadoreños celebra –en muchos casos como una demasiado demorada vindicación y venganza- el inclemente tratamiento que se le aplica a los matones, acepta como daño colateral de la guerra contra el imperio del crimen que algunos justos paguen también las culpas de tantos pecadores, y disfruta del rápido y positivo cambio que Bukele ha traído al país. Sí, hay signos preocupantes de tendencias totalitarias, de absorción o vaciamiento de poderes locales o regionales (que por otra parte suelen ser perezosos e inoperantes). Sí, Bukele va a cambiar la ley electoral, violentando la Constitución, para cuando acabe su mandato, en 2024, optar a la reelección. Bueno, la práctica totalidad de los salvadoreños se horrorizaría si no lo hiciese.
Durante décadas, la vida de la sociedad salvadoreña, sometida al poder de las maras o pandillas, ha sido infernal. Hasta ahora, la vida del ciudadano no valía nada; salir de casa, pisar la calle, suponía exponerse a un peligro alto de extorsión o robo o ataque; los índices de violencia estaban desatados; la proporción de asesinatos, una de las más altas del mundo.
El único lugar seguro para pasear en San Salvador eran los malls o grandes almacenes, convertidos en fortalezas protegidas por un contingente de vigilantes armados, donde las familias podían pasear a salvo, comer y hacer la compra, sin ser saqueadas ni recibir un balazo en caso de intentar resistirse.
«El equipo de Bukele se propone cambiar radicalmente al desdichado país en un tiempo récord»
Ahora, por el contrario, y gracias a la severa política de orden público de Bukele, la sociedad ha recobrado la esperanza y el centro de la capital hierve de vitalidad y de celebración. Y celebran los burgueses, los dueños de establecimientos y sus empleados y hasta los más modestos vendedores ambulantes de pupusas, ya no en peligro permanente de ser desvalijados o forzados a pagar vergonzosa protección a los matones armados.
El equipo gubernamental de Bukele es hiperactivo, eficiente y moderno, y se propone cambiar radicalmente al desdichado país en un tiempo récord. Para conseguirlo, para potenciar la activación de la economía –ahora todavía dependiente de los envíos de dinero de los emigrantes— el primer paso era restablecer la seguridad en las calles, destruir a las mafias. Ya está hecho.
A la hora de enjuiciar su actuación será decisivo ver cómo se reintegrarán a la sociedad, cuando pase el tiempo, esas docenas de miles de pandilleros ahora enjaulados. Cómo orquestar un proyecto para hacerlos inofensivos y darles una segunda oportunidad en su hasta ahora dañina y triste vida. Eso, y no las jaculatorias y las disquisiciones bizantinas en las que suele complacerse el bonismo occidental.