THE OBJECTIVE
Carlos Granés

Javier Milei y el regreso a la Edad de oro

«Su sectarismo es enfermizo al punto de que la izquierda no es para él la oposición o los que piensan distinto, sino ‘los zurdos de mierda’»

Opinión
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Javier Milei y el regreso a la Edad de oro

Javier Milei, economista, político y docente argentino, líder del espacio político La Libertad Avanza y candidato a la presidencia de Argentina | EuropaPress

Cuando parecía que el tiempo de la política salvaje y de las melenas estrambóticas había expirado, Javier Milei dio la sorpresa en las primarias argentinas venciendo al peronismo y al macrismo. El anarcocapitalista ha removido la política de su país de la misma forma y con los mismos métodos que permitieron a Pablo Iglesias pasar del anonimato a la vicepresidencia de España en unos pocos años. Para entender lo que ha ocurrido con Milei hay que recordar qué hizo Iglesias. Los dos aparecieron en platós de televisión encarnando y representando la rabia y la frustración con la clase política en momentos muy determinados. Iglesias, en medio de la peor crisis económica que había sufrido España en décadas, y justo cuando empezaba el 11-M; Milei, cuando surgía el trumpismo en Estados Unidos y el Brexit en Inglaterra, y la derecha tradicional argentina se mostraba incapaz de prevenir una nueva crisis inflacionaria. Los dos leyeron muy bien el momento y escenificaron ante el público la indignación y el repudio, la rabia y el odio visceral que la sociedad sentía por los supuestos culpables, lo que ambos señalaban con la misma expresión, «la casta», que englobaba al establecimiento político y económico.

«Ambos son profetas, aunque de religiones opuestas»

No era en lo único que se parecían. A diferencia de populistas como Trump, sagaces y resbaladizos pero incompatibles con los libros, Iglesias y Milei tenían un bagaje conceptual notable y un discurso que desacomodaba a sus adversarios por oscilar entre lo técnico y lo doctrinario. Si Iglesias popularizó a Gramsci, Milei ha puesto de moda a Hayek y la escuela austriaca de economía. Algo más los hizo atractivos entre los jóvenes: ambos elevaban su discurso al ámbito moral. No sólo tenían ideas nuevas; por encima de eso tenían la verdad moral. Iglesias se vendió como el único político libre de vicios, y por lo mismo el único capaz de barrer la corrupción de la política, mientras Milei defiende sus ideas capitalistas no como instrumentos eficaces para superar los problemas económicos, sino como un sistema de valores moralmente superior al «robo» de la justicia social y al «adoctrinamiento» socialista. Ambos son profetas, aunque de religiones opuestas.

La pureza moral, sumada a una actitud rebelde y transgresora, salvaje y performática, se convirtió en ambos casos en un gancho para quienes no se sentían representados. En 2015 Iglesias parecía ser el favorito para ganar las elecciones, de la misma forma en que Milei parte ahora en la pole position para las elecciones del 22 de octubre. Iglesias se proponía acabar con la Transición española; Milei, con el peronismo. Ambos aprovecharon un momento de putrefacción y crisis para introducir temas en la discusión pública hasta entonces marginados, como la creación de una banca pública para España o la destrucción del Banco Central en Argentina. 

Iglesias finalmente llegó al Gobierno, se compró un chalet, dejó a su esposa en un ministerio y no tardó en aburrirse y volver a un terreno en el que se siente más cómodo: la agitación ideológica. Milei por el momento es un enigma, pero su estilo confrontacional y su radicalismo mesiánico lo convierten en un candidato impredecible. Su capital político no viene tanto de él como de las políticas que desde 1930 transformaron a la Argentina liberal y rica en un sistema corporativo, proteccionista e intervencionista,  liderado por el ejército y la Iglesia, primero, luego por Perón y sus herederos. Ese sistema consiguió el milagro inverso: trasformar una potencia mundial en un país tercermundista, un enfermo crónico al que Milei ha prometido curar y devolver a su Edad de oro. Si Pablo Iglesias idealizó la República, Milei mira al final del siglo XIX y principios del XX, el período en que su país fue una potencia mundial. 

«Sabiendo que allí tendrá una férrea oposición, ya ha dado a entender que su medidas las moverá en la calle»

Para ello le sobran medidas radicales -desde reducir el Estado al mínimo y dolarizar la economía hasta permitir el porte de armas y la venta de órganos– pero le faltan apoyos en el Congreso. Sabiendo que allí tendrá una férrea oposición, ya ha dado a entender que su medidas las moverá en la calle, mediante plebiscitos que presionen a la casta política. En eso se parece a otro populista, Gustavo Petro, que ha hecho lo mismo en Colombia: presionar al Congreso con movilizaciones callejeras y argumentando que sus reformas no necesitan del legislativo porque ya las aprobó el pueblo en las urnas.

El gran problema es que eso no funciona, la calle no legisla. El candidato tendrá que contrastar su visión con la realidad, y a lo largo de ese penoso tránsito se pondrá a prueba su carácter democrático. Hay motivos para moderar el optimismo. Milei es intransigente y redentor y considera que sus ideas son la salvación para Argentina, el camino de retorno a la arcadia perdida. Su sectarismo es enfermizo al punto de que la izquierda no es para él la oposición o los que piensan distinto, sino «los zurdos de mierda». Además tiene el tic típico de la nueva ultraderecha: llenarse la boca con la palabra libertad sin condenar las dictaduras militares de los setenta. Para colmo, su candidata a la vicepresidencia, Patricia Villarruel, es muy cercana al ejército.

Con esos rasgos de personalidad y esa visión de sí mismo, ¿respetará las reglas de juego o preferirá seguir el camino del otro libertario que ya gobierna en América Latina, Bukele, buscando la sintonía del pueblo y del ejército para acorralar a los jueces y al Congreso? Sería mejor no tener que averiguarlo. 

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