THE OBJECTIVE
Jorge Freire

Matar a los pobres

«El nihilismo es lo que surge cuando las ideas progresistas se ponen al servicio de la fría razón económica»

Opinión
4 comentarios
Matar a los pobres

Una jeringuilla. | Pixabay

Parece mentira que no se nos ocurriera antes. Swift propuso comerse a los niños para acabar con la hambruna irlandesa, pero la idea fue tomada a chacota: ¿quién hay tan inhumano? Cosa bien distinta es que el Estado administre muerte a atorrantes desconocidos. ¡Ah del progreso!

Uno de cada tres canadienses está de acuerdo en que se recete suicidio asistido a las personas sin hogar o en situación de pobreza. Así lo afirma una encuesta reciente de Research Co. Hace dos años, Canadá legalizó el suicidio asistido para personas que no tienen una enfermedad terminal. Desde entonces, un buen número de pacientes que no habían encontrado la atención médica que necesitaban se decantaron por el suicidio asistido. 

¿Quién puede cuestionar una novedad cuando viene sellada con la plica de los derechos humanos? Hablamos de Canadá pero también podríamos hablar de Noruega. Ya dice el tópico que los pueblos del norte nos llevan mucha ventaja. Sin duda ellos ya ruedan por el precipicio pero nosotros, pertinaces en nuestro afán de imitación, vamos detrás.

«Los pueblos del norte nos llevan mucha ventaja. Sin duda ellos ya ruedan por el precipicio pero nosotros, pertinaces en nuestro afán de imitación, vamos detrás»

El nihilismo es lo que surge cuando las ideas progresistas se ponen al servicio de la fría razón económica. Hace unos meses, una científica noruega sugirió que se podría hacer uso de las mujeres en muerte cerebral para gestar: ¡todo ventajas! Repugnante es, asimismo, la propuesta del famoso Milei de que cada uno pueda vender libremente sus órganos. Algunos de nuestros liberales, que lo tienen fácil para vencer la repugnancia, pues ha tiempo que perdiendo el reflejo nauseoso, celebran la ocurrencia. Uno se los imagina ante la máquina de vending, encogiéndose de hombros y celebrando que se haga con arreglo a la ley. 

Hace cuarenta años, Arthur Koestler se suicidó en su apartamento londinense. Contaba con una edad provecta, sufría leucemia y un párkinson incapacitante. A Koestler, que es uno de mis héroes literarios, le dediqué mi segundo libro. Literaria fue, en efecto, su vida, y también su salida de ella. Moría en pareja, como Laura Marx y Paul Lafargue, como Stefan y Lotte Zweig, como el matrimonio de Patriotismo, de Mishima… Los dos, Arthur y su mujer Cynthia, pertenecían a una asociación por la muerte digna. Un bel morir tutta la vita onora.

Pero había un cabo suelto. Cynthia contaba con cincuenta y cinco años y una salud perfecta. ¿Por qué lo hizo? Algunos biógrafos blandieron el vampirismo emocional que, en principio, Koestler ejercía sobre sus parejas. Nunca lo sabremos. Solo hay una verdad aparentemente inconcusa: que la cuestión genera hoy más dudas que entonces.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D