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Donald Trump, volver a empezar  

«El fenómeno Trump trasciende fronteras, es el modelo para armar de la satrapía iliberal de Occidente, y acaba revelando lo que ya se sabía»

Opinión
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Donald Trump, volver a empezar  

Donald Trump. | Europa Press

De nuevo atrayendo el foco por su nueva imputación (esta vez, intento de robo de las elecciones y fomento del asalto sedicioso al Capitolio), el expresidente y futuro candidato Donald Trump, pionero de las verdades alternativas, sexista inveterado, acosador de mujeres, mentiroso en serie (más de 30 mil en cuatro años según el contador del Post), logra sacar provecho de la coyuntura. Lo más portentoso es que lo hace con el vocabulario de un niño de 8 años (ver la transcripción de su super-entrevista en la CNN, del pasado mes de mayo: tradu exprés al español cortesía de la casa) y la psicología narcisista de un niño de 80. Y, probablemente, las capacidades cognitivas del americano medio: la mitad del electorado declara su intención de votarlo;  Su programa político está diseñado para un país ensimismado, al límite del autismo funcional, y su parroquia antisistema. 

Aunque resulta extraño ser antisistema con un sistema que permite al candidato imputado concurrir, e incluso, si es condenado, jurar el cargo  desde la cárcel. 

El fenómeno Trump trasciende fronteras, es el modelo para armar de la satrapía iliberal de Occidente, y acaba revelando lo que ya se sabía: las fallas, lagunas y debilidades de la arquitectura políticosocial estadounidense (¡la que se  suponía  que era la primera democracia del mundo!), con un sistema electoral «harapiento»: así lo definió en 2004 el congresista y catedrático de derecho constitucional Jamie Raskin en una fundamentada  exposición.

El derecho al voto sigue sin estar garantizado en la Constitución,  la normativa data de la época en que los votos viajaban en diligencia, con una serie de reglas y requisitos de inscripción que varían arbitrariamente entre Estados, en los que se pueden diseñar los distritos al gusto de los gobernantes;  que permite que millones de americanos sean recurrentemente eliminados de las listas electorales, que más de cinco millones de condenados penales se vean privados del derecho al voto, que los 600 mil habitantes del distrito de Columbia carezcan de representación parlamentaria, y los habitantes de Puerto Rico sigan sin poder votar en las presidenciales; que propicia una abstención monstruosa, pues en muchos Estados siempre gana el mismo partido desde hace décadas y los simpatizantes del otro ni se molestan en acudir a la urna. Un sistema donde, en definitiva, puede ser presidente un candidato que haya obtenido muchos millones menos votos que su rival. Un hombre, un voto, o medio, o uno y medio, según.

Eso en el país de la igualdad, en el que un hombre es censado con una nomenclatura racial propiamente delirante: un residente español, marroquí (o un egipcio, por muy tostao que esté) son «white», mientras que un uruguayo, un decir, es en cambio un hispanic/latino, y un pobre brasileño, sea cual sea el grado de bronceado, no llega a «white» y se queda simplemente en «not hispanic/latino».

No puede ser una democracia plena ni una sociedad del bienestar aquella donde se eligen jueces, fiscales y sheriffs, donde el Presidente nombra al Supremo a magistrados vitalicios con declarada adscripción política, donde la tarjeta de crédito es la tarjeta sanitaria y contraer enfermedades graves o crónicas puede llevar a la ruina al enfermo y a toda su familia.

No puede serlo un país donde hay más armas que personas y que es el más violento del mundo occidental (y, no, no es genético  ni cultural:  basta con cruzar la frontera norte con Canadá para encontrar norteamericanos pacíficos con el mismo colesterol, que comen las mismas hamburguesas, juegan la misma liga de baloncesto o de hockey).

Trump no ha inventado una nueva América. Siempre estuvo allí.

Coda 1)  No le vamos a la zaga: en nuestro sistema, el hacedor de reyes y procesado Puigdemont podría ser candidato a las autonómicas en 2024 o 2025,  dar mítines desde una celda preventiva, e, incluso ya condenado (hay quien ve posible que no por el cantaor Marchena, sino por una Audiencia Provincial catalana), podría, tras pasar una breve estancia en una prisión (gerundense, why not y con pase de pernocta), y tras su correspondiente indulto gratis total (Caixa pagui), ser el nuevo presidente de la Generalitat, a poco que Junts superase a ERC en un escaño o un voto, y el bloque nacionalista tuviera (como viene siendo desde siempre, incluido cuando el tripartit, no se engañe nadie) mayoría absoluta, o suficiente, con la ayuda de la sumadora cuatrilingüe Yolanda Díaz.

Coda2.-  Kevin Spacey era inocente; pero sigue sin trabajo, de momento.

Coda 3.-  Muríó Paesa; también de momento.

P.D: Pesadillesco verano azul genovés: Sánchez de paseo por Marruecos, con la gorra de los figurantes petanqueros del clip de campaña; que nadie vea en ello un mensaje subliminal: el mensaje es transparente: me la suda todo, hasta Puigdemont. Este sigue deshojando la margarita de un solo pétalo, mientras Vox va a la chita callando atando sus pactos con las baronías populares: como dice Ovejero, Vox «es cosa de todos».

Cuestionario maldito a Donald Trump:

  • Le voy a hacer una serie de preguntas…   – You are fake news, pero adelante.
  • ¿Felicitó al looser de las recientes elecciones en España?  – You are and they are very special,  felicité a los dos. 
  • ¿Quién cree que podrá formar Gobierno? – No more questions, entenderá que estoy de vacaciones y tengo que ir a meter… un hoyo en una pelota. 
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