THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Por qué la izquierda miente sobre el fútbol femenino

«Lo que la izquierda trata de ocultar tras la monserga del machismo y la mojigatería por el beso de un patán es lo que el deporte de verdad ejemplifica»

Opinión
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Por qué la izquierda miente sobre el fútbol femenino

La capitana de la Selección levanta el título a su llegada a España. | Europa Press

Si usted, querido lector, cree que el triunfo de la selección femenina de fútbol de España es mérito de un sinfín de esforzadas deportistas, se equivoca. Es el triunfo de ese feminismo patentado por la izquierda; más aún, el mundial lo ha ganado la izquierda. Las jugadoras, sean quienes sean, sólo pasaban por ahí. Este es un logro, otro más, de quienes siempre saben estar en el lado correcto de la Historia.

Pero la izquierda es tan generosa que no le basta con regalarnos un estupendo triunfo deportivo, también nos proporciona un hallazgo. Nos descubre que nuestra sociedad tenía prohibido jugar al fútbol a las mujeres. Así, si usted ha visto practicar a alguna este deporte anteriormente, sepa que sería de forma clandestina. Y que el hecho de que el primer club femenino de fútbol español se fundara en 1914 es contrario a la memoria democrática. Sin embargo, de la mano de la izquierda, las mujeres no sólo han burlado tan indecente prohibición, sino que han conseguido armar una selección extraordinaria y ganar el campeonato de todos los campeonatos. Un milagro. 

Habrá quien piense que este relato huele raro, pero será por pura ignorancia. A estas alturas todos sabemos que, más que una ideología, la izquierda es una religión que obra auténticos prodigios. Faltaba, si acaso, el colofón de un villano casi bíblico, un judas que, con su beso indecente, dejara constancia del terrible mal que habría sido conjurado. También ese villano ha aparecido. Y colorín colorado este cuento ha terminado.

Resulta tan grosera la manipulación de la izquierda, a propósito del fútbol y las mujeres, que no vale la pena contestarla porque se contesta por sí sola. La gran pregunta que el triunfo de nuestra selección femenina de fútbol pone encima de la mesa es otra muy distinta, como lo es también su moraleja: ¿por qué los españoles somos tan buenos en los deportes, mientras que en otros órdenes somos peor que mediocres? 

Ya sea en fútbol, baloncesto, balonmano, tenis, bádminton, motociclismo, automovilismo y otras muchas disciplinas, los españoles nos demostramos antitéticos al derrotismo que parece dominarnos en casi todo lo demás. Podemos producir equipos de primera línea y campeones individuales con una facilidad casi pasmosa y, sin embargo, a duras penas somos capaces de colocar dos de nuestras universidades entre las 300 mejores del mundo, despuntar en la ciencia o la tecnología, convertir la educación en algo verdaderamente provechoso o dejar de perder posiciones en competitividad y prosperidad. 

¿Por qué en los deportes podemos aspirar, y de hecho aspiramos, a estar en lo más alto, y en lo demás nuestros éxitos son saltos de guión inesperados, casi anomalías?, ¿qué es lo que provoca esta disparidad tan disparatada entre nuestro ilusionante éxito deportivo y el desesperante derrotismo en todo lo demás?

«A un pívot de baloncesto no se le obliga a jugar de rodillas para que los jugadores más bajitos tengan alguna oportunidad»

Sólo se me ocurre un factor capaz de provocar una incongruencia tan extravagante: el igualitarismo. Si por algo destacamos en los deportes es porque ahí el igualitarismo del Estado que permea la sociedad pinta poco o muy poco. Lo que cuenta es el esfuerzo, la sana ambición, la competitividad y el talento que, a menudo, es innato y no por ello se proscribe, sino que se cuida, se forma y se aprovecha en todos los sentidos, también como estímulo y ejemplo para los que vienen detrás.

A un pívot de baloncesto no se le obliga a jugar de rodillas para que los jugadores más bajitos tengan alguna oportunidad. Como tampoco se le impone al campeón del mundo de Fórmula 1 conducir un monoplaza con el fondo de plomo para que los pilotos más lentos no se sientan frustrados. En el deporte no hay cupos o paridades. Hay libertad para que cada cual busque su sitio en la disciplina que mejor aproveche sus capacidades.

La frase que el Barón de Coubertain pronunció en la inauguración de los primeros Juegos de la Edad Moderna, en Atenas, en 1896. «Más rápido, más alto, más fuerte», ensalzaba, no ya la ambición natural de los deportistas, sino el espíritu de superación en general. Ese querer llegar más lejos y lograr cosas que nadie logró antes. Sin embargo, en España, esa sana ambición está mal vista en el deporte más duro de todos: la vida. Aspirar a llegar más lejos se considera ofensivo porque quien destaca deja en evidencia a los demás. Ser competitivo es, por tanto, inmoral. 

Que nadie se confunda o retuerza mis palabras. No abogo por la ley de la jungla. En mi opinión, el problema no es que el Estado cumpla el principio de subsidiariedad para no dejar a nadie atrás, sino el igualitarismo a ultranza que ha acabado dominándolo y que impide que nadie vaya por delante. 

Así se explica que Yolanda Díaz aprovechara la victoria de nuestras futbolistas para «señalar esa discriminación retributiva que vienen sufriendo las mujeres en un espacio de socialización tan importante en nuestro país como es el fútbol».

Yolanda sabe muy bien que la retribución de un deportista no está sujeta a la justicia social y que ganar más o menos no obedece a ninguna discriminación, sino a otros factores como, por ejemplo, la magnitud de la audiencia. Los anunciantes, los espónsores pagan más cuanto más público y atención concite un deporte, un equipo o un deportista. 

El problema es que esa vara de medir es propia de una sociedad capitalista competitiva. Y contra esa sociedad luchan Yolanda y los suyos. Por eso quieren que el igualitarismo penetre también en los deportes. Ocurre que ahí chocan con la pasión del público, pero aun así lo intentarán. Si lo consiguen, también en los deportes seremos peor que mediocres. 

Así pues, lo que la izquierda trata de ocultar tras la monserga del machismo y la mojigatería por el beso de un patán es lo que el deporte de verdad ejemplifica. Sin embargo, el problema no es tanto las poderosas razones que tiene la izquierda para envenenar los éxitos deportivos, como la incapacidad de la derecha para aprovechar la extraordinaria y popularísima lección que nuestros deportistas nos regalan un día sí y otro también.

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