De consensos y pluralidades
«El consenso no deja de ser la compra-venta habitual cuando un partido necesita otros votos y España siempre ha sido plural en el todo y en sus partes»
Cualquier persona que se dedique a esto de emborronar páginas con su opinión puede elaborar su particular ciclo litúrgico de columnas. Si la Iglesia tiene tres ciclos de lecturas que se repiten en el tiempo (y también lo establece), lo mismo debería suceder con el columnismo patrio en su condición performativa. Aquí estamos de nuevo, perorando sobre los mismos asuntos como si no hubiera la más mínima oportunidad de que haya algo nuevo bajo el sol. Quizá la maestría de este extravagante e innoble arte que es el columnismo sea, en realidad, disimular que solamente tenemos una gavilla de textos que repetimos con celebración y sin descanso. Como con los malos espectáculos de magia, todos sabemos dónde está el engaño, pero miramos hacia otro lado para no romper el misterio.
Haya gobierno o elecciones después de la elección de Francina Armengol como presidenta del Congreso, las portavocías y las terminales mediáticas se han lanzado a establecer el marco interpretativo de nuestra realidad partidista. El Partido Popular sigue en fuera de juego e, incluso, parece que nunca llegó a tener ni tan siquiera un plan A para un contexto como éste. Las aguas de Vox bajan turbias y, como siempre, están a lo suyo. El marco del bloque progresista ya lo tenemos bien establecido y distribuido en prensa. Y tiene mucho, como cualquier argumentario, de cartón piedra: consensos y pluralidad. Merece la pena detenernos en el análisis de este último marco el día después de la entente en el Congreso entre Waterloo y Moncloa -no se equivoquen y digan Ferraz.
«No se trata de llegar a acuerdos concretos sino de establecer las regalías necesarias para conseguir el favor de los extraños»
El consenso no deja de ser la forma torticera de hablar de la compra-venta habitual cuando un partido necesita otros votos. Porque, en el fondo, no podemos mentirnos demasiado. No se trata de llegar a acuerdos sobre políticas públicas concretas, sino de maratonianas sesiones para establecer las primicias y regalías necesarias para conseguir el favor de los extraños. No puede ser denunciable. Esa es nuestra cultura política realmente existente a izquierda y derecha. El único problema con este proceso es que los principales interlocutores son quienes hacen memoria constante de la infatigable lucha de los jóvenes vascos contra la opresión estatal (leáse ensalzar a etarras con sangre en sus manos) o quienes intentaron aquel asalto a la democracia en el ya lejano 2017. En democracia, junto al golpe de Estado del 23-F, no hemos tenido intentos más claros de atentar contra los derechos fundamentales de todos. Unos ensalzan su pasado sangriento y otros están esperando una nueva ventana de oportunidad para volver a intentarlo. Después se pueden comprar o no los circunloquios partisanos, pero esto es así. Este es el auténtico consenso y diálogo que se busca encumbrar.
La monserga de la pluralidad ya es un clásico. Es evidente que la derecha tiene problemas para encajarlo en su discurso, pero uno tiende a pensar que es una toma de partido reactivo hacia los nacionalismos. Más ruido que nueces. Y en determinados contextos funciona como la seda. Sin embargo, resulta paradójico que sea el centro-derecha quien atesore más candidatos a la presidencia del gobierno llegados de Cataluña, Galicia o la Comunidad Autónoma Vasca. A veces los discursos se soportan en el aire y en la credulidad partisana debida. Ahora es un candidato madrileño del interior de la M30 -ay, en otros tiempos esa localización era anatema- quien denuncia que un gallego o un vasco no reconocen la pluralidad de España. La cuestión siempre es otra. Nos quieren vender, y muchos quieren comprar, que la pluralidad sólo puede ser entendida como una suma de uniformidades. Sin embargo, España siempre ha sido plural en el todo y en sus partes. Es en esta constatación donde nos jugamos el pluralismo y los derechos fundamentales de todos los españoles. Probablemente el que más dificultades tiene para entenderlo es quien, sea en el idioma que sea, nunca ha salido de su M30 existencial.