De Milei y del aborto
«El entusiasmo de los representantes de Vox por Milei es semejante al de los ilustres voceros de la izquierda reaccionara española por Cristina Kirchner»
Hablemos de Milei con una confesión de partida: carezco de información y de conocimiento suficientes como para analizar con alguna solvencia la política argentina contemporánea y las claves de todo orden que han llevado a que el candidato de La Libertad Avanza haya triunfado en las elecciones primarias celebradas el pasado 12 de agosto. Entender las dinámicas de las fuerzas al nivel sub-molecular me parece perfectamente asequible en comparación con una cabal comprensión de la sociedad argentina, de su confrontación ideológica, de lo que significa el peronismo. Ese carácter inextricable es solo parangonable al de la vida institucional y política española de los últimos años.
Tampoco soy capaz de pronunciarme sobre las «recetas económicas» que propone Milei, aunque mi intuición es que se formulan con la simplicidad propia de todo populista, y mucho menos me siento capaz de intentar conjeturar sobre la psique del personaje, sus motivaciones íntimas –doctores tiene la Iglesia del psicoanálisis argentino- una vez desbrozados sus insultos y exabruptos contra el peronismo y el «zurdismo», del nivel de los que le dedican los representantes políticos de Junts al PSOE y a sus complacientes votantes. Lo único que se me alcanza, y está al alcance de cualquiera, son los datos relativos a la vida institucional de Argentina, al bienestar de sus habitantes, a las bases materiales de su existencia, a cómo han evolucionado y qué hoja de servicios pueden presentar a ese respecto quienes han dirigido el país durante las últimas décadas. Juzgar ese desempeño como un rotundo fracaso no parece exagerado y explica –y no hay que ser politólogo, ni siquiera tertuliano para ello- que Milei haya ganado en este primer embate.
Por otro lado, su victoria ha generado una acelerada mini-industria politológica que en pocas horas ha tratado de balizar el amplio espectro de la «derecha» o la «ultraderecha» para de ese modo entender mejor a un político tan lleno de aristas, contradicciones y excentricidades como es Milei y los apoyos que recibe en España. Así, sin apenas previo aviso, en el amplio universo de la «no-izquierda» han brotado conservadores, liberales, ultraliberales, neoliberales, libertarios… incluso «liberales-progres», una clasificación que inmediatamente evoca la borgiana del Emporio celestial de conocimientos benévolos. Es entendible y excusable: el esfuerzo de desagregar por asuntos es mucho más costoso y en más de una ocasión depara el «disgusto» de verse del bracete de aquel a quien uno ha tildado de indeseable, fascista o directamente nazi.
«Una de las razones de esa adhesión de Vox es la rotunda condena que Milei ha hecho del aborto»
Les pasa a muchas de las llamadas «feministas clásicas españolas», que, por buenas razones, defienden lo mismo que Vox en lo relativo a la auto-identidad de género. Les pasa a la inmensa mayoría de españoles en temas muy diversos cuando disponen de la intimidad que les permite no parecer de «derechas». Ya saben: el marco y el relato lo inunda todo y a salvo siempre está quien se reclame o actúe como «progresista», aunque para eso tenga que sumarse a los dictados de partidos políticos xenófobos, tradicionalistas católicos o racistas. Siempre que sean de alguna «periferia», por supuesto.
Pero algo semejante les pasa a ilustres representantes de Vox con su entusiasmo por Milei (como a ilustres voceros de la reaccionaria izquierda española con sus entusiasmos con, pongamos, Cristina Kirchner): si de socavar las líneas enemigas se trata, todo es bueno para el convento. Una de las razones de esa adhesión es la rotunda condena que Milei ha hecho del aborto, hasta el punto de proponer que se vuelva a plebiscitar la despenalización porque, a su juicio, en el anterior referéndum la decisión estuvo contaminada por la intervención de «multinacionales« y «lobbies» a favor del aborto. La Iglesia Católica argentina operó en el debate con exquisita neutralidad, por lo que parece.
Milei apoya su condena del aborto en una posición filosófica que tilda de «liberal» (el «buen liberalismo» que se encapsula en la propuesta de Alberto Benegas Lynch en favor del «respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros basado en el principio de no agresión, y en defensa del derecho a la vida, a la libertad y a la propiedad»); en la biología (hay un ser humano distinto desde el momento de la concepción) y en las «matemáticas» –sí, ha leído bien- y esto último honestamente no sé qué significa. Vayamos pues con la posición del «buen liberal» concedido que, desde el punto de vista biológico, es difícilmente discutible que un embrión humano es un miembro de la especie humana.
¿Qué significa para empezar que el «buen liberal» esté «en contra del aborto»? Aparentemente esa es la lógica conclusión de apostar por el respeto a la vida ajena, pero un «buen liberal» también es identificable como aquel que es capaz de deslindar lo «bueno» desde el punto de vista moral, de lo «correcto» jurídicamente hablando. Uno puede sin contradicción deplorar moralmente el aborto y no condenarlo jurídico-penalmente, máxime si se pretende castigar como cualquier otro homicidio. Muchos liberales pueden rechazar con toda contundencia el insulto como práctica inmoral –no parece ser el caso del propio Milei- o la infidelidad de la pareja y no tipificar penalmente esas conductas.
Pero es que, además, en el caso del aborto, quienes como Milei sostienen que la interrupción del embarazo es siempre una acción indebida porque implica la destrucción de la vida ajena –proscrita por el «principio de no-agresión», nos dicen-, están implícitamente defendiendo que, al menos hasta que el feto sea viable, todas las mujeres tienen el deber de sacrificarse corporalmente en beneficio de su hijo. Y ello, a mi juicio, casa muy mal, si es que casa algo, con el casi irrestricto «libertarianismo post-natal» que Milei y sus huestes defienden como principio informador de una sociedad justa. Algo así como: de cada cual según quiera dar, a cada cual según quieran darle (también si de los hijos hablamos pues un «buen liberal» es por supuesto partidario de la libertad absoluta de testar, por ejemplo). Cierto: nuestras sociedades en buena medida se organizan así, pues nadie puede disponer de nuestro cuerpo si no es con nuestro consentimiento para permitir que la vida ajena se mantenga.
«Milei es partidario de que la gente pueda vender sus órganos»
Milei es partidario de que la gente pueda vender sus órganos (yo también, por cierto, pero siempre que se garantice que cualquiera que lo necesite pueda acceder a uno) pero saltaría como el león que dice ser y que nos invita a ser caso de que hubiera una política pública consistente en confiscar riñones para posibilitar la vida de los enfermos renales que precisan de un trasplante. Pero también se cruzaría de brazos –insisto, jurídicamente hablando- si un padre rehusara trasfundir una gota de sangre a su hijo recién nacido que la precisa para poder vivir. Obligarle a hacerlo sería una coacción inaceptable pues limita un plan de vida que no «daña a nadie». ¿O acaso sí por omisión? En una entrevista que también ha dado su buen juego, preguntado por su voto contra la ley que propiciaría cobertura sanitaria pública para la detección y prevención de la cardiopatía congénita del recién nacido, Milei sostuvo que tal política implicaba más presencia del Estado interfiriendo ilegítimamente en la vida privada de los individuos.
Alguien podría contra-argumentar: las gestantes aceptaron voluntariamente el sacrificio corporal que implica el embarazo. Esto, como saben los ideólogos libertarios que proporcionan la gasolina filosófico-política a Milei, no es necesariamente así. Al menos no lo es en el caso de la violación y en el supuesto de las menores de edad o mujeres mentalmente discapacitadas. El aborto de la mujer violada, ha dicho uno de aquellos, Agustín Laje, no «desviola». Sin duda: pero sí permite que la mujer violada pueda emprender un plan de vida más digno, el que responde al ejercicio de su autonomía moral incluso si implica rehusar el sacrificio fisiológico y emocional que Laje, Milei y otros tantos libertarios no quieren para nadie una vez el individuo está fuera del útero materno.
Por supuesto hay una manera de atar esta mosca por el rabo: extender o universalizar el tipo de renuncia corporal y vital que se exige a toda mujer cuando se prohíbe y castiga todo aborto a todos los individuos en beneficio de los más desamparados. Entonces sí entendería algo mejor a los entusiastas de Vox, que también, y con no poca frecuencia, reivindican las virtudes cristianas de la ayuda al prójimo. Así y todo, hacerlo supone impugnar las bases «filosóficas» del «buen liberalismo» o «libertarianismo» de ese Milei que tanto les encandila.