Inflación y democracia
«Los políticos de la UE han diseñado una economía para nosotros, en la cual nuestros deseos no cuentan»
No le dedique mucho tiempo a pensar cuándo ha votado a Ursula von der Leyen. No lo ha hecho. Al presidente de la Comisión Europea, presidenta en este caso, le elige el Consejo Europeo; es decir, el club de los Estados europeos. Lo eligen, dicen las normas europeas, «teniendo en cuenta el resultado de las elecciones al Parlamento Europeo», de modo que aunque no sea democrático, al proceso de elección del presidente de la CE llega el eco de los votos.
Que no es democrático lo prueba el hecho de que no hay candidatos políticos en el sentido habitual del término. Los candidatos no tienen que hacerse los simpáticos ante nosotros, porque saben que no tenemos nada que decir. ¿Que hay mayoría socialista? Los Estados eligen entre los candidatos socialistas. ¿Que la mayoría es conservadora? Los 27 pescan en el caladero de ese color político. Pero eligen los Estados, no los votantes.
La Comisión Europea ha aprobado un plan de gasto de 750.000 millones de euros. Es un presupuesto calculado en precios constantes de 2018; es decir, descontada la inflación desde entonces. Esos fondos se cubren con la emisión de deuda. Y el pago de la misma, nos dice la Comisión Europea, se realizará por medio de impuestos propios de la Unión Europea.
La CE ya se financia con las contribuciones de los países miembros, más los derechos de la aduana y una parte del IVA. Pero quiere más. Nos ha adelantado el caramelito de los fondos Next Generation, y quiere empezar a cobrárnoslo, quedándose con el 0,5% del beneficio de las empresas a partir de 2024; como si ese impuesto fuese a recaer sobre otros. Con una calculada cadencia, la CE irá gravando nuestra actividad económica con mayores impuestos.
De modo que tenemos un ingente plan de gasto público, diseñado para crear una estructura económica específica de Europa. Los políticos de la UE han diseñado una economía para nosotros, en la cual nuestros deseos no cuentan. Porque será decidida, en parte, al margen de lo que queramos y decidamos en el mercado. Y es un plan decidido por una organización que no es democrática (no la ha elegido el demos europeo), y sufragado con impuestos sobre los cuales los ciudadanos no hemos tenido la oportunidad de decir nada.
Los fondos Next Generation son casi el 5% del PIB de la Unión Europea el año pasado. Si tenemos en cuenta que los 750.000 millones se miden en términos de 2018 y que vivimos una época de alta inflación, en realidad superan ampliamente ese 5%. Es decir, que estamos hablando de un presupuesto enorme, aunque se distribuya entre tres ejercicios, de 2021 a 2023.
«La inflación es un fenómeno monetario. Y la moneda ha sido arrancada de la sociedad para ser controlada casi totalmente por parte del sistema político»
Todos somos grandes defensores de la democracia. Hasta que llegamos a la Unión Europea. La UE es ¡tan europea!, y ¡tan progresiva!, y ¡tan azul!, que suspendemos ante ella todo juicio crítico. Porque, ¡no querremos ser antieuropeos! No, eso nunca. Aunque, para ello, tengamos que dimitir como defensores de la democracia.
Todo ello está a la vista de todos. Deciden por nosotros, sin contar con nosotros, y para crear un sistema económico que no es el que queremos y ordenamos en el mercado, con nuestras decisiones de consumo y de producción. Pero hay un mecanismo que, como dice un personaje cómico en el Fausto de Goethe, «todos lo viven, pero pocos lo conocen», que es el de la inflación.
La inflación es un fenómeno monetario. Y la moneda ha sido arrancada de la sociedad para ser controlada casi totalmente por parte del sistema político. Antes, el dinero se basaba en bienes materiales (el oro, la plata). Y aunque siempre fueron manipulados por reinos y Estados, había ciertos automatismos que limitaban la capacidad de manipular el valor del dinero para quedarse con una parte, a costa del pueblo. Hoy, esa capacidad es casi total. Vivimos con un dinero fiat; una moneda que no tiene ningún respaldo, más allá de la voluntad de los organismos públicos de limitar su cantidad. Y de eso dependemos, de la voluntad de los políticos.
La inflación es una forma de impuesto. Porque es un mecanismo, sutil y complejo, que permite al Estado quedarse con una parte de la riqueza a costa de la sociedad, al margen de su voluntad, y en realidad en contra de ella, claro. Un impuesto. Sólo que los impuestos se debaten y tienen una forma que es fácil de identificar. La inflación nos empobrece subrepticiamente. Y nuestra pobreza se manifiesta en algo tan abstracto como los precios.
La reacción racional es la de decir suben los precios, ¡porco governo!, pero es fácil achacar la inflación a grupos sociales que nada tienen que ver con la subida generalizada de precios. «Son los empresarios que inflan los precios con sus beneficios». «Son los trabajadores, que con sus sueldos empujan a los precios». Nada hay de eso. Son los políticos, que crean dinero sin respaldo, y que acaba en el gasto público antes de que se extiendan por el resto de la economía. Antes, es decir, de que contribuyan a subir los precios.
La inflación facilita el gasto público sin la intervención del control democrático. Por eso decía el economista Ludwig von Mises que la inflación era «esencialmente antidemocrática» (Omnipotent government, 2010, p 252).
Todos los gobiernos han recurrido a la inflación para financiarse. Los bancos centrales tienen la capacidad de hacerlo, de crear dinero de la nada, ponerlo en manos del Estado, y que lo gaste antes de que su valor se diluya en los bolsillos del hombre común. La Unión Europea no va a ser una excepción. Nos mete la mano directamente en el bolsillo por medio de los impuestos. Pero acabará haciéndolo por medio del mecanismo subrepticio, y antidemocrático, de la inflación.