Esto se acabó
«Debemos hacernos a la idea de que el Estado plurinacional es la próxima parada del proceso constituyente que vivimos»
Si levantamos un poco la vista, si miramos más allá de las menudencias del día a día, de adjetivos superlativos y argumentarios mediocres, es evidente que nos encontramos al final de la crisis del sistema del 78. No me gustan los paralelismos históricos por lo que tienen de creativo, pero podemos mirar atrás y sacar conclusiones.
Estos días estoy leyendo el último libro de Roberto Villa, titulado 1923. El golpe de Estado que cambió la historia de España. Primo de Rivera y la quiebra de la monarquía liberal. He copiado el título entero, que es largo, porque ninguna palabra está puesta al azar. Recomiendo su compra y lectura porque se va convertir en un clásico, aunque, como dice el autor, el lector no debe hacer demasiados paralelismos con la situación actual pero sí sacar lecciones. Villa dice esto porque la crisis es tan parecida que da vértigo.
Tenemos los partidos destrozados. Me refiero al PSOE y al PP. El primero, el socialista, está en manos de un suicida egoísta, de uno de esos dirigentes que son capaces de cualquier cosa para estar en el poder. Y si para ello tiene que llevarse por delante a su adversario constitucional, las instituciones, la monarquía y la paz social, no duden de que lo hará.
La prueba es el vaivén acomodaticio de Félix Bolaños. El ministro ha improvisado un relato nada más y nada menos que para aceptar la propuesta del PNV de que el País Vasco sea un Estado libre asociado a España y entrar en un proceso constituyente. Y lo mismo ha hecho con las exigencias de Puigdemont de romper el Estado de Derecho y humillar nuestra democracia. El PSOE está fallando al sistema del 78 y, lo que es peor, no tiene recambio porque Sumar es un apéndice del sanchismo.
«La maldita idea de la regeneración, que muchos extendieron de forma irresponsable desde 2014, sin visión histórica ni sensatez, alimentó el argumento de que los políticos no resuelven nuestros problemas»
Al tiempo, el PP se ha llevado un enorme palo. El contraste entre las expectativas forjadas antes del 23-J por la victoria en las elecciones locales y en las encuestas, y la dura realidad de no formar gobierno, ha destruido la ilusión y la confianza en Feijóo y su equipo. El gallego no se ha mostrado capaz de ganar ni siquiera ante la amenaza del sanchismo, que es autoritarismo salpimentado de rupturismo y ruina económica. Es cierto que quedó a tiro de cuatro, pero no se juega para ser subcampeón. El PP, como el PSOE, falla y no tiene recambio porque Vox concita un enorme rechazo y nunca tendrá mayoría para gobernar por sí mismo o con el apoyo de otros.
A esta debilidad de los partidos conocidos antiguamente como «constitucionalistas» se une la figura del Rey. Felipe VI está tocado desde el golpe de 2017 y su discurso del 3 de octubre, como pasó con Alfonso XIII en 1917. El rey no tiene hoy un verdadero margen de actuación en su elección del candidato, sino que se ajusta a las mayorías certificadas en la ronda de consulta. El sanchismo y la extrema izquierda, tanto la política como la mediática, indicaron a Felipe VI que si proponía a Feijóo para formar Gobierno mostraría que estaba en contra de la democracia y de la voluntad popular. Al contrariar su dictado, esta izquierda colocó al Jefe del Estado en el cajón de la España caduca que no acepta la nueva fórmula regeneracionista, que es el Estado plurinacional.
La maldita idea de la regeneración, que muchos extendieron de forma irresponsable desde 2014, sin visión histórica ni sensatez, alimentó el argumento de que los políticos no resuelven nuestros problemas, de que el sistema es un fraude agotado, y que una quiebra moral, revolucionaria en esencia, nos salvaría a todos. Los regeneracionistas de 1914, «traidores» los llama con razón José María Marco, contaminaron la vida política al punto de desacreditar el sistema liberal predicando que para «salvarnos» era preciso derribarlo todo. Sus emuladores de 2014 nos vendieron la misma fórmula mágica obteniendo casi diez años después similar resultado: la quiebra de la monarquía constitucional y el retroceso.
En 1923, como cuenta magistralmente Roberto Villa en una obra que va a escocer a algunos, la lógica de la quiebra y la opinión de casi todos, desde liberales a socialistas y nacionalistas, indicaban un solo camino: el golpe para una dictadura revolucionaria pero legal, que cortara las raíces podridas del árbol. No hay paralelismo posible con 1923, insisto, afortunadamente. Entre otras cosas porque el Ejército de hoy no tiene las características de entonces, y los nacionalismos vasco y catalán son ahora claramente independentistas y controlan al PSOE.
Hoy no es posible ni un golpe militar para formar un directorio de técnicos —por suerte—, ni una revolución socialista —¿para qué, si su hegemonía cultural es evidente—, ni una declaración unilateral de independencia cuando Sánchez ofrece un camino más sencillo de la ley a la ley.
Fuera de dramatismos y de paralelismos efectistas, la salida más inmediata y presente es la italianización de España. Esto significa un sistema de partidos cambiante, fluido, líquido que diría el otro, que se disputan el poder. Ahora bien, en Italia lo hacen sin cuestionar el sistema constitucional ni la unidad del país y, además, tienen una sociedad civil de la que aquí carecemos. Aquí tenemos a juristas sosteniendo el derecho creativo; es decir, el tribunal al servicio del poder para ajustar la interpretación de la norma a los intereses del político. Todo es posible, y cuando todo es posible se acabó el Estado democrático de Derecho.
Una columna no permite el espacio suficiente para explicar las derivadas y las esencias, pero la situación pinta mal. Debemos hacernos a la idea de que el Estado plurinacional es la próxima parada del proceso constituyente que vivimos. Esto supone asimilar que asistiremos a procesos de preparación al parto estatal de las autonomías con nacionalismo, y que este movimiento será legal y apoyado por el PSOE. En ese camino oiremos que la culpa la tienen las derechas, el PP y Vox, incluso Cs, que son «fábricas de independentistas».
Termino con una referencia al libro de Roberto Villa. Todo el mundo, bueno, casi todo, aplaudió la conclusión del sistema de la Restauración en 1923, aquel «régimen podrido» con «políticos corruptos e ineficaces», que «daban la espalda al pueblo», y que eran el «cáncer de España» y a los que había que orillar. Luego, los mismos que jalearon y aplaudieron su fin se lamentaron, pero ya era tarde. Como dijo el general Narváez en su lecho de muerte: «Esto se acabó».