THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Claudicación en diferido

«Seis años después del 1-O, por intereses partidistas y obcecación con el poder, un separatismo en horas bajas puede alcanzar sus objetivos políticos excluyentes»

Opinión
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Claudicación en diferido

Jaume Asens, Carles Puigdemont y Yolanda Díaz, este lunes en Bruselas. | Reuters

Qué extraño me resulta tener que escribir obviedades, parece que el reino de la mentira ha impregnado toda la vida social y política de nuestro país. Incluso el recurso al engaño sistematizado parece que está siendo interiorizado en la vida de los ciudadanos y lo aceptamos con una pasmosa cotidianeidad. Es por ello por lo que, con este artículo, solo pretendo desmontar algunas de las mentiras sobre las que se está construyendo esta neonarrativa populista del Frankenstein 2.0. Por supuesto, todo lo que está ocurriendo me causa tristeza y decepción, ver al partido socialista arrastrándose por el lodazal del nacionalismo más reaccionario y xenófobo, es algo que haría sonrojar a todos aquellos militantes socialistas que lucharon por las libertades de este país llamado España.

Cataluña, desde hace ya muchos años, parece haberse convertido en el nudo gordiano del lío (político) patrio. Ahora, en una especie de revisionismo histórico de urgencia, hay que reinterpretar los hechos de finales de 2017 en dicha comunidad autónoma. Ahora parece que el triunfo del estado de Derecho en 2017 es fruto de la cesión constante de un socialismo arrodillado frente a las fuerzas separatistas. El relato oficial sanchista pretende invertir la realidad y hacer pasar por víctima al verdugo y por verdugo a la víctima. El mantra de los muñidores monclovitas es que todo lo que hace Sánchez es para lograr la pacificación y la convivencia, por no volver a lo de 2017.

Hay que recordar que lo que pacificó Cataluña, lo que evitó la conculcación de la ley, los derechos y libertades de la ciudadanía, lo que paró el proceso revolucionario, la ocupación de los espacios públicos, la utilización de fuerzas policiales para imponer un régimen autoritario en Cataluña de la mano de los actuales socios prioritarios del gobierno Sánchez, fue la aplicación del artículo 155 y la actuación de las fuerzas de seguridad. Esta es la verdad y, por mucho que les duela en la Moncloa y a todos sus palmeros, ese 155 fue rubricado y apoyado entusiásticamente con quién ahora quiere negociar con el principal artífice del golpe de Estado de 2017. Puede ser una verdad incómoda, pero es la única que hay: solo la intervención de su majestad Felipe VI, las dos grandes manifestaciones en contra del Golpe y la aplicación del 155 lograron parar la deriva autoritaria en Cataluña.

Hacer creer que el problema catalán es un problema político de «encaje» de Cataluña en España solo es comprar el marco del separatismo. No existe un problema entre «Cataluña» y «España», en Cataluña estamos viviendo las consecuencias de un plan de ingeniería social iniciado por Jordi Pujol que trataba de crear una comunidad política, una comunidad nacional de raíz cultural-lingüística. Y el resultado, lo que de verdad ocurre, es que se ha creado un conflicto entre los propios catalanes, porque el poder político catalán ha dibujado una raya de tiza en el suelo y ha dividido en dos a los catalanes, los buenos y los malos, o más concretamente, en tres, los buenos, los dóciles y los malos. En Cataluña hay un problema entre catalanes. Cataluña no es un problema territorial, ningún encaje saciará la sed mesiánica de los separatistas, lo de Cataluña es un problema democrático, de cultura democrática y de obsesión por la aculturación o arrinconamiento de una mayoría social que resulta incómoda al nacionalismo. 

«El daño a la imagen de nuestro país es brutal y el debilitamiento de nuestro poder y nuestra reputación será profundo»

Parece mentira, pero Sánchez y el partido socialista parecen haber olvidado esas dos grandes manifestaciones en las que la sociedad civil solo pedía seny, convivencia y libertad. Manifestaciones apoyadas fervientemente por el entonces aspirante a presidente Pedro Sánchez. Es paradójico que, ahora que las estrategias ideadas en ese año 2017 y de las que fui protagonista, están dando sus frutos, ahora que los resultados electorales están devolviendo a los partidos separatistas a su tradicional apoyo social, el de la radicalidad, las necesidades y la obsesión por la permanencia en el poder de Pedro Sánchez están rearmando al separatismo y a su proyecto de ruptura de España y de exclusión de los ciudadanos catalanes que no comulguen con ellos. 

Puigdemont, el fugado, el que a pesar de los reiterados intentos de que no siguiese adelante con su locura separatista en aquél aciago octubre de 2017, nos llevó al precipicio y al esperpento, parece que ahora debe ser blanqueado, debemos darle rango de interlocutor válido, de hombre de paz, podríamos estar a un paso de verlo como «español del año». Pero este blanqueamiento exprés tiene un precio y que es la pieza mayor del separatismo, su objetivo frustrado en 2017: lograr una mediación internacional a un conflicto inventado. El daño a la imagen de nuestro país es brutal y el debilitamiento de nuestro poder y nuestra reputación será profundo. Pero, por mucho que blanquees, por mucho que mientas, hay cosas que no podrás ocultar. 

Puigdemont y los suyos trataron de romper el orden constitucional con una exigua mayoría parlamentaria que no podría cambiar ni al «defensor del pueblo» catalán. Puigdemont y los suyos, pisotearon los derechos de una mayoría de ciudadanos representados en el Parlamento catalán. Puigdemont y los suyos utilizaron las fuerzas de seguridad catalana para imponer un régimen autoritario (recordar las «leyes de desconexión» de septiembre de 2017). Puigdemont y los suyos (presuntamente) activaron una serie de entidades encargadas de provocar enfrentamientos civiles a través de la violencia callejera. Puigdemont y los suyos convocaron una huelga general para imponer a toda la sociedad catalana su proyecto político. Puigdemont y los suyos, presuntamente y tal y como está investigando el Parlamento Europeo, contactaron con elementos de los servicios de inteligencia de Putin para lograr apoyos para la desestabilización de nuestro país. Es con este personaje con el que Pedro Sánchez quiere negociar la gobernabilidad de nuestro país, con el que parece estar conjurado para cambiar la naturaleza política del mismo.

Han pasado seis años desde el golpe de Estado de 2017, de aquella unión de los tres grandes partidos en pos de nuestra democracia, de nuestra Constitución y de una auténtica convivencia. Han pasado seis años desde que el estado de Derecho, el Estado y la sociedad civil paró el golpe, triunfó el orden constitucional y la visión pluralista e inclusiva de las sociedades democráticas. Ahora, seis años después, por intereses partidistas y obcecación con el poder, un separatismo en horas bajas puede alcanzar sus objetivos políticos de raíz excluyente y profundamente hispanófoba. Este triunfo, por claudicación en diferido, solo lo puede evitar el partido socialista, sus militantes, sus dirigentes, con o sin su líder. Esto exige altura de miras, visión de Estado y generosidad que nos lleve a un pacto de Estado para regenerar lo que haya que regenerar. España necesita ese gran pacto, pero no desde la polarización, no desde un cincuenta por ciento más uno, necesita aglutinar esa gran mayoría social que apuesta por la verdadera convivencia, el auténtico progreso y aún cree en nuestro país.

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