THE OBJECTIVE
José Carlos Llop

Encaje rima con enjuague

«Ahora vemos a la izquierda suspirar por los votos de uno de los partidos más derechistas que hay en España como si fueran revolucionarios»

Opinión
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Encaje rima con enjuague

El expresident de Cataluña Carles Puigdemont. | Europa Press

Digamos que el verano despista y confunde con sus noches que son días y sus días que son noches. Confunde el deseo de que no acabe nunca —del «Concédenos, Señor, dos días más de Sur», de Rilke al «y yo pedí, grité, que por favor no volviéramos nunca, nunca jamás, a casa» de Gil de Biedma—con la realidad más pedestre. Y al comprobarlo, año tras año, nos bajan las defensas y perdemos grandes dosis de la vitamina D acumulada bajo el sol. Y lo que es peor: a la vuelta de la esquina, con los dientes afilados —en esta temporada al menos (y las que quedan, me temo)— aguarda la política, no sé si frotándose las manos como el de Waterloo, o la entrepierna, como el otro. 

Al principio no sabes si es tu mente que todo lo distorsiona, o tu vista la que ha perdido mucho bajo la luz del Mediterráneo —yo, por ejemplo, confundo a Borja Sémper con Ernest Urtasun (me parecen el mismo)— y tengo la impresión —errónea, seguro— de que la capitana de Sumar va todo el día vestida de enfermera de la Gran Guerra o envuelta en la bandera de Austria rediseñada por algún modisto gallego. Son espejismos o desvaríos que nos anuncian el final del verano, por mucho que tarde en llegar y todavía pasemos calor y más calor y se vislumbre a Mad Max en el horizonte. 

Pero una vez eres consciente de que es la influencia del sol y el dolce far niente estival, empiezan las sospechas de que hay algo más, esa manía de la naturaleza humana que consiste en buscarle tres pies al gato. Ya no es sólo la sociedad líquida, el relativismo, la posmodernidad o la desmemoria generalizada… Todo esto está ahí para un buen rato —y lleva tiempo y ha calado y cala—, pero hay algo más y ese algo es el triunfo total del marxismo, facción Groucho: «¿No le gustan mis principios? No se preocupe, tengo otros». Es, exactamente, donde estamos. Pero la pregunta es ésta: ¿Una política sin principios es más política, en sentido estricto, que otra que los tiene? ¿Ayuda a mejorar la vida de los ciudadanos y los dignifica, o su contrario?

«Los niveles de comprensión para el que quiere estar a la última suelen ser extraordinarios y además le da igual: hoy toca Barbie y mañana lo que digan»

No sé quién próximo al gobierno decía esta semana, al hilo de las exigencias del que se frota las manos en Waterloo y su primo norteño, el de las patillas de daga jesuítica: «en el Derecho cabe todo». Y tenía razón: tanto cabe que hasta cupieron las leyes de la Solución Final en la reunión de Wannsee —donde había más juristas que jerarcas de las SS— como cupieron las requisas de sus bienes a los perdedores durante y después de la Guerra Civil. Todo cabe; incluso lo contrario a Derecho cabe, por lo que sospechamos ahora, o podemos ver si llega.

Pongamos un ejemplo tontín, un ejemplo brilli-brilli o cuchi-cuchi: Barbie era lo peor y lo más reaccionario sobre el papel de la mujer en la sociedad —maleducaba a las niñas en la tontería y favorecía todo el catálogo de perversiones machistas— y ahora no sólo es lo mejor, sino lo más progresista y woke y líquido y osado y valiente. Los niveles de comprensión para el que quiere estar a la última suelen ser extraordinarios y además le da igual: hoy toca Barbie y mañana lo que digan. Aunque tire piedras sobre su propio tejado. Pues lo mismo con ese Derecho donde todo cabe si nos interesa que lo haga.  

Ahora vemos a la izquierda —sin olvidar el amago de la derecha gallega, un pasito adelante y otro para atrás— suspirar por los votos de uno de los partidos más derechistas que hay en España—JuntsxCat: digo su nombre, para evitar confusiones— como si fueran revolucionarios esperando en la estación de Finlandia y el que fugóse en maletero, el trasunto de Lenin. Incluso da la impresión, sólo la impresión, de que no suspiran tanto por los votos, como por ese hombre de tocata y fuga, que está que se sale de sí mismo y hasta Tarradellas le queda pequeño. Normal, con tanto masaje de un lado y del otro. ¿Veremos como entra en Barcelona por la Diagonal y en coche descapotable? Catalans: I have a dream…!

Los tiempos adelantan que es una barbaridad, se decía antes; habrá que cambiar el verbo por su opuesto y recordar, una vez más, la frase de Joyce: «Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de tema». Me pregunto si no será tarde, incluso para cambiar de tema.

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