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Rosa Cullell

Presidente Sánchez, la amnistía no toca

«No se puede promulgar una amnistía para contentar a quienes se saltan la Constitución y defienden la unilateralidad. Negocien, pero no a precio de saldo»

Opinión
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Presidente Sánchez, la amnistía no toca

Ilustración de Alejandra Svriz.

No les gusta la democracia parlamentaria. Están en contra del Estado de derecho. Y Cataluña es de ellos; de los catalanes independentistas, de quienes se niegan a dejar hablar la lengua del «opresor», el español, aunque sea idioma materno de la mitad de los catalanes. El 11 de septiembre fue más de lo mismo: antorchas por las ramblas de algunos pueblos, insultos trillados en las redes, abucheos a líderes que han traicionado a los patriotas y al espíritu del 1-O… Este año, el escogido fue el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés (ERC), abroncado en la manifestación convocada por la Asamblea Nacional de Catalunya (ANC). Se trataba de mostrar a la «puta España» -insulto habitual hasta en TV3- la fuerza de Carles Puigdemont y la de sus siete diputados en un Congreso de 350. 

La Diada Nacional, que así llaman ahora a la Diada de Cataluña, les quedó deslucida. El independentismo anda dividido, aunque la suerte les ha sonreído en el último minuto, cuando el huido ya se veía buscando empleo en Flandes. Sería incomprensible que a sus siete diputados Pedro Sánchez les acabe dando la llave del castillo, olvidando los delitos de quienes llevan desde 2012 insultando al Estado, a los constitucionalistas (esos fachas) y a todo el que se mueve fuera de su nación inventada. La amnistía sería concederle la medalla de oro al político más tramposo de la última década. Por el momento, ya le ha regalado grupo propio en Congreso y Senado. En una buena negociación, eso debería bastar.

Pero a pesar de las mentiras y del desgobierno, los independentistas continúan siendo considerados socios útiles. Y eso sucede cuando están más fragmentados que nunca: ERC y Junts no se ponen de acuerdo en los pactos ni en las rupturas. Mientras, las asociaciones de activistas y sus líderes nunca votados se dedican a enardecer los pocos ánimos guerreros que quedan en la sociedad catalana, la misma que le dio a Pujol varias mayorías. El ex muy honorable adiestraba a los periodistas negándose a contestar preguntas, con su máxima «eso no toca». Cataluña era suya. Algunos creyeron que lo sería para siempre y en esas siguen.

Quiere el nacionalismo (ahora secesionista, antes pragmático) ser alguien, ocupar sillones, encontrar empleo a parejas e hijos, y cobrar más que el mismísimo presidente de España o sus ministros. Se creen únicos y mejores, pero han agotado a muchos catalanes. Incluso a los silenciosos. A la manifestación del lunes convocada por la ANC fueron 110.000 personas, según la Guardia Urbana. A la de 2012, asistieron un millón, según la misma fuente. ¿Qué hay detrás de la ANC, esa asociación de patriotas bien colocados? Pues los hijos y nietos de la Convergència de toda la vida, donantes anónimos y dinero del déficit público. Al presidente Aragonés, los patriotas desunidos le abuchearon de lo lindo durante el día nacional. No hay mayor odio que el que se cuece en la misma familia política. 

«Lo nuevo y más rocambolesco es que quienes odian a España puedan decidir ahora su futuro»

Creíamos haberlo visto todo en esta farsa; pero no, lo nuevo y más rocambolesco es que quienes odian a España puedan decidir ahora su futuro. Los que mueven los hilos para conseguirlo -Bildu, Junts o ERC- no son plurinacionales (qué palabreja más nacionalista) ni federalistas. Son separatistas. No conviene, por tanto, juguetear con una posible amnistía que deje en el olvido los delitos de quienes seguirán defendiendo la unilateralidad. Negocien, en su justa proporcionalidad, pero no acaten. 

Desgraciadamente, para los bienpensantes cualquier Ejecutivo con presidente de izquierdas es mejor que un buen gobierno. Por esa idea, reforzada por el miedo a la ultraderecha, vamos a poner decenas de traductores en el Congreso y en el Senado. Mientras, en Cataluña, no se puede hablar libremente en español sin ser insultado, espiado, multado, ninguneado  o expulsado por díscolo. Acabo de vivir un ejemplo de cerca: para el puesto -por horas- de un acomodador de teatro se exige «catalán nativo». Dentro de poco, contratarán iaias catalanas para que cuiden a bebés que no han tenido la suerte de caer en familias que hablan el idioma del régimen indepe. Puestos a llegar al absurdo, pidamos intérpretes en hospitales, universidades y hasta en las juntas de vecinos. 

La noche del referéndum ilegal, una conocida política que ahora me insulta, me escribió en las redes: «Si tu padre leyera lo que has escrito, se avergonzaría de ti. No deberías llamarte Rosa Cullell, sino Lola Martínez». Me entró tal ataque de risa, que hasta me impidió contestar. Mi padre, nacido en Valencia de padres albaceteños y abuelo catalán, siempre se sintió español. Se casó con una joven barcelonesa, Rosa Maria Muniesa, de familia catalanista con apellido aragonés. Sus bisabuelos llegaron a Barcelona durante la mitad del siglo XIX. Con ella fui a recibir a Tarradellas en 1977, con ella y con sus padres, mis abuelos, aprendí una de mis dos lenguas maternas.

No se puede promulgar una amnistía para contentar a quienes se saltan la Constitución y defienden la unilateralidad. Negocien, pero no a precio de saldo. No deje, presidente, que Puigdemont le diga lo qué toca, cómo toca y cuándo toca. Señor Sánchez, ya que no puede elegir pareja, al menos elija la música del baile.

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