THE OBJECTIVE
Antonio Elorza

Carta abierta a Alberto Núñez Feijóo

«Estimado Alberto Núñez Feijóo, a usted le toca hoy como candidato a la investidura, oponerse con eficacia a la amenaza en curso»

Opinión
105 comentarios
Carta abierta a Alberto Núñez Feijóo

Alberto Núñez Feijóo, presidente del Partido Popular y candidato a la Presidencia. | Alejandra Svriz

 Estimado Alberto:

La circunstancia actual es de alto riesgo para la democracia española y particularmente difícil para usted. Tal vez por eso abriré esta carta con un relato festivo, de un acontecimiento verídico, pero que en apariencia nada que ver con nuestros problemas. Sucedió en la primavera de 1976, cuando dos profesores de mi Facultad emprendíamos un viaje en automóvil a Italia, acompañados por nuestras mujeres. En el curso de una comida en el sur de Francia, la compañera de Juan nos contó el curioso episodio que había tenido como protagonista a su hijo, un muchacho inteligente e ingenuo, que un día al llegar a casa les contó casi angustiado que en su clase había una furcia -su palabra fue más rotunda-, lo que provocó una dura recriminación de los padres por calificar así a una compañera. «¡Pero es que nos lleva al baño para que la toquemos las tetas!», replicó él. Los padres pasaron del enfado al asombro, pero mantuvieron la actitud de tolerancia. Solo que el hijo remató la faena con un dato: «…y nos cobra cinco duros». La línea roja había sido traspasada.

A abismal distancia en cuanto al argumento, algo similar sucede en el presente político de nuestro país. La primera gran dificultad para situarse ante la política de Pedro Sánchez no es solo que está llevando al país a una situación de no retorno, que sería perfectamente discutible y criticable en los términos en que se desarrolla el debate político en las democracias. Tampoco es que en relación al independentismo catalán su rendición sin condiciones sea debida a extrañas elucubraciones sobre el concepto de nación o a un repentino deslumbramiento ante la figura excelsa de Puigdemont. Sería fácil encontrar tomas de posición de Sánchez en las antípodas de las actuales; luego resulta inútil profundizar en ese terreno. Importa solo su mantenimiento como sea al frente del Estado, más allá del gobierno. Cuentan solo los cinco duros.

«Sánchez ha adquirido así la seguridad de los dictadores»

Los tocamientos obscenos a la Constitución y al régimen establecido en 1978 no nacen de idea alguna. Simplemente Puigdemont le exige a Sánchez un pago abusivo, para mantenerse en el poder, y él está dispuesto a abonarlo, sin que le importe el coste real de la operación. Podría pensarse que tanto Sánchez como su precursor Zapatero se encuentran protegidos por la capa de su ignorancia en cuestiones fundamentales, de Economía o de Derecho Constitucional, lo cual les permite ejercer su decisionismo personalista sin el menor problema de conciencia. Sánchez ha adquirido así la seguridad de los dictadores, solo que las técnicas de manipulación hacen posible presentar todos los desmanes «en el marco de la Constitución». Para subvertirla mejor, como el lobo de Caperucita con su disfraz.

Pedro Sánchez no es un trilero. En el ascenso de su ejercicio del poder ha pasado del caudillismo, con el que ya se adueñó del PSOE, al sultanismo, un mando político caracterizado por la omnipotencia, vampirizando la separación de poderes, y finalmente, ante las dificultades normativas que acaban de levantarse en su carrera, al status de un gánster político, dispuesto a saltar por encima de todos los obstáculos que alzan la letra y el espíritu de la Constitución frente a sus pretensiones, hasta el extremo de forjar una contra-legalidad a su propio servicio. Es una experiencia que lleva un siglo de fructífera vida en países como Estados Unidos en la convergencia entre política y crimen organizado. El gánster necesita controlar y desvirtuar la justicia para ejercer su dominio. Eso sí, con una sensible diferencia favor del pasado, en los tiempos del gansterismo clásico: entonces las instituciones, aun prostituidas, sobrevivían; ahora están destinadas a la peor de las suertes: verse vaciadas de contenido y reemplazadas por normas de significado inverso, sin quebrar en apariencia «el marco constitucional». Esto es, la Constitución a modo de marco de un cuadro cuyo contenido la niega.

 Fue lo que llevó a cabo con éxito Mussolini en los años 20, poniendo en pie el Estado fascista sin perder tiempo en eliminar «el marco constitucional» de la Italia liberal y democrática. Ahí vamos.

«Tienen ya patentado el método de manipulación y destrucción del adversario»

Volviendo al principio, la cuestión que lo envenena todo es la de los cinco duros. Las ideas y los objetivos políticos por si mismos no le interesan a Pedro Sánchez. Rehúye toda exposición y todo debate sobre contenidos políticos, e impone esa pauta restrictiva a sus seguidores, convertidos en un coro de papagayos para repetir las consignas a través de los medios y de mastines que saltan contra cualquier impugnación. Resulta sumamente ilustrativo el ejercicio de reproducción mecánica de consignas y ataques por parte de Bolaños y asociados en los telediarios de Antena 3. Tienen ya patentado el método de manipulación y destrucción del adversario, y por eso cualquier intento de poner las cosas en el terreno de una discusión similar a la de otros sistemas políticos occidentales, suscita su irritación. Trump tiene aquí buenos seguidores, tal vez más sofisticados. Más vale casi no preguntarse por los antecedentes del hábito por la prensa oficial, consistente en no reproducir fielmente los planteamientos de la oposición, con los suyos en primer plano, deformándolos o sometiéndolos de inmediato de una cascada de descalificaciones. 

Por eso me atreví a sugerir, en las páginas de El Correo, desde su llegada al frente el PP, con su propuesta de moderación, que usted no iba a convertirse en un interlocutor aceptado por Sánchez, feliz con las estridencias de Casado, sino en un objetivo a erosionar y aniquilar. Ahí estamos. Desde el principio le era destinado lo que se llama una paradoja pragmática: si te opones con energía, vienes a probar la descalificación por radicalismo de «extrema derecha»; si antepones los intereses generales, te utilizan e igualmente te machacan, tal y como sucedió en el «sí es sí» o en los apoyos por solidaridad democrática en Barcelona y en Euskadi después de las elecciones de mayo. Hay que partir siempre de que para Sánchez no es un adversario político, nunca le respetará como tal, buscando siempre su aplastamiento. En este punto también cabe encontrar un antecedente ilustrativo en el sistema soviético, de cara incluso a los propios aliados, de Stalin a Putin. La vocación totalitaria acentúa  incluso su agresividad cuando se disfraza de portadora de una causa positiva; en nuestro caso de un «progresismo» que sirve de llave multiuso para mandar a cualquier oponente al infierno de la «reacción». En el artículo citado me permití ya anticipar el papel asignado a Vox para una descalificación cuyo destinatario real era usted. Y funcionó, vaya si funcionó.

«Partir de la irracionalidad personalista de los objetivos de Pedro Sánchez, como plataforma para fijar unos objetivos políticos propios y claros»

¿Qué hacer entonces? Una tentación es la huida hacia delante, con lo cual más dura será la caída; otra es la de mantener una digna pasividad, sembrada en todo caso de ocurrencias, rápidamente detectada y eliminada por los drones mediáticos de que dispone la Moncloa (la entrevista con Junts, que tenía algún sentido, pero si se explicaba; ahora la idea sin más precisiones del «encaje de Cataluña»). Dicho en catalán, estimado candidato, lo tés molt pelut, pero la única salida y bien estrecha consiste en servirse de las tácticas de la lucha japonesa, partir de la irracionalidad personalista de los objetivos de Pedro Sánchez, como plataforma para fijar unos objetivos políticos propios, claros y en la medida de lo posible, indiscutibles para la opinión. Y sobre todo, presentarlos no como expresión de intereses partidarios, sino como una exigencia nacida de unos intereses generales que la estrategia suicida de Pedro Sánchez viene a conculcar.

El punto de partida lo ha fijado usted mismo y es susceptible de un amplio desarrollo: frente a una delirante política de concesiones a las minorías, fractura de la concepción de la nación y subversión del marco constitucional, afirmación en todos los terrenos del principio de igualdad de los españoles. Así se construyó la democracia moderna, a partir de Rousseau, así se hizo la Constitución de 1978, y toda reordenación territorial del Estado ha de partir de ese criterio frente a los privilegios y la desigualdad que impulsan los nacionalismos, tanto en el plano cultural como en el financiero, a favor de la coyuntura de crisis actual. A lo que Sánchez responde con una capitulación sin condiciones.

Ejemplo: la instauración del plurilingüismo en el Congreso, además en la forma exprés como un trágala al servicio del imperio ejercido por Puigdemont y sus «cinco duros». En apariencia, se trata de una simple equiparación de «las lenguas cooficiales», según los titulares del diario oficial. Realmente, al aplicarse al Congreso, órgano de la representación  del conjunto los ciudadanos, desnaturaliza tanto el reconocimiento de la centralidad española y su complemento pluralista, ambos inscritos en la Constitución, como su aplicación a la jerarquía de idiomas, entre el común de todos los españoles y los cooficiales de comunidad, pero no de Estado.

«Toca a los demócratas restablecer el ahora difícil equilibrio constitucional»

Frente a la precisa distinción de la norma, en los conceptos políticos y en el idioma, vemos implantada -sin precedente alguno en los discursos previos al 23-J- una plurinacionalidad anticonstitucional que coloca a las nacionalidades históricas al mismo nivel que la nación española, además privada de contenido. Solo subsiste el Estado, mientras el reconocimiento de las lenguas cooficiales se traduce en la práctica en la suplantación del español por ellas, algo bien visible en Cataluña y en Baleares. Ante tal situación, es preciso refutar  la acusación siempre repetida de centralismo, ya que la jerarquía establecida por la ley fundamental es pluralista, ve a España como una nación con nacionalidades, de hecho una nación de naciones, pero no como una suma de fragmentos nacionales lanzados a la conquista del Estado, en la mayoría de los casos para destruirlo al lograr las respectivas independencias. Todo ello haciendo caso omiso de la historia, que lleva medio milenio atrás el arranque del tronco español, del cual emergen los procesos nacionales vasco, español y gallego, y del sentido del voto registrado el 23-J, donde los grupos independentistas experimentaron grandes retrocesos. Ahora, por el puñado de votos necesitado por Sánchez, la situación se ha invertido. Toca a los demócratas restablecer el ahora difícil equilibrio constitucional.

De momento, la agenda oculta de los cinco duros es bien visible, por cuanto se mantiene por los independentistas catalanes la exigencia del referéndum de autodeterminación, lo cual bien prueba el riesgo extremo de la maniobra de Pedro Sánchez. La negativa rotunda es la única baza, como debiera serla frente a cualquier demanda de amnistía que rechaza todo propósito de enmienda. Pues ahí tenemos, a unas semanas vista, la amnistía para el procés, no reconocida por la Constitución, rechazada implícitamente al ser excluidos los indultos generales, y que al ser introducida, y con toda urgencia, probará el sometimiento del presidente Sánchez al político protagonista de la sedición frustrada en 2017. Y con un alcance aún mayor, la voluntad clara de prescindir de todo respeto al ordenamiento constitucional vigente para alcanzar sus fines. El signo inequívoco de cuán bajo hemos caído y adónde vamos a caer: en un régimen que no derogará la Constitución de 1978, la mantendrá en calidad de «marco» decorativo, y si todo sale tan bien como espera el Presidente de su maniobra, instaurará de hecho la dictadura de un Líder, apoyado en un partido-Estado y en el populismo de Sumar, dirigida a su perpetuación en el poder.

Asistimos al vaciado de la democracia, y por medio de la aprobación de la amnistía, de este modo y por esta causa espúrea, a la descalificación de todas las personas públicas e instituciones que lograron abortar el procés aplicando leyes y usos democráticos, del Rey y Rajoy, al propio Pedro Sánchez que apoyó la entrada en vigor del artículo 155. Es el mundo vuelto del revés: el sedicioso triunfa y los defensores de la democracia reciben la condena. Y con ello, el independentismo catalán, envuelto en el falso disfraz del diálogo, tieNen todas las bazas para alcanzar sus fines cuando lo estima oportuno. No tendrá prisa, esperando al primer momento en que una crisis económica sofoque las ventajas del pacto financiero que sin duda obtendrá. De nuevo el antídoto es la reivindicación de la igualdad frente al privilegio.

Con inequívoca intención de restañar heridas, pero no de glorificar a los infractores, este es un punto a no olvidar en momento alguno. Sin vocación punitiva, y con un propósito integrador, abierto a las reformas, la defensa de la ley constitucional frente a un nuevo golpe, ahora más posible que nunca gracias a Sánchez, ha de ser afirmada sin reservas, y sin eufemismos.

«Las trompetas de la Moncloa convocan para el caso a la humillación y a la demolición definitiva del candidato»

El difícil papel de un candidato demócrata puede consistir aquí y ahora en proponer también una normalización de la vida política, que incluye necesariamente a un PSOE liberado de su actual militarización, la cual contaría con el precedente de las contribuciones puntuales del PP en el último año a la gobernabilidad- en Cataluña, en Euskadi, con el «sí es sí» serían la mejor muestra de ello. Aunque sirvieron también para contemplar el muro que Pedro Sánchez opone al establecimiento de relaciones de conflicto, y eventual colaboración en cuestiones de Estado. Hubiera sido preciso mostrar a la opinión pública el extremo rigor con que se procedió, desde los medios públicos, al encubrimiento de la colaboración del PP, especialmente en el «sí es sí», ocultando su contenido e incluso la sesión del Congreso que aprobó la rectificación, caracterizada como irrelevante, puro retoque «técnico»: la ausencia de Pedro Sánchez del hemiciclo, el voto de Yolanda Díaz con Irene Montero, quedaron así en la sombra y el voto del PP, borrado. De eso se trata también hoy para lo que el debate de investidura pudiera representar. Las trompetas de la Moncloa convocan para el caso a la humillación y a la demolición definitiva del candidato. 

Por ello, sin renunciar a la moderación, como en la última e inútil llamada para concertarse sobre Cataluña, es necesario ser consciente de que tras verse amenazado por las urnas, el hoy presidente en funciones ha decretado una guerra política, de aplastamiento de un adversario visto como enemigo, y con una particular dimensión de venganza personal contra quien protagonizó dicha amenaza y llegó a humillarle en un debate cara a cara. Resulta necesario conjugar moderación y firmeza, ver claro y explicar claro, sin incurrir en vacilaciones ni en errores fáciles, poniendo de relieve que otra política y otra visión de Estado son posibles.

En fin, estimado Alberto Núñez Feijóo, a usted le toca hoy como candidato a la investidura, oponerse con eficacia a la amenaza en curso y formular una alternativa creíble a la «corrosión democrática», denunciada en estas páginas por Francesc Carreras. Arrastrados por los cinco duros de Pedro Sánchez, hay mucho en juego. Esperemos que usted cumpla con éxito la misión casi imposible que le ha sido encomendada por el Jefe del Estado. Con mis mejores deseos, le expresa su consideración Antonio Elorza.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D