Váyanse al carajo
«Como nos tratan como ganado y no hacemos nada, las empresas privadas se están sumando también al carro de ningunear a las personas»
La teoría económica nos explica que el mercado libre funciona porque el que vende es capaz de ofrecer algo que quieren los que compran. De algún modo, satisface alguna necesidad de los compradores y éstos están dispuestos a darle su dinero de manera voluntaria. Si la transacción no es beneficiosa para ambas partes, ésta no tendrá lugar. Siempre que el mercado sea libre nadie puede obligarte a comprar algo que no te convence.
Esto no tiene nada que ver con el egoísmo o altruismo de las personas intervinientes en el mercado. El dueño de la cafetería que hay debajo de mi casa no está allí por hacerme un favor, no está allí para que yo pueda tomarme un café cuando quiera. Está allí porque tiene su propio proyecto de vida, sus propios deseos e intereses. Lo hace por él, no lo hace por mí. Pero él tiene algo muy claro: si no trata bien a sus clientes, si no es capaz de aportar más valor que las cafeterías de alrededor, nos iremos a otro sitio y él tendrá que cerrar. Del mismo modo, yo no voy allí por hacerle un favor a él. Voy allí porque me interesa (está más cerca, tardo menos y me tratan bien). Lo hago por mi propio interés, pero ambos ganamos.
El problema surge cuando el mercado no es libre. Cuando la intervención estatal hace que el mercado sea cautivo y te obligan a consumir un producto determinado. ¿Cómo creen ustedes que sería el servicio de una cafetería donde todos los ciudadanos estuviéramos obligados a ir? ¿Qué incentivo tendrían en esa cafetería para tratarle a usted bien? Ninguno, sería usted un rehén del sistema.
«Comenzarán a decirle cuándo se tiene que tomar el café y cómo se lo tiene que tomar, le dirán si lo puede usted acompañar de unos churros o no, le prohibirán tomar azúcar o le obligarán a pedir cita previa para poder ir a tomarse un café. Parecerá que sea usted el que trabaje para ellos»
Y cuando esto tiene lugar, no solo es que el servicio sea manifiestamente peor, es que incluso se llegan a invertir los roles y no está nada claro quién es el cliente. Comenzarán a decirle cuándo se tiene que tomar el café y cómo se lo tiene que tomar, le dirán si lo puede usted acompañar de unos churros o no, le prohibirán tomar azúcar o le obligarán a pedir cita previa para poder ir a tomarse un café. Parecerá que sea usted el que trabaje para ellos.
¿Ejemplos? Innumerables, pero déjenme ponerles el último que me ha pasado. El que les escribe acaba de finalizar el último periodo de su permiso de paternidad, cuyo salario abona el Instituto Nacional de la Seguridad Social (es decir, todos ustedes). Resulta que en dos meses no he visto ni un euro, no me han pagado. Me meto en el sistema y me dice «error en la tramitación». Tengo que personarme en una oficina del INSS y aquí es donde empieza la odisea. No puedes ir a la oficina, porque no te atienden. No puedes pedir cita por teléfono, porque no te lo cogen. No puedes pedir cita por internet, porque no hay citas hasta dentro de muchas semanas. ¡No puedes hacer nada!
Oigan, ¿quién trabaja para quién? ¿Por qué los ciudadanos tienen estar persiguiéndoles a ustedes para que solucionen los problemas que ustedes mismos han creado? ¿Por qué tiene que perder su tiempo la gente productiva de este país con el fin de que ustedes tengan la compasión y misericordia de atenderles? La explicación es muy sencilla, porque somos rehenes del estado, sin alternativa posible a su indecente monopolio. Y se han creído que los clientes son ellos. Usted no tiene derechos, únicamente los que ellos decidan darle.
Y lo que es mucho más grave. Yo he podido enterarme de lo que pasaba con mi expediente porque tengo certificado electrónico y me manejo con las nuevas tecnologías. ¿Se imaginan ustedes a un pensionista de 80 años al que le dejan de pagar por un error burocrático y no le atienden en la oficina, no le cogen el teléfono y no puede pedir cita porque no sabe lo que es eso que su biznieto llama internet? Pues pasa, todos los días y a esta gente le da exactamente igual. El estado está dejando a una parte importante de sus ciudadanos en una situación vulnerable de absoluta indefensión. Está condenando a gente perfectamente capaz a una dependencia inmoral. Unas decisiones que presuponen que las personas mayores tendrán algún familiar que les eche una mano, que les pida cita en los organismos oficiales o que los acompañe a realizar a algún trámite que podrían hacer ellos perfectamente y sin la ayuda de nadie. Están generando personas artificialmente dependientes y excluyéndolas de la vida pública, en la época en la que se llenan la boca con la dependencia y la inclusión.
«Allí había media docena de abuelos estupefactos, que iban a sacar dinero en la ventanilla, como habían hecho toda la vida. Abuelos que no tienen móvil, ni app, ni ordenador»
Estamos llegando a tal punto que, como nos tratan como ganado y no hacemos nada, las empresas privadas se están sumando también al carro de ningunear a las personas, especialmente a las mayores. Hace un tiempo acudí a una sucursal de mi banco, resulta que habían quitado la caja y únicamente atendían con cita previa. Te invitaban a hacerlo todo a través del cajero, de la «web» o de la «app». Allí había media docena de abuelos estupefactos, que iban a sacar dinero en la ventanilla, como habían hecho toda la vida. Abuelos que no tienen móvil, ni app, ni ordenador.
Así que salí de allí, me fui a casa, abrí su maldita «web», pagué lo que me quedaba de hipoteca, transferí todos los fondos a otra entidad y les cerré la cuenta. Al contrario de lo que sucede con el estado, con las empresas privadas todavía puedes permitirte el lujo de mandarles al carajo. Ojalá lo hiciéramos todos, las cosas funcionarían muchísimo mejor.