Felipe González pide la abstención
«Es muy instructivo echar la vista atrás y fijarse en lo que ocurrió en 2016, porque España no ha cambiado, ha sido el PSOE»
Ese fue el titular el 7 de julio de 2016, de hace tan solo siete años. El expresidente dio el pistoletazo con una tribuna en El País. Pidió al PSOE que dejara gobernar al PP con una abstención en la segunda votación de la investidura de Rajoy. No hacía falta una coalición ni un pacto de legislatura. Los socialistas no debían ser una obstáculo para la gobernabilidad, decía, sino un partido que velase por el interés general. Eso suponía dejar la chiquillada del «no es no» y tener sentido de Estado. A esta protesta de González le siguió una revuelta en el PSOE para que Sánchez entrara en razón. Todo esto parece de otro mundo, pero es muy instructivo echar la vista atrás, porque España no ha cambiado, ha sido el PSOE.
Tras las elecciones de 2016 el panorama era escalofriante, como hoy. El PP de Rajoy no sumaba para la investidura, y al otro lado había un Frankenstein. La suma de los mismos que hoy Sánchez reúne daba entonces 180 diputados; es decir, PSOE, Podemos, ERC, CDC —luego PDeCAT, partido fundador de Junts—, PNV y Bildu. El PP había conseguido 137 diputados, los mismos que actualmente, y el Cs de Rivera llegó a los 32, que son los 33 que tiene Vox. También Coalición Canaria tenía uno. La división de fuerzas era prácticamente la misma.
La propuesta fue de Pablo Iglesias tres días después de las elecciones de 2016. Sostuvo que el PSOE podría liderar una mayoría alternativa con los nacionalistas y Podemos, y sacar al PP y a Cs de la ecuación. En su apoyo salieron Francina Armengol, ahora presidenta del Congreso, y Miquel Iceta, hoy ministro. Esta es la fórmula sanchista actual, plagiada de Iglesias e impulsada por el socialismo catalanista.
La reacción de los viejos socialistas fue clara. Los referentes del PSOE, ya fuera de la política, como hoy, dijeron entonces que era irresponsable tanto forzar unas terceras elecciones como plantear un «Gobierno alternativo» con el resto de grupos parlamentarios; esto es, podemitas y rupturistas. Alfonso Guerra se desmarcó con un artículo en Tiempo apostando por la abstención. José Bono propuso en La Sexta un 23 de julio de 2016 lo impensable hoy: «Una abstención por España (…) por responsabilidad de país, para pasar a la oposición, liderarla y acabar con la teatralidad de una izquierda populista». Hoy, esa izquierda populista es Sánchez.
Josep Borrell, hoy Alto representante de la UE pero entonces gran fichaje de Sánchez para su «gobierno en la sombra», dijo que el PSOE tendría que abstenerse si el PP llegaba a un acuerdo con Cs y rozaba la mayoría absoluta. Luego, el 20 de julio de 2016, seis exministros, Javier Solana, Joaquín Almunia, Mercedes Cabrera, José María Maravall, Tomás de la Quadra y César Antonio Molina, firmaron un manifiesto para que el PSOE se abstuviera aunque hubiera que hacer «sacrificios personales». Hoy todo se sacrifica al interés egoísta y personal de Sánchez, y a su ambición irresponsable.
«Hace tan solo siete años, el planteamiento de una mayoría con Podemos y los independentistas era un tremendo error y una irresponsabilidad por parte del PSOE»
El asunto llegó al punto de que un diputado nacional del PSOE andaluz dijo a finales de julio de 2016 que era posible que «cinco o siete diputados» de su grupo se abstuvieran siempre que lo decidiera el partido. Page hizo una de las suyas. Declaró que el Gobierno «no puede pasar por los que quieren romper España», pero no dio un paso adelante. Lambán y Fernández Vara propusieron la abstención y fueron abucheados por los militantes, que los llamaron «golpistas» y «fachas».
Los viejos socialistas llegaron a decir que mostrarse como un obstáculo para la formación de gobierno era ser desleal con el Rey, que había encargado a Rajoy, en el peor momento, cuando aumentaba el desafío independentista en Cataluña. Hoy el PSOE comete esa deslealtad con Felipe VI al ser un obstáculo a Feijóo, según su criterio de 2016, y permite que el independentismo tenga más peso que nunca
Felipe González no abandonó su empeño en aquel verano de 2016. En una entrevista al diario argentino Clarín lo volvió a soltar. Había que dejar al PP formar gobierno, incluso si Rajoy no se lo merece». El planteamiento de una mayoría con Podemos y los independentistas era un tremendo error y una irresponsabilidad. España, declaró, vivía una crisis causada por la «pérdida de credibilidad» de los partidos, y el PSOE tenía que ayudar a resolverla, no empantanar más el panorama.
El expresidente se reunió con el secretario general. Pensaba que su peso histórico podría servir para encauzar a aquel chico sin experiencia, soberbio y populista, que enardecía a la militancia. González señaló entonces, refiriéndose a Sánchez, que era más importante el liderazgo social, escuchar a los españoles, que dominar la estructura del partido. Era una manera de decir que Sánchez pretendía algo que rompía el consenso social y político de la España democrática, tal y como está haciendo ahora. En aquella entrevista, Sánchez prometió a González que se abstendría en la segunda votación, según confesó el expresidente en septiembre de 2016.
Conclusión. Es el PSOE quien ha metido a España en la crisis de gobernabilidad y dado fuerza a los rupturistas. En 2016 la idea de una mayoría alternativa con la extrema izquierda y los nacionalistas era una locura. El llamamiento a ser leal con el rey y fiel al consenso político sobre el que se sustenta la democracia del 78 fue un clamor entre los dirigentes y viejos socialistas, salvo excepciones, las mismas que hoy dominan la segunda parte de Frankenstein. El problema, por tanto, es este PSOE.