Recordando 'Las autonosuyas'
«Luchar por evitar que Sánchez entierre el modelo político que ha reportado a España el mayor periodo de democracia y de progreso nos corresponde a todos»
¿Recuerdan ustedes aquella novela satírica que escribió el buen abogado laboralista y peor escritor que se llamaba Fernando Vizcaíno Casas? Como es lógico, los jóvenes no conocen ni a la novela ni al autor. Paso a ponerles al día. Fue en los albores de la España autonómica, cuando despertábamos a un nuevo modelo de organización territorial, con nuevas reglas constitucionales, con nuevas coordenadas políticas y con incipiente despliegue de espíritu autonomista en las recién creadas Comunidades Autónomas.
Con su estilo desenfadado y pleno de hipérboles, en su novela Las autonosuyas Vizcaíno caricaturizaba el inicio del proceso autonómico, con múltiples territorios declarándose autonómicos, con himnos y signos territoriales improvisados, actuando todos según la máxima de tonto el último. Y como enseguida se percibió que la tenencia de un idioma propio de un territorio iba a convertirse en fuente de privilegios comparativos, uno de los entes preautonómicos constituidos al calor de la fiebre autonomista decidió disponer de un idioma propio: el Farfullo, inventado con el único fin de participar del chorro emanado del grifo del gasto público. Lo demás resulta ahora irrelevante. Lo trascendente es que los creadores del Farfullo se aprestaban a ordeñar la vaca del Estado blandiendo el carácter identitario que suponía la tenencia de su propio idioma.
Tenga más o menos gracia lo escrito por Vizcaíno Casas, lo cierto es que la caricatura global que recreaba en su novela ha sido incluso superada por la realidad. El esperpento que va a suponer contemplar los debates en el Congreso de los Diputados en los que éstos, pese a disponer del tesoro común que supone la lengua de Cervantes, van a dirigirse unos a otros en cuatro idiomas de los que tres son desconocidos por la mayoría, supera a la ficción ideada por el difunto novelista. La broma de la contratación de un conjunto de traductores para que puedan entenderse los que pudiendo hacerlo de forma natural hablando en español deciden renunciar a hacerlo para utilizar su particular Farfullo desconocido por los demás es inenarrable. Y no cabe esgrimir el antecedente del Senado pues éste es la cámara territorial donde podría llegar a entenderse o justificarse el show del multilingüismo que, sin embargo, resulta completamente incomprensible e injustificable en el Congreso.
«Sánchez es culpable, pero los que le votaron también lo son»
Que la deriva de nuestro modelo autonómico haya llevado a dejar atrás lo que hace 45 años era una comedia burda, muy burda, debería provocar una reflexión. Debería pero no lo va a hacer, cuando menos en lo que refiere a Pedro Sánchez que probablemente sea investido como presidente del Gobierno, vista su predisposición a acordar cualquier cosa, cualquiera, que le planteen aquellos de los que depende su investidura. Y casi que debemos sentirnos afortunados de que no le pidan aún más pues de hacerlo, más aún les daría. Lo que se nos puede venir encima no es una broma como fue la novela reseñada, no, es una auténtica tragedia.
Evidentemente, la total carencia de límites y escrúpulos de Sánchez es un problema para España, pero no lo sería si unos cuantos millones de españoles no hubieran decidido darle la posición parlamentaria de la que dispone. Si como dicen los juristas, la causa de la causa es causa del mal causado, hemos de convenir que los culpables últimos de la posible implosión de nuestro actual sistema político son los que le han dado a Sánchez la posibilidad de provocar que explote. Así es por mucho que suene duro. Parafraseando a Serrano Suñer, Sánchez es culpable, pero los que le votaron también lo son. Allá ellos en lo que atañe a su conciencia, lo malo es que por su culpa la carga consiguiente de la penitencia sobrevenida recaerá sobre todos, culpables o no.
Es escasa la probabilidad de poder parar lo que está dispuesto a realizar Sánchez. Más por exigua que sea constituye una obligación moral contribuir al más que difícil milagro de intentar evitarlo. Cada uno en su ámbito, cada cuál según sus posibilidades, los que queramos evitar la quiebra de nuestro actual sistema político constitucional podemos y debemos cooperar al posible milagro. España se merece este esfuerzo y nuestros hijos también. La narración posterior de lo que suceda corresponderá a los historiadores, pero la opción de luchar para evitar que Sánchez entierre el modelo político que ha reportado a España el mayor periodo de democracia y de progreso económico de nuestra historia reciente nos corresponde a todos. Que nadie se esconda.