Crisis constitucional
«El nuevo régimen que se vislumbra no será el resultado de revueltas, sino de la indiferencia de una población que se regodea feliz en su sectaria ignorancia»
La figura de Pedro Sánchez personifica el fracaso del actual sistema democrático y anticipa nuestro futuro modelo político y social. Media España profesa una mayor lealtad a las siglas del PSOE que a la Constitución. La otra media parece que no sabe cómo reaccionar ante esta situación: se debate entre la incredulidad y unos enormes complejos. Por algún motivo que no alcanzo a comprender, se niegan a asumir la realidad cruda y desnuda del personaje, prefieren seguir imaginándolo vestido con los ropajes de un estadista.
La incapacidad, ingenuidad e indiferencia del constitucionalismo ha alimentado y engordado al sanchismo, que ha sumergido al país en una crisis constitucional sin precedentes. Cualquier organismo, norma o procedimiento es susceptible de ser retorcido o manipulado para ponerlo al servicio de los intereses de Sánchez. No existen certidumbres ni certezas más allá de la constatación de que está dispuesto a lo que sea, como sea y cuando sea para volver a ser investido.
Tanto es así que no sólo no ha dudado en resucitar y rearmar al procés catalán, sino que lo ha fagocitado y exportado al resto del país. En el plano discursivo, el Sánchez de 2023 dista ya poco del Puigdemont de 2017. Ambos abogan por «desjudicializar la política», que no significa otra cosa que institucionalizar la impunidad y la desigualdad entre los ciudadanos y sus dirigentes. La única diferencia notable entre ambos mandatarios es que el expresidente de la Generalidad lo verbaliza en catalán.
Lo cierto es que esta mímesis del socialismo con el independentismo catalán no es fruto de una coyuntura postelectoral: lleva preparándose y cocinándose desde la pasada legislatura. Ahora sólo nos lo sirven como el plato principal del menú de degustación progresista por el que los españoles optaron el 23-J.
Sánchez es consciente de que la amnistía al golpismo no le costará ni un solo voto, porque ni uno se dejó por el camino tras los indultos, la derogación de la sedición o la rebaja de la malversación. Al contrario, mejoró sus resultados. Sabe bien que para millones de compatriotas las siglas socialistas están por encima de la Constitución, de las fuentes del ordenamiento jurídico, de la neutralidad institucional o de la jerarquía normativa. El PSOE es una religión de Estado y sus votantes son creyentes capaces de aplaudir una cosa y la contraria.
«Sánchez es consciente de que la amnistía al golpismo no le costará ni un solo voto, porque ni uno se dejó por el camino tras los indultos, la derogación de la sedición o la rebaja de la malversación»
También lo saben sus socios comunistas y nacionalistas, que antes de la investidura han emprendido los trabajos de deconstrucción del Congreso, transformándolo en el hábitat de una clase política fanatizada y mediocre que no entiende ni de escrúpulos ni de límites, dispuesta a arrojarnos al precipicio con tal de ver satisfechas sus necesidades. Sus señorías del autoproclamado bloque progresista han demostrado durante el pinganillogate ser capaces de exigir el cumplimiento de una norma antes de su aprobación y ya manifiestan su predisposición a avalar la impunidad ad hominem para Puigdemont.
Porque en esto radica en quid de la amnistía: en evitar que Puigdemont se siente en el banquillo y responda ante el Tribunal Supremo por sus crímenes. Van a poner el ordenamiento jurídico español patas arriba y a institucionalizar el olvido de los miles de delitos cometidos en Cataluña desde 2017 para encubrir la impunidad del expresident. A la izquierda patria no parece importarle que éste sea el precio a pagar para «derrotar al fascismo».
España se encuentra en un momento constitucional grave, crítico. Apenas es consciente de que carece de resortes legales efectivos para impedir que una mayoría exigua de sus diputados voten sustraerse de la legalidad vigente. Asiste apática al desmantelamiento del Estado de Derecho y desprecia a quienes advierten de las consecuencias.
El nuevo régimen que se vislumbra al final de este camino no será el resultado de revoluciones ni revueltas, sino de la indiferencia de una población que se regodea feliz en su sectaria ignorancia, de la complicidad mediática y académica y de la displicencia de una oposición que se resiste a comprender la importancia y trascendencia de lo que acontece ante nuestras narices.