THE OBJECTIVE
José Luis González Quirós

Esa amnistía de la que se habla

«Las amnistías no buscan ni logran la reconciliación, sino que nacen de ella y, por eso mismo, deben ser otorgadas por todo el cuerpo político sin distinción»

Opinión
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Esa amnistía de la que se habla

Pedro Sánchez, presidente del Gobierno. | Europa Press

En Absolute Power, Clint Eastwood muestra cómo el poder político del presidente, en principio legítimo y limitado, puede extralimitarse y ser prostituido para tratar de convertirse en poder absoluto cuando trata de saltarse la ley y evitar su destitución, en el caso de la película por un delito penal. Es duro apearse del poder y es muy humano tratar de retenerlo a cualquier precio, pero el interés común debiera estar siempre por encima de la ambición de cualquier líder. 

Nos equivocamos de medio a medio cuando discutimos la oportunidad o la legalidad de una propuesta como la de otorgar una especie de amnistía a los políticos separatistas que trataron de abolir la Constitución e implantar una suerte de república catalana sobre suelo español. La cuestión no debiera fijarse en si tal amnistía resulta concebible y constitucional sino en el mezquino propósito que la anima, la investidura de un político que no tendría los votos necesarios si no forzase la aprobación de una amnistía sin el menor sentido. 

Una amnistía concebida de este modo es una amnistía prevaricadora, prostituida desde su mismo fundamento falsario. Las amnistías no buscan ni logran la reconciliación, sino que nacen de ella y, por eso mismo, no pueden ser otorgadas por una parte sino por todo el cuerpo político sin distinción. Por idénticas razones, solo cabe una amnistía cuando los otorgantes y los beneficiarios han alcanzado un acuerdo de reconciliación y solo pueden darse como forma de solemnizar ese paso. ¿Alguien es capaz de encontrar algo que tenga que ver con esto en esa supuesta amnistía en la que se nos hace pensar como llave maestra del acuerdo de investidura?

«Los responsables del fracasado golpe fueron juzgados con todas las garantías legales imaginables»

Todo el conflicto tiene su origen en la pretensión de separarse de España de una fracción de la sociedad catalana poseída por un sentimiento doble, la creencia en su superioridad intelectual y moral y la invención de una supuesta dominación que se remonta, cuando menos a 1711. Para instrumentar ese loco propósito los políticos que urdieron el proceso que culminase en su separación del resto de España han vulnerado el sistema constitucional y legal gracias al cual obtuvieron sus posiciones. Pretendían, al parecer, que el mismo Estado y el conjunto de los ciudadanos observaran entre incrédulos y asustados como se violentaba la soberanía nacional, que es indivisible por principio, pero no fue así. Se restableció el orden constitucional y los responsables del fracasado golpe fueron juzgados con todas las garantías legales imaginables. El gobierno de Sánchez concedió a posteriori un indulto a los condenados y modificó de manera chapucera el ordenamiento legal con consecuencias lamentables.

Uno de los presuntos delincuentes, todavía sin juzgar, huyó para burlar la acción de la justicia y se refugió cerca de los dominios de la extrema derecha europea. Ahora, desde Waterloo, trata de imponer a Sánchez una amnistía demencial amenazándole con el chantaje de no votar su investidura a la espera de que Sánchez, cual Ricardo III, trate de entregar su reino por un caballo. Ricardo III murió en esa escena, pero Sánchez pretende salir airoso, claro que no entregará al chantajista su sillón sino la mínima dignidad de todos

No hay el menor intento reconciliador en el ánimo de Puigdemont que, por el contrario, perseguirá sin duda una nueva y ridícula intentona de romper el orden constitucional. Sus argumentos tienen la ventaja de ser cristalinos, no se anda con remilgos. Ahora, además, reclama una deuda del resto de los españoles con Cataluña de 450.000 millones de euros, casi la mitad de un PIB anual, es decir, que pretende que la amnistía no sea gratuita, sino que venga con propina. ¿Nos parece a todos bien que Puigdemont nos saque unos 12.000 euros por barba por una supuesta deuda que es puro surrealismo? Poner al Estado en ridículo y a los pies de un aventurero sin fortuna supone una indignidad moral desmesurada y muy peligrosa que hace que lo que con ello se pudiera obtener quede marcado por el oprobio.

¿Cómo es posible que un candidato a presidente del gobierno conceda la menor verosimilitud a semejante disparate, a tal monstruosidad? En beneficio de Sánchez hay que reconocer que, al menos en público, jamás ha dicho nada que dé píe a suponer que está de acuerdo con una amnistía tan inconsistente como un espejismo, pero sí que ha dicho algo que debiera amoscarnos, puesto que ha afirmado que va a ser coherente y esa es una palabra que puede significar cualquier cosa en labios de Pedro Sánchez. 

«No estará de más recordar que el desquiciado proyecto de la abortada república catalana no recibió ni un solo apoyo internacional»

Creo que somos muchos los españoles, catalanes o no, que apoyaríamos una verdadera amnistía para olvidar de una vez por todas la pesadilla separatista, pero ese borrado de la historia debiera ser un acto de suma generosidad y no el resultado de la codicia de poder, debiera ser precedido de una verdadera reconciliación que exigiría, para empezar, dejar de imponer por la fuerza la hermosa lengua catalana a quienes no deseen usarla, y reconocer como una realidad insoslayable que el futuro de Cataluña está unido de manera indisoluble al de el resto de España.  A muchos les parecerá que este escenario ideal dibuja un disparate imposible, pero no estará de más recordar que el desquiciado proyecto de la abortada república catalana no recibió ni un solo apoyo internacional y que, para hacer política, es mejor fundarse en la realidad que en las fantasías. 

¿Qué hará Pedro Sánchez con este espinoso asunto que le plantean unos aliados bastante indeseables? Sé lo que piensan la mayoría de quienes quisieran ver a Sánchez no ya derogado sino esfumado, pero querría recordar que se trata de un político con suficientes recursos como para no pensar en que sólo tenga la alternativa de arrojarse al abismo, pues tal es lo que supondría avalar una amnistía tan absurda como miserable y contraria a un sentir muy conforme de una amplia mayoría de españoles. 

En 2019 Pedro Sánchez tuvo que hacer vicepresidente de su gobierno a un político, al que es probable que detestase, difícil de controlar, revolucionario, populista y marrullero, pero en 2023 ha conseguido que el grupo que lideraba ese sujeto y que le mordía de continuo los tobillos se haya transformado en una grey obsequiosa liderada por una dama amable y risueña siempre dispuesta a hacerle más llevadero el peso de la púrpura, lo digo sin ironía es un gran logro. 

Como soy optimista en según qué asuntos tengo que suponer que Sánchez saldrá con bien del mal paso en el que le quieren colocar unos aliados manifiestamente mejorables y lo hará sin romperse la crisma. No lo hago sólo porque me preocupe su salud, sino porque no puedo quitarme de la cabeza que una amnistía como la que está en lenguas nos traerá a todos la peor suerte del mundo, un ridículo cósmico seguido de un desorden formidable algo que se debería evitar para desmentir a Gil de Biedma: «De todas las historias de la Historia / Sin duda la más triste es la de España / Porque termina mal».

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