Más inflación en el horizonte
«Difícilmente se puede controlar un alza de precios como el experimentado en estos dos años sin infligir a la economía un correctivo en forma de recesión»
Si algo ha demostrado este Gobierno es que no es de fiar. Tampoco en materia económica. Muy pocos se acuerdan ya de que la vicepresidenta primera y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño, afirmó en marzo de 2020, poco antes de encerrar a todos los españoles en sus casas, que el coronavirus tendría un impacto «poco significativo» y «transitorio» en la economía nacional. Pues menos mal porque España registró ese año la mayor recesión de su historia y una de las más graves de toda la OCDE, con una caída del PIB del 11,2%, multiplicando casi por tres el desplome sufrido en 2009, en plena crisis financiera internacional.
Lo mismo puede decirse de la inflación. La propia Calviño avanzó en septiembre de 2021 que el fuerte repunte que estaban experimentando los precios no era en absoluto preocupante, puesto que era fruto del crecimiento económico tras el parón de la pandemia. Meses después, cuando la inflación, lejos de frenar, seguía subiendo, el Gobierno cambió de discurso y culpó a Rusia de la escalada de precios debido a la invasión de Ucrania, a pesar de que el alza del IPC había arrancado a mediados de 2021, mucho antes de que estallara la guerra.
Así pues, o Calviño miente y engaña a los españoles con fines puramente electoralistas o, realmente, no tiene ni idea de lo que habla, lo cual aún es más grave, sobre todo si se tiene en cuenta que, al menos en teoría, es uno de los perfiles más sólidos y solventes de este Gobierno. Pero, sea cual sea la causa, lo cierto es que la ministra ha fallado estrepitosamente en sus pronósticos, con la consiguiente confusión e incertidumbre que semejante desatino genera entre familias y empresas. La lección que la gente debería grabarse a fuego es evidente: no se fíen de los políticos.
«Lo que importa es la inflación subyacente, descontando energía y alimentos frescos, y ésta sigue anclada por del 6% en España»
La inflación poco tiene que ver con la guerra de Ucrania y sí mucho con los históricos excesos monetarios y fiscales que los Estados de medio mundo, junto con sus brazos financieros, los bancos centrales, pusieron en marcha durante la pandemia bajo la excusa de superar la crisis económica. Si a todo ello se suman, además, las ingentes inyecciones de liquidez que dejaron en herencia durante la anterior crisis financiera, era cuestión de tiempo que la subida de precios hiciera aparición.
Ahora, tras dos años de encarecimiento de bienes y servicios, el Gobierno de Sánchez se esfuerza en transmitir que esta situación es transitoria y que el aumento de los tipos de interés por parte del Banco Central Europeo está próximo a su fin. Sin embargo, aún queda una ardua tarea por delante. En primer lugar, porque lo que importa no es el IPC general, sino la inflación subyacente, descontando energía y alimentos frescos, y ésta sigue anclada por encima del 5% en la zona euro y del 6% en España.
En segundo término, porque, a pesar de que el tipo de interés oficial en Europa ya se sitúa en el 4,5%, tras el último aumento aprobado por el BCE, su impacto sobre la economía no es automático ni inmediato, de modo que tardará en hacer efecto. No en vano, la Reserva Federal de EE UU (FED) elevó los tipos antes y de forma más rápida e intensa que el BCE y, pese a situarse ya por encima del 5%, la inflación subyacente sigue superando el 4% en la primera potencia mundial.
La guerra contra la inflación, por tanto, no es tan sencilla. De hecho, difícilmente se puede controlar un alza de precios como el experimentado en estos dos años sin infligir a la economía un correctivo en forma de recesión para reducir la demanda y, de este modo, atemperar la evolución del IPC. Aún no se ha alcanzado ese punto de inflexión.
«El precio del petróleo ha escalado de nuevo por encima de los 90 dólares por barril, su nivel más alto en diez meses»
Y en tercer y último lugar porque, a diferencia de lo que ha sucedido en los últimos meses, existen dos importantes factores que avanzan un repunte inflacionario a corto y medio plazo. Por un lado, el petróleo, cuyo precio ha escalado de nuevo por encima de los 90 dólares por barril, su nivel más alto en diez meses, tras el recorte de producción aplicado por Arabia Saudí y Rusia en un momento en el que la demanda mundial alcanza niveles récord. El alza del crudo se trasladará a los costes de producción y, finalmente, al precio de venta de numerosos bienes y servicios.
Y, por otro, los costes laborales, que en el caso de España registran un aumento del 5,6% interanual en el segundo trimestre del año. Es muy difícil que baje la inflación subyacente sin que caigan dichos costes. Por esta misma razón, el Banco de España advierte en su último boletín de que «el proceso de disminución de las presiones inflacionistas iniciado a finales del año pasado se habría interrumpido en el tercer trimestre del año».
Los costes de las empresas están repuntando de nuevo y, como resultado, muchas ya se están viendo obligadas a subir sus precios de venta para compensarlo, una tendencia que se mantendrá también en el cuarto trimestre. Además, el 65% de las sociedades encuestadas esperan que dentro de un año sus costes sean superiores a los actuales, lo cual, en caso de confirmarse, complica el ansiado control del IPC. No son los únicos. El propio Banco de España prevé ahora que el IPC cerrará este año en el 3,6% y subirá al 4,3% el próximo.
En última instancia, todo dependerá de la acción de los bancos centrales. La respuesta no puede ser tibia y, de una u otra forma, terminará afectando al crecimiento económico. No, doblegar la inflación no será rápido ni fácil ni indoloro.