Recordando a Monica Lewinsky
«Nuestros inquisidores puritanos de hoy son meros aprendices del fiscal Starr, pero causan tanto daño como pueden y celebran con alharacas sus tristes éxitos»
Esta ola de escándalos puritanos en la prensa, la radio, la televisión y las redes sociales, por los comentarios obscenos de unos chicos en un chat privado —en el que los periodistas, por cierto, no tenían ningún derecho a meterse—, y por los gritos de bienvenida cómico-rituales de los chicos de un colegio mayor a sus condiscípulas, y por un beso robado en la exaltación de unas celebraciones deportivas, y por solicitaciones indeseadas de sexo en las redacciones… todos esos bizantinismos de patio de colegio destruyen vidas y reputaciones: profesionales que pierden su puesto de trabajo por una denuncia de acoso, supuesto o real, formulada 20 años después de los hechos; universidades que expulsan a alumnos por vociferar un taco; toda una Fiscalía General del Estado que al parecer tiene tan poco trabajo que se dedica a meter sus narices y a malversar el dinero público en tratar de averiguar si un beso fue acordado o fue una «agresión sexual»; ministros rasgándose las vestiduras… En fin, esa repugnante caza de brujas, o de brujos, no sé si directamente instigada por el Gobierno de la nación o espontáneamente promovida por las inmensas comunidades de los ofendiditos, ha llegado al extremo del ridículo con la condena a seis meses de cárcel y 300 euros de multa a una vecina de Pamplona, de 23 años y de origen suramericano, por un delito de agresión sexual: le tocó el culo a un chico en una discoteca.
El chavalote que presentó denuncia a la Policía por haber sufrido semejante «agresión» debe de estar tarado, y la Justicia hace el ridículo con la Ley de Garantía Integral de Libertad Sexual, más conocida como la ley de sólo el sí es sí, en la que se funda esta sentencia. En cuanto a la agresora, aún ha tenido suerte de beneficiarse de un atenuante porque iba «intoxicada».
A toda esta sinrazón a la que asistimos le veo tiene un precedente hace 25 años en la persecución del presidente de los Estados Unidos Bill Clinton por un fiscal profundamente malvado y necio llamado Kenneth Starr a cuenta de una becaria en la Casa Blanca llamada Monica Lewinsky, que se mostró sexualmente complaciente con Clinton. A cuenta de unas felaciones en el Despacho Oval, Starr se propuso derribar a Clinton (que fue, por cierto, un excelente presidente y una inteligencia de primera categoría, además de hombre de extraordinaria resiliencia, como tuvo que demostrar) lanzando una investigación que costó más esfuerzos a la Fiscalía y dinero al erario público que la que se hizo para dilucidar el asesinato de Kennedy.
«Aquellos jueguecitos eróticos que nunca debieron importarle a nadie ocupaban las portadas de todos los diarios»
Por casualidad llegué a Nueva York por esas fechas y al subirme al taxi en el aeropuerto la radio contaba los mínimos y más sórdidos detalles de las prestaciones de la becaria, las manchas de semen en un vestido que Starr le confiscó, etcétera, etcétera. La indecente información duró todo el trayecto hasta la ciudad, y no es breve. En los siguientes días constaté con estupor que aquellos jueguecitos eróticos que nunca debieron importarle a nadie más que a la señorita Lewinsky —que no era menor de edad— y al señor Clinton ocupaban las portadas de todos los diarios, abrían los informativos matinales, vespertinos y nocturnos en todos los canales de televisión, copaban los debates públicos y las conversaciones privadas. Yo no daba crédito. El país más rico y poderoso del mundo, The Land of the Free, The Home of the Brave, obcecado en saber exactamente lo que hacía Clinton con el habano que se estaba fumando mientras Lewinsky estaba de rodillas entre sus piernas. Pensé que habían enloquecido. Bueno, en cualquier caso, es un país que marca tendencias.
So pretexto de castigar un abuso sexual, ya que Clinton era jefe directo de la becaria, el fiscal Starr (que falleció el año pasado y, a no ser que in articulo mortis confesase sus pecados y recibiese la absolución, actualmente arde en la caldera de Pedro Botero), registró el piso, el ordenador y el pasado de Monica Lewinsky, interrogó a su familia y a sus amigas, destruyó su carrera profesional, y la obligó, en su declaración ante el jurado, a contar los hechos «con una especificidad entre lo pornográfico y lo ginecológico», como escribió Rebecca Mead en The New Yorker. La expuso «a la vista del público, desnuda». Humilló a Hillary Clinton y casi acabó con la carrera del presidente y con su matrimonio. Yo creo que también ridiculizó a los Estados Unidos. Nuestros inquisidores puritanos de hoy son meros aprendices de Starr, pero desde luego causan tanto daño como pueden y celebran con tristes alharacas justicieras sus piezas cobradas, sus tristes éxitos.