Vivimos una mentira
«No existe una razón objetiva, una realidad que justifique el desgarrador debate al que Sánchez ha conducido a España. Sólo sus necesidades personales»
Lo más grave del desgarrador debate que divide a España sobre asuntos de tanta trascendencia como la unidad territorial, el respeto a la Constitución o la vigencia de la democracia es que no se libra por rotunda contraposición de dos proyectos políticos o por el agotamiento del modelo vigente, sino por las necesidades estrictamente coyunturales y personales de Pedro Sánchez, que quiere seguir siendo presidente del Gobierno por encima de todo y de todos.
No responde ese debate a la voluntad del pueblo español, que el 23 de julio dijo con claridad que quiere alejarse de los extremismos de derecha e izquierda, en beneficio de los dos partidos pilares del sistema, y que le quitó espacio a los partidos independentistas. Mucho menos responde a los intereses de los ciudadanos, que reclaman a diario prioridad para su situación económica, la calidad de su sanidad y su educación, el futuro de sus hijos.
No es, desde luego, «el encaje de Cataluña» la primera preocupación de los españoles, ni siquiera en esa comunidad. Tampoco lo es la lengua ni su uso en el Congreso, ni los presos del procés. Nadie tiene reservas de ningún tipo sobre la justicia impartida por el Tribunal Supremo tras el levantamiento de septiembre y octubre de 2017. Ningún partido mayoritario, organización humanitaria, organismo internacional o asociación ciudadana representativa había reclamado antes una amnistía a quienes organizaron y secundaron la declaración de independencia en Cataluña.
España no vive un clima insurreccional, en ninguna parte de su territorio, que exija, por parte de las autoridades, la adopción de medidas extraordinarias, la discusión de transformaciones drásticas en nuestra democracia y el retorcimiento de nuestra Constitución para dar paso a una amnistía o a un referéndum de autodeterminación.
«Ahí estamos, todo el país sometido a esta tensión insoportable por el peligro que acecha a la calidad de nuestra democracia y a nuestra integridad como nación»
No existe una sóla razón objetiva, una sóla realidad demostrable que justifique el escenario político al que Sánchez nos ha conducido. Sin embargo, ahí estamos, todo el país sometido a esta tensión insoportable por el peligro que acecha a la calidad de nuestra democracia y a nuestra integridad como nación. El Partido Socialista, abierto en canal, borrando vergonzosamente su historia de gloria para justificar su infame presente. El Partido Popular, perdido, desorientado ante una jugada que no vio venir y a la que no sabe responder. Tal vez, condenado muy pronto a un nuevo trauma interno. Y, mientras tanto, los que perdieron las elecciones, Sumar, Yolanda Díaz, Puigdemont, Junqueras o el PNV, imponiendo las condiciones, marcando los tiempos, diseñando el futuro de España.
Como decía, esto no es culpa de un inesperado fenómeno meteorológico ni la consecuencia de una dinámica de crisis instalada desde hace tiempo en la sociedad española. De hecho, todas las encuestas demuestran que la gente está bastante satisfecha con nuestro modelo de convivencia. Esto es únicamente el resultado de las necesidades de Sánchez en este momento. Aquí no se habla de convicciones políticas ni de intereses colectivos. Esta es una simple y cruda muestra de ambición de poder. Si las necesidades de Sánchez fueran otras, diferentes serían también las preocupaciones a las que estaríamos sometidos los españoles.
Sánchez podría mañana de igual manera convocar una consulta para la autodeterminación en Cataluña o imponer el artículo 155 de la Constitución para anular la autonomía de esa comunidad en función de que sus necesidades para continuar en el poder fueran unas u otras. Y, probablemente, en ambos casos contaría también con el apoyo de quienes le votaron en julio.