El trabalenguas nacional
«Tanto Bildu como PNV decidieron hablar en español durante la investidura de Feijóo. Quieren que les entiendan cuando pregunten: ¿qué hay de lo mío?»
Me sugiere mi hijo, un joven que habla seis idiomas y utiliza las palabras sin arrojarlas contra su interlocutor, que escriba sobre la decisión de autorizar el uso de todas las lenguas de España (eso es lo que son) en el Congreso. Se supone que estoy a favor de la nueva norma, dado el profundo amor por las lenguas que viví en mi familia (catalano/francesa y manchega). Lo estoy, con matices. Creo firmemente que se debe respetar y proteger todas las lenguas maternas, tener la opción de aprenderlas en profundidad. Y, precisamente por ello, me irrita que el independentismo imponga el monolingüismo en escuelas, patios, hospitales y, ahora, hasta en el bar de la esquina de cualquier calle de Cataluña. De la actual decisión de la Mesa, querido Jon (así bautizado en recuerdo de un amigo vasco de mi marido navarro), me fastidia, sobre todo, la impostura, la escenificación.
Se ha aprobado con urgencia, sin consenso, una norma aparentemente buena, pero por un motivo equivocado. A la coalición que gobierna en funciones, solo le importa escuchar un monosílabo: el sí de las niñas y niños de Puigdemont a Pedro Sánchez. Sin embargo, hay otro término que empieza a ocupar calles y plazas. Se trata de amnistía, palabra que no es necesario traducir porque es la misma en castellano, catalán, gallego y vasco. Viene del término griego amnestia y significa olvido.
Los minoritarios grupos secesionistas llevan semanas, desde que se sienten imprescindibles, hablando de ese perdón que lo borra todo y que, según algunos, ya está pactado. También de la necesidad de acordar un referéndum (¿legal?) durante esta legislatura. Qué rápido se da todo por hecho, incluso aquellas exigencias que vulneran la Constitución y disgustan a más de media España. La vida y la política dan muchas vueltas. El sí a la amnistía, y a Puigdemont, tiene toda la pinta de venir acompañado de muchos noes futuros en las calles.
«El plurilingüismo solo ha sido el aperitivo de una legislatura que, si llega, se prevé corta y agotadora»
En los últimos días, se ha distraído al personal con el énfasis plurinacional y con alguna que otra ocurrencia. Unos nacionalistas salen en la tele devolviendo enfadados el pinganillo, otros se lo ponen para escuchar una lengua que entienden, hablan y escriben perfectamente. El plurilingüismo solo ha sido el aperitivo de una legislatura que, si llega, se prevé corta y agotadora.
Tan innecesaria era semejante prisa, que los vascos, tanto de Bildu como del PNV, al igual que la gran mayoría de los diputados, decidieron hablar en español durante la fallida investidura de Alberto Núñez Feijóo. Quieren que les entiendan cuando pregunten: ¿qué hay de lo mío? Además, son muchos los políticos vascos que no se expresan bien en euskera, que usan el castellano tanto en Madrid como en Vitoria.
Algo parecido le pasa al portavoz de ERC, Gabriel Rufián. En su primera intervención en catalán, tras aprobarse el verso libre en el Congreso, le criticaron por su acento y falta de soltura. Era/es un buen portavoz en castellano. La lengua del pueblo al que emigró su familia la aprendió en casa, en la escuela, en la calle. Más o menos como ese 55% de los catalanes que tiene el español como idioma materno.
«Dejen de exigir a sus ciudadanos lo que ustedes, los políticos independentistas, ni saben ni cumplen»
No tengo nada en contra de que Rufián hable como quiera en el Congreso. Pero, en reciprocidad, el Parlamento y el Gobierno catalán deberían dejar de exigir los certificados lingüísticos C1 y C2 (nativo y altamente capacitado) a funcionarios, enfermeras, profesores, estudiantes de universidad o trabajadores inmigrantes. La mayoría de sus diputados, consejeros, alcaldes y regidores no llegan a esos niveles. Por eso, seguramente, el Parlamento catalán tiene un numeroso departamento lingüístico, que corrige dislates, traduce castellanismos y aconseja hasta cómo expresarse en catalán. Dejen de exigir a sus ciudadanos lo que ustedes, los políticos independentistas, ni saben ni cumplen.
Embolica que fa fort, diría mi muy catalanista y sensata madre si viera la que se está liando. La citada frase tiene varios significados. En castellano se podría traducir por: «Agárrate que vienen curvas», «echar leña al fuego» o «pescar en río revuelto».
Complicar la realidad y distraer la atención del votante es un hábito utilizado para ocultar objetivos difíciles de explicar al ciudadano. La Psicología de las Masas, interesante ensayo publicado por el francés Gustave Le Bon a mediados del siglo XX, explica que los gobiernos se dedican a entretener a la sociedad, para no ir al grano ni hablar claro, convirtiendo a los individuos «en una masa amorfa» que sigue dictados y sólo atiende a emociones. Se utiliza el entretenimiento, la escenificación, para obviar los problemas que verdaderamente están sobre la mesa, para silenciar la realidad.
Más que el actual plurinacionalismo impostado y buenista, pienso que España necesita una cámara territorial útil. El Senado debería haberlo sido, pero nunca ha pasado de ser refugio de políticos fieles y escasamente relevantes. Desde 2010, se permite en la Cámara Alta hablar en cualquier lengua oficial de España. Muy pocos han aprovechado ese plurilingüismo. Ojalá tal libertad de expresión se asumiera en el Parlamento catalán.
«Hay niños en el Parlament», gritó asustada una diputada convergente cuando, en 1996, un representante del PP habló en español y rompió la norma implícita de utilizar solo el catalán. No era el primero -durante la Transición, hubo otros-, pero hacía tiempo que no se escuchaba el castellano en la sala, por lo que la anécdota se publicó en algunos diarios. A la mayoría nos hizo gracia y le quitamos importancia. Un cuarto de siglo después, lo que tenemos es un gigantesco trabalenguas político. No hay quien se entienda.