THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

Nuestra mesa de operaciones

«Vivimos en tiempos en el que todo gira de lado a lado sin que nos paremos a pensar que estos dos días, a veces pueden terminar antes»

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Nuestra mesa de operaciones

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El otro día conversaba con un cirujano de Santander sobre el enorme cambio que supuso Fleming para el mundo, en general, y para el de la tauromaquia, entre muchos otros. La penicilina, esa segunda oportunidad y su forma de cambiar la muerte, que no la vida, para todos aquellos que estaban condenados al entrar en volandas en las enfermerías de las plazas, y donde otros maestros, los de la precisión, le sacan un dedo a la guadaña dejando entre los suyos a los que templaron en la plaza ese duelo entre muleta, asta y espada. 

Daniel Casanova, diestro de los trasplantes y uno de los mejores cirujanos del mundo, me dio uno de esos regalos de realidad que siempre ponen a las personas en el lugar del que no debimos salir, pero que quizá, anulamos de nuestro consciente por ese instinto de supervivencia que nos deja a un lado lo que son y suponen los problemas reales. Me dijo que cuando se cierran las puertas del quirófano, no importan lo que seas ni lo que tengas, da lo mismo el poder y por supuesto el dinero, todo es igual de crudo para quien se tumba esperando que los dedos y la sapiencia del operario consigan alargar un poco el tiempo que ha tocado vivir. 

No hay mayor regalo que un rato más. Y vivimos en tiempos en el que todo gira de lado a lado sin que nos paremos a pensar que estos dos días, a veces pueden terminar antes. Me hablaba de la forma en la que gente se entrega a la fatal circunstancia, el empresario rodeado de ujieres que de pronto se vuelve humilde y aterrado porque un hijo suyo necesita un páncreas para seguir funcionando, o del campesino que tiene a su mujer esperando que dos manos conecten las venas de forma precisa después de una cirugía. De pronto la vida nos hace iguales a través de la muerte, con las mismas oportunidades y unas cartas repartidas a destiempo en las que depende mucho la mano reparte. 

Luego llega lo inevitable, lo que no podemos predecir ni controlar, lo que se nos escapa porque no somos dioses que manejemos la naturaleza a nuestro antojo ni capricho. La larga pena que atraviesa todo empieza allí donde acaba uno. 

De toda esta reflexión me viene a la cabeza quienes van por la vida quitando otras: asesinos, violadores, terroristas, mafiosos como Matteo Messina, delincuentes de chuta y mono, conductores cafres, operarios descuidados. Son muchas las veces en las que nos ponen en riesgo, cuando ya la propia vida de cada uno juega al azar por químicas que pueden condenarnos antes de tiempo, y que ni siquiera las manos de un mago de la cirugía pueden arreglar. Y es entonces cuando dependemos de un código penal, de una fuerza mayor que pueda evitar que otros repitan una inmundicia, una crueldad. 

«Todos somos iguales cuando llegamos a la enfermería, toreros o no, ese capote que debimos hacerlo de otra forma, puede que sea la última oportunidad»

Luego, desgraciadamente, la máscara de la realidad se pone del lado del que no pasa nada, como si todo esto fuera así de divertido, hasta que llega, te pasa, te toca, te pega una leche de cuajo y hasta aquí. 

Por eso me da pena que no sea hasta ese momento en el que te visten de verde para abrirte de arriba abajo que no seamos un poco menos gilipollas y mucho más de normales. Imagino que es esa parte la que nos mantiene tiesos, como que miramos de perfil al resto porque todo es, en realidad, una camilla en el quirófano y debemos seguir hacia adelante, haciendo como que no pasa nada por mucho que pase. 

Ellos, los que lo ven a diario, tienen la vista cansada. Se nota en sus entrañas que han visto de todo, que su curro es así de difícil, de real, que está mucho más lejos que todas esas redes sociales, de la calle, de la tele, del Congreso, de las vainas más vacías. 

Y no son sólo los maestros del corte y confección de nuestros adentros, son también todas las personas que curran al lado, enfermeras y meros, practicantes, anestesistas, y demás personal que atiende cada una de las cosas mal hechas que nos pasan. Ya lo demostraron en la pandemia; joder, sí lo demostraron. Y ahí siguen en cada plaza de urgencias, en cada operación programada y en cada mala noticia que nos llevamos los demás cuando pensamos que la vida es todo lo que nos pasa, hasta que nos sucede. 

Creo que podemos y empiezo por mí el primero, mirar de otro modo a la gente para que poco a poco las cosas no sean así de necias como lo son en estos tiempos que corren. Y vuelan. Puede que si las cosas fueran así, igual miramos de otra forma a los que se ríen de cara, a los que nos estafan y marean con una dialéctica de enfrentamiento basada en los caprichos y la comodidad. Todos somos iguales cuando llegamos a la enfermería, toreros o no, ese capote que debimos hacerlo de otra forma, puede que sea la última oportunidad. Luego, ya se sabe, todo se vuelve silencio, y en el resto se queda un y sí hubiera, y si hubiese, y si aquello u otra cosa. Que no se escape ni uno sólo mientras podamos controlar lo que tenemos cerca. Luego resulta que, en la mayoría de los casos, no podemos elegir las cartas de la partida. Pero en nuestro poder está el secreto y suerte de decidir cómo llegamos hasta las manos del cirujano.

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