THE OBJECTIVE
Alfonso Javier Ussía

La agenda de Matteo Messina

«Tenemos una mezcla de admiración y morbo por el que se salta las reglas, por el malo de la película. ¿Tanto influye el cine en nuestro sentido del bien?»

Opinión
Comentarios
La agenda de Matteo Messina

Matteo Messina.

Con la muerte de Matteo Messina, desaparece una forma del hampa y del crimen organizado, la de los capos que dirigían imperios desde una clandestinidad a la vuelta de la esquina. Estaba considerado el último boss, el jefe de jefes de la Cosa Nostra, y desde su detención en enero de este mismo año, la mafia siciliana se encontraba sin un dirigente de la vieja escuela

Pero para entender los movimientos que se deben estar perpetrando en estos momentos por sucederle, deberíamos viajar atrás en el tiempo, al menos, hasta el momento de su detención el pasado enero. Los carabinieri realizaron un registro en el domicilio de la hermana de Messina. Mientras levantaban la casa y comprobaban cada papel que aparecía en sus estancias, encontraron un historial médico a nombre de Andrea Bonafede, que además debía recibir tratamiento de quimioterapia el día 16 de enero en la clínica de la Maddalena, de la ciudad de Palermo. En ese momento comenzaba una de las operaciones policiales más importantes de Italia, que llevaba decenios utilizando a cientos de agentes para poder atrapar al último de los viejos capos de la mafia, quien además poseía la agenda de su amigo y aliado, Totó Riina, líder de la familia Corleonesi, y que falleció también de cáncer en 2017, mientras cumplía condena desde su detención en 1993. 

El valor de esa dichosa agenda traía de cabeza a todas las instituciones de Italia, pues al parecer, tanto Totó Riina como ‘El fantasma’, tal y como se conocía a Matteo Messina en todos los círculos policiales y judiciales de la bota mediterránea, contenía las prácticas, sobornos y contactos con los que la Cosa Nostra llevaba décadas extorsionando a las principales instituciones del país; jueces, fiscales, policías y, por supuesto, partidos políticos, están anotados en la famosa agenda que lleva años siendo la obsesión de las autoridades que persiguen a la mafia, y el temor de todos aquellos que aparecen en ella.

Matteo Messina, también apodado ‘El invisible’, estuvo 30 años escondido a tan sólo nueve kilómetros de su casa, en Campobello di Mazzara. Es curioso cómo siempre se ha repetido el patrón, pues tanto El fantasma, como Totó Riina y su sucesor, Bernardo Provenzano, fueron detenidos en su localidad natal, donde encontraban refugio y el apoyo suficiente para que no fueran capturados. Pero Andrea Bonafede, nombre falso de Messina durante los últimos años, también pisó España durante su cautiverio. Fue en 1994 cuando visitó la prestigiosa clínica Barraquer, para operarse de estrabismo. En ese momento era la persona más buscada de Italia por su participación en los atentados que le costaron la vida a los jueces Giovanni Falcone y Paolo Borselino. También se le acusaba de una venganza relacionada con este caso, pues secuestró, torturó, mató y disolvió en ácido, a Giusseppe di Mateo, de tan sólo 12 años, hijo de un colaborador de la justicia. Este fue un delito que conmovió a Italia entera y que borró para siempre aquellas viejas reglas de honor, por las que se rigieron durante tantos años en la Cosa Nostra. 

«A poco que mires a los ojos a una chica y le digas ‘guapa’, ya estás cometiendo un delito y, sin embargo, la opinión pública suele seguir participando de una alineación mucho más cercana del asesino que del asesinado»

Lo curioso y llamativo es el poder que siempre han tenido los delincuentes para empatizar con ciertos sectores de la opinión pública. Es cierto que, en el caso de la mafia siciliana, la omertá o ley del silencio siempre estuvo presente por el miedo a una represalia como la que acabó con el pobre chico de 12 años. Pero lo curioso, lo más dramático, es que la sociedad o una gran parte de ella, siempre ha estado más cerca del delincuente que de la víctima, como demostrando una especie de mal funcionamiento de nuestra percepción. Acabamos de verlo con el caso Sancho, descuartizador de Tailandia. Nadie, o prácticamente ninguno de los cientos de programas de televisión que nos han saturado estas semanas atrás con el crimen de la luna llena, han mostrado siquiera empatía por el asesinado, el descuartizado Edwin Arrieta. De hecho, han sido muchos los plumillas y periodistas que no sólo han demostrado cercanía con el asesino, sino que en cierto modo han llegado a justificarlo con comentarios sobre un posible chantaje emocional o a la presión que el finado estaba sometiendo a Daniel Sancho para que terminara por quitarle la vida. 

Tenemos una mezcla de admiración y morbo por el que se salta las reglas, por el malo de la película. Quizá, en el caso de la mafia, se debe a la joya cinematográfica de Francis Ford Coppola, El Padrino, basada en la novela de Mario Puzo, y a todo ese ingente número de largometrajes y libros que siguieron al primero. Siempre recordamos el nombre del asesino antes que el de la víctima, y de hecho, cuánto más sanguinario y temido sea el malo, menos hueco queda en nuestra memoria para las personas que perecieron bajo sus maníacos comportamientos. ¿Tanto influye el cine en nosotros? ¿En nuestro sentido del bien y del mal? 

Es curioso pero, hoy en día, a poco que mires a los ojos a una chica y le digas ‘guapa’ ya estás cometiendo un delito y, sin embargo, la opinión pública suele seguir participando de una alineación mucho más cercana del asesino que del asesinado. Tiene un desarrollo que próximamente continuaré contando en este foro. 

Hoy, Matteo Messina será enterrado en su Sicilia natal y, mientras tanto, muchos de los que forman parte de la Cosa Nostra se estarán preguntando dónde estará la dichosa agenda, antes que decidan el nombre del que será su siguiente jefe de jefes. 

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D