Quedaron retratados
«Con la amnistía sobrevolando por las cabezas de la bancada socialista, era previsible que Sánchez eligiera permanecer callado»
Si para algo ha servido la investidura fallida de Alberto Núñez Feijóo es para retratar el paisaje político en el que nos movemos y para poner en su sitio a sus protagonistas. El retrato de sus señorías – más estilo Solana que Sorolla – estás lleno de contrastes, de sombras en el horizonte y de brochazos que ponen en evidencia la falta de respeto al adversario y el creciente deterioro de nuestras instituciones.
Cada uno podrá valorar y elegir quiénes han sido a su juicio los ganadores y los perdedores en el Congreso de los Diputados, pero difícilmente podrá sentirse orgulloso y satisfecho de la imagen que, una vez, más han dado nuestros representantes.
El cuadro que sale plasmado de esta sesión de investidura refleja muy a las claras una situación compleja, endemoniada, con una España secuestrada por los votos de una minoría. Una minoría a la que le interesa mucho lo suyo y nada o casi nada lo que ocurra en el resto de España.
El discurso del candidato y líder del partido más votado en las elecciones evidenció, con claridad, la mayor anomalía democrática en la que nos encontramos: en primer lugar, la traición a la voluntad popular expresada en las urnas y, en segundo lugar, el que se quiera dejar en manos de los independentistas catalanes, de Bildu y del PNV la gobernabilidad y el futuro de nuestro país en los próximos años.
«Demasiada humillación para Sánchez. Demasiada afrenta para alguien que ha convertido en señas de identidad la chulería, la soberbia y la prepotencia»
Con la amnistía sobrevolando por las cabezas de la bancada socialista, era previsible que Sánchez eligiera permanecer callado, mirando para otro lado. Pero, claro, tampoco podía consentir – a la vista del repaso que le estaba dando Feijóo, tanto a él como a sus socios potenciales – que se fuera de rositas, sin pagar el precio de su descaro. Demasiada humillación para Sánchez. Demasiada afrenta para alguien que ha convertido en señas de identidad la chulería, la soberbia y la prepotencia.
Así que mandó subir a la tribuna de oradores al peón Óscar Puente, con el objetivo de romper la baraja. Dispuesto a destruir a brochazos el comedido retrato que hasta ese momento estaba dibujando el moderado, pero contundente, candidato del PP. Había que embarrarlo todo y descartar por arriesgado el discurso de réplica de Sánchez a la intervención de Feijóo. Nada de cortesía con el candidato.
Mejor el palo y tentetieso de un diputado por Valladolid, de aspecto macarra y lengua tabernaria y viperina. Se acabaron las formalidades. «Había que poner a Feijóo frente a sus contradicciones», se justificaría al día siguiente el protagonista inesperado de una de las intervenciones más lamentables y bochornosas de la historia de nuestro parlamentarismo democrático.
Llegó Puente a la tribuna y tembló el río. Se acabó la fiesta. Sólo le hicieron falta unos minutos y cuatro brochazos – incluidas las referencias e insinuaciones sobre pasadas amistades del candidato propuesto por el Rey y algunas acusaciones muy graves sobre el expresidente Aznar – para cargarse el retrato. El espontáneo estaba crecido, imparable, mientras quedaba también retratado, con la imagen de Sánchez en su escaño aplaudiendo y celebrando la lamentable faena del novillero vallisoletano.
El intento de ningunear y despreciar al candidato más votado en las urnas no tenía precedente, ni la más mínima explicación. Eso sí, demuestra una falta de respeto a la democracia realmente preocupante. La intervención de Óscar Puente fue algo más que una descortesía. Fue una invitación al enfrentamiento – del que tanto acusan a la oposición- y un canto a la intolerancia.
Menos mal que luego salió el diputado socialista por Teruel, Herminio Rufino Sancho (que no Sánchez) para alegrarnos la tarde.
Siempre me quedará la duda de si Herminio votaba a favor de Feijóo por un error en su apellido o porque le traicionó el subconsciente.